¿Si se parte de la interrogante de en qué medida nuestras identidades son ficciones, esto es, constructos, aunque actuemos y nos desenvolvamos en nuestra vida ordinaria como si así fuera la naturaleza de nuestro ser, por qué no plantear una narración como si estuviera basada en personajes y sucesos reales cuando quizás más bien sea una ficción? Caso clínico (Impedimenta), del escritor escocés Graeme Macrae Burnett, juega con esa ambivalencia, o suscita esa duda e interrogante en el lector, a la vez que son puestos en cuestión los dos mismos protagonistas cuyas perspectivas se alternan en la narración, esto es, en qué medida se definen por sus contradicciones, y en qué medida, inconsciente o conscientemente, se construyen, definen, cómo son, o dicho de otro modo según cómo se perciben. Ambos representan dos ideas sobre la identidad cuyo contraste ejerce de implícita dialéctica en el texto. El célebre psicoterapeuta, en los sesenta, Collins Braithwaite, piensa que nos restringimos, casi como figuras taxidérmicas, en inmóviles constructos de identidad (que incluso consideramos naturales, como lo que inevitablemente somos), que no son sino reflejos y sombras, o ilusiones, que creemos cimentadas con solidez, como un código de circulación previsible, cuando quizá nuestra constitución, realmente, se defina por la diversidad. Por lo tanto, por la posible modificación y por la alternancia (circunstancial). Solo existen identidades, y ese querer retroceder a un supuesto estado de identidad verdadera anclado en la infancia es la fuente misma de los problemas que describe. El camino de la liberación radica en aceptar que somos haces de identidades, escribe el propio Braithwaite, quien pone en cuestión, a través de la figura o idea del doble, arraigada en la trama conceptual (de opuestos) nuestra sociedad, cuál es el real u original y cuál es el impostor o personaje. Somos más bien múltiples o diversos.
Esa figura del doble, reflejo del maximalismo dualista que nos restringe, queda expuesta en la joven sin nombre que está convencida de que Braithwaite es el responsable, por su influjo, de que su hermana Verónica se suicidara. Por eso, decide adoptar otra identidad, de nombre Rebecca, con la que hacerse pasar como paciente, y de este modo investigar cómo pudo el psicoterapeuta condicionar perjudicialmente a su hermana, ya que parte del hecho ( o más bien percepción) de que nada podía indicar, por la forma aparente de ser de su hermana, que podría optar por la acción del suicidio. Si no hubo una perniciosa influencia externa plantearía la cuestión de que quizá muchos seres humanos no transparentan como son, piensan y sienten, e incluso se presentan de un modo que transmite una impresión opuesta, una figura que conecta con Laura Palmer en la serie Twin Peaks, y que expone, o evidencia, cómo nuestra sociedad se estructura sobre la escisión y la enajenación, por las represiones o las omisiones convenientes (prudentes o cínicas). La misma protagonista, durante el desarrollo de la narración, se convertirá en ejemplo de ese conflicto interno, por cuanto su personaje no es reflejo de la diversidad de su ser, una variación más de sí misma, sino una figura que pone en evidencia la represión que define su forma de ser. Mi diario era una obra de ficción. Construí un personaje tal y como lo haría un novelista, y todo en beneficio de un único lector (…) la auténtica verdad no estaba en lo que escribía, sino en lo que omitía. La dualidad entre lo que es y aparenta, entre cómo se presenta y qué omite, no es que derive en cortocircuito sino que pone en evidencia su cortocircuito interno, la dificultad de asunción, o articulación, de sus deseos y emociones, la cual está relacionada con la tendencia a la compartimentación en nuestra sociedad. Por eso, a ella no le gusta que las cosas se mezclen. No le gusta que la turben. Le gusta que esté todo bien organizado en pequeños compartimentos.
El psicoterapeuta, pese a su aparente autoconsciencia y convicción, también desvelará que su fortaleza externa oculta su miedo al rechazo. Su seguridad no es más que una coraza que, también, como en el caso de ella, evidencia una necesidad de control. Braithwaite se percibe como prefiere concebirse, como <<Un inadaptado sin remedio tratando de hacer entrar en razón a quienes no están interesados en la razón>>. Cree que fue forjando su flexible y consciente forma de ser, desprendiéndose de los lastres que atenazan al colectivo social, porque fue comprendiendo desde su juventud cómo nos comportamos, inconscientemente, como personajes, esto es, que no somos sino constructos, influenciados por nuestro entorno social, y que también podemos ser, sobre todo en ciertas etapas de nuestras vidas, una reacción a cómo creemos que nos habían modelado. Por lo tanto, la misma reacción, muchas veces sustentada en la oposición, no deja de ser otra construcción ficticia que sentimos como cimiento firme, pero que no es sino otra ilusión, a la contra, que usamos como coraza protectora. Ambos no logran percibirse, y concebirse, como creen discernir que es el ser social, como cuando ella en un bar se pregunta si realmente las conversaciones no son sino intercambios de monólogos en los que uno ya prepara la contestación, en su cabeza, antes de que el otro concluya lo que está diciendo. Más que definirse por la escucha activa es una sucesión de turnos de intervención. La realidad, por lo tanto, se asemeja mucho a un escenario (incluidas las proyecciones que nos hacemos de los otros, o cómo esperamos que actúen como queremos que actúen, como el intérprete que debería dar la réplica que consideramos debe dar). Es el escenario inconsciente, ese que llamamos realidad, y en el que creemos que no actuamos (en cuanto personajes), sino que nos mostramos y actuamos como somos y sentimos, cuando realmente no somos sino autómatas, en buena medida programados, como dispositivos de ficciones. Estaba en lo cierto. No valía de nada. Me levantaba por la mañana, acudía a mi empleo de pacotilla, regresaba a casa, veía la televisión o leía una novela. Me acostaba, me levantaba y repetía el proceso hasta la nausea. Era poco más que un autómata.
En cambio, relacionarnos con los otros, como seres diversos, nos otorga la facultad de actores conscientes, en cuanto homo ludens, en un escenario de posibilidades. La diversidad puede parecer que carece de centro de gravedad, por eso nos sentimos más seguros con las certezas, por protésicas que sean, pero no es sino flexible apertura al redescubrimiento y reenfoque de nosotros mismos según las circunstancias. Somos seres en potencia. Potencialmente podemos modificar nuestra perspectiva o actitud, como según la circunstancia, o según con quien nos relacionamos, quizá actuemos o reaccionemos de modo diverso, o con diferentes facetas de nosotros mismos (que no implica fingimiento). Somos seres relacionales. La yuxtaposición, como toda y en una frase, es también fundamental en la constitución de toda relación con cada diferente otro, o con cada diferente circunstancia. Como expresaba Macrae en la estimulante conversación que mantuvimos, nuestra percepción en nuestro entorno ordinario está constreñida, por la repetición y la familiaridad, como si nos desplazáramos en una cinta corredera, mientras que en un entorno no familiar, nuestra percepción de los más mínimos detalles parece amplificarse. Esa es la relación que necesitaríamos propiciar, de modo constante, para no ser autómatas, sino seres en movimiento que nos relacionamos como si cada circunstancia fuera una nueva experiencia, y por tanto definida por lo impredecible de lo posible, incluso con respecto a nosotros mismos. La búsqueda del <<ser uno mismo>> es idolatría. En su lugar, debiéramos tratar el mundo como un escenario y representar cualquier visión de nosotros mismos que deseemos ser. Inventarnos y reinventarnos -de forma que seamos <<varios>>- es la única manera de escapar de la tiranía del anclado Yo Inmutable.