Estás enfrascado en tus pensamientos, en lo que vas a hacer o dejar de hacer, en lo que aún tienes pendiente, en las decisiones que vas a tomar, que quizá sean drásticas, porque supondrán un giro radical en tu vida, un cambio de escenario (de realidad). Tu mente es un escenario dividido en múltiples escenarios en los que se debaten diversos dramas, unos más livianos, otros más determinantes; escenarios posibles, escenarios pasados entreverados con un presente con varios carriles confundidos. Y un accidente quiebra ese fragor escénico, una interrupción, una interferencia que puede ser pasajera pero quizá la desconexión definitiva de la emisión, el cierre de la pantalla de la vida. Y aquello sobre lo que fantaseabas, todo aquello con lo que dirimías, si romper una relación, si retornar con quien mantuviste, previamente, una larga relación, y con quien tuviste un hijo, u optar por la soledad, se diluye en la nada. Las cosas de la vida (Les choses de la vie, 1970), de Claude Sautet, comienza con un accidente automovilístico. Dos camioneros implicados testifican sobre cómo se concatenaron los hechos que derivaron en que un coche se estrellara. El conductor, Pierre (extraordinario Michel Piccoli), permanece inconsciente. Mientras se suceden los títulos de crédito, las imágenes retroceden, el tiempo retrocede. La narración nos relatará los últimos momentos de Pierre antes del accidente. No sólo cómo se concatenaron los hechos que derivaron en que estuviera en aquel preciso momento y en aquel lugar (la narración está surcada por breves flash forwards del accidente, como si ya el futuro estuviera contenido en su pasado) , sino cómo la vida parecía deshilachada, como si no lograra discernir cómo se había concatenado hasta ese momento de su vida, hacia dónde quería dirigirse, y con quién.
Comenzar por el accidente dota a las primeras secuencias, las del despertar con Helene (Romy Schneider), de una intensa y palpable sensación de presente, los cuerpos, los gestos parecieran dotados de una luz que los revelara en su condición única, no parte indiferenciada de un conjunto, de una rutina o inercia: la mirada de Pierre a la espalda de Helene mientras esta escribe (‘¿Qué haces?’, pregunta ella, ‘Te miro’); con una soberana capacidad de síntesis se refleja la conexión entre ambos, la armonía y luz que respira entre ellos. Pero hay nubes que interfieren. Helene, mientras escribe (traduce un texto del alemán) le pregunta por una palabra que no es mentir, sino que más bien refleja el inventar historias, y él dice: fantasear. Helene fantasea, o deja que la turbina de su mente la desazone, con ese fuera de campo que mina su inseguridad, el pasado de Pierre, su anterior esposa, Catherine (Lea Masari) o la amenaza de un posible ( que vuelva con ella). Pierre se debate con otras inseguridades que no sabe o no quiere compartir, porque quizá aún no sepa cómo articularlas. Sólo es consciente de su cansancio. Su hijo le muestra una de las maquinas que inventa, como una que recrea el canto de un pájaro, un sonsonete con varias velocidades, que se convierte en un sonido familiar ( y que evita las incomodidades de tener un pájaro vivo). Se entrevé ( también gracias a la gran interpretación de Piccoli, que hace palpable a través de su mirada, de su gestualidad su estado emocional, su desubicación, ese fragor que dirime en su interior pero que no transparenta a los demás) que Pierre siente que su vida es como un resorte compuesto de sonidos familiares que ya no siente.
Pierre, en un momento, dado se dice a sí mismo que fuma demasiado; desde las primeras secuencias resalta cuánto fuma, un gesto que refleja una urgencia, una febrilidad de quien necesita resolver algo (aunque no es el único personaje que fuma tanto). La desubicación estalla en otra formidable secuencia, tan característica del cine de Sautet, en el espacio público de un restaurante, en el que se produce una tensa discusión entre Helene y Pierre (esa tensión que no evidenciaba Pierre se revela por un instante en su gesto entre crispado y asustado cuando al intentar coger la mano de Helena, esta la retira provocando que caiga una copa). El accidente, como el sonido de los pájaros, se narra a distintas velocidades, primero detalladamente, y después a velocidad normal, con esa celeridad con la que se produce lo súbito. El sonido de la sirena de la ambulancia también semeja en su frecuencia al del artefacto que emulaba el sonido de los pájaros. Sautet fragmenta la narración, con una fascinante combinación de tiempos, como las asociaciones en la mente de Pierre. Postrado en el campo, inmóvil, tras el accidente, evoca la luz del sol, o el sonido del viento, cómo los batientes de una ventana son zarandeados por un golpe de viento. El encuadre ante sus ojos son las botas de un policía sobre la que se posa una mosca, y en primer término, un pequeña flor violeta. Las cosas de la vida. Sus diferentes músicas, a veces afinadas, en ocasiones no. Hasta que sientes que el músico se ha perdido.
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