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miércoles, 7 de abril de 2010
El último tren de Gun Hill
En 'El último tren de Gun Hill' (1959) de John Sturges, el sheriff Morgan (Kirk Douglas) llega a Gun Hill para detener a los violadores y asesinos de su esposa. La casualidad es que uno de los dos asesinos es hijo de un antiguo amigo suyo, Belden (Anthony Quinn), próspero ranchero latifundista, y ante todo, cacique. El impone su ley. El mismo representante del orden del pueblo se lavará las manos, no implicándose en la detención. Morgan, como Kane (Gary Cooper) en 'Solo ante el peligro' (1952) de Fred Zinemann, se enfrentarán no sólo ante esos representantes de la barbarie y detentadores de la ley del más fuerte, sino tambien a la casi unanime indiferencia o temor del pueblo, los cuáles prefieren plegarse al tirano que unirse en nombre de la justicia y la civilización. El colectivo se revela como una masa sin personalidad que se deja zarandear por las fuerzas que establecen su dominio. Barbarie y civilización ven cómo sus fronteras son muy difusas. Además, hay otro elemento añadido en esta ecuación en la cinta de Sturges. La esposa asesinada de Morgan era india. Morgan, a diferencia de Kane, no necesita recurrir a ningún apoyo. El se basta y se sobra, tal es la furia de indignación que le domina, y la convicción de que la justicia está de su lado, aunque se enfrente con una ley no escrita, la del que ha construido su imperio sobre la ley del más fuerte, y que siempre ha conseguido que se complazca lo que desea, a su libre arbitrio. Y como en 'El tren de las 3 10' el último tramo de la narración transcurre, en buena medida, en la habitación de un hotel, en la que Morgan se ha parapetado junto a su prisionero, el hijo de Belden, mientras este intenta convencerle que le devuelva a su hijo.
Belden es alguien acostumbrado a que todos y todo se subordine y pliegue a su voluntad. El saturado decorado de su salón lo define (en el que resalta en los encuadres las astas de un toro; en especial con su hijo), cargado de elementos que insinúan esa condición viril primitiva que ha hecho de la depredación, la pulsión del dominio, y la satisfaccón del instinto, guía de conducta y base de su poder.Con tal modelo, no es extraño que su hijo, cual niño malcriado, piense que el mundo está a sus pies, y pueda conseguir lo que le apetezca, o lo que su instinto demande, y llegué a violar y matar a una mujer, que además desprecia por que 'sólo era una india'. Por mucho que su padre le repruebe, en parte porque era la esposa de su amigo, esta actitud, es consecuencia de lo aprendido bajo el modelo de su imagen paterna. Esa amistad pasada, entre Belden y Morgan, enriquece este duelo, dotándole de emociones encontradas, donde se hace más dificil conducirse no sólo por el juicio, sino por la emoción, ya que está se encuentra en conflicto en Belden. Entremedias, está el único personaje que es capaz de enfrentarse tambien a éste, Linda ( Carolyn Jones), su enamorada amante, que sabe superponer su sentido de la justicia al sentimiento, y será la única que ayude a Morgan (Significativamente, acaba de regresar al pueblo, tras una estancia en un hospital, por una paliza a la que le sometió Belden: De nuevo ¿Cómo no va a actuar el hijo considerando cómo actúa su padre con las mujeres?).Inolvidable es el momento en el que Morgan, con su escopeta apoyada en el cuerpo del hijo, le explica, con contenida furia, lo que siente alguien, paso a paso, cuando le ahorcan. Un sobrecogedor momento que refleja cómo Sturges dota de crispación al relato, apoyado tambien en una fotografía pregnante, que parece que suda, de colores vivos saturados, entre el rojo y los marrones y el negro. Como una noche que parece que pesa, donde las sombras se tensan con el conflicto en juego.
Y, por ello, no sorprende que el fuego haga su aparición en el último tramo, con el incendio del hotel. Pues las llamas del instinto y de la justicia se debaten como fuerzas cósmicas de la tragedia griega. Si la violación y muerte de la esposa de Morgan tenía lugar cuando persiguieron a su carromato hasta que éste volcó ( a retener ese plano en el que interpuesto sobre los violadores se destacan los radios de la rueda; quizás la rueda del destino, caprichosa y brutal; véase también cómo en la escena del reencuentro entre Belden y Morgan,cuando se saludan también ambos aparecen encuadrados tras los barrotes de las grandes puertas de madera) el desenlace, en el que ambos asesinos pierden su vida tiene lugar cuando Morgan lleva al prisionero hacia la estación en otro carromato. El duelo final con Belden tiene lugar en la misma estación, con el tren esperando realizar su salida. No hay vuelta atrás. No es la justicia lo que estaba en juego, sino la satisfacción de una voluntad caciquil que se ha visto por primera vez contrariada. Aunque sea su amigo, y este no busque el enfrentamiento, Belden necesita afirmarse. Aunque implique su muerte.
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