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lunes, 31 de agosto de 2015
Una chica angelical
Si alguien menciona a un Ministro de la Futilidad hay bastantes posibilidades de que sea un guión de Preston Sturges. Si una chica, pongamos que se llame Luisa (Margaret Sullavan), Lu para abreviar, sobre todo cuando su apellido resulta más bien impronunciable, Guglebacher, coquetea con el hombre que le atrae, abogado con escasos beneficios con quien quiere actuar además de hada madrina, y que responde al nombre de Max Sporum (Herbert Marshall), y le dice que su barba, que él otro cepilla con gesto adusto, como si le insuflara respetabilidad, quedaría mejor rosa para así no asustar a los niños, probablemente, también, sea un guión de Preston Sturges. Quizá me equivoque y pertenezcan ambas ocurrencias al dramaturgo Ferenc Polnar, cuya obra adaptó Sturges para 'Una chica angelical' (The good fairy, 1935), de William Wyler, pero por lo que parece Sturges modificó considerablemente la obra teatral que se había escenificado con éxito entre 1931 y 1932, con Helen Hayes como protagonista. Otra obra de Polnar, por otro lado, fue adaptada por otro cineasta al que le gustaban los nombres rebuscados, Billy Wilder, en una obra que puede competir con esta en ser una de las comedias más aceleradas de la historia del cine, 'Un, dos, tres' (1961). De hecho, comparten montador, Daniel Mandell.
Aunque las comedias que dirigirá Sturges se caracterizan también por su dinamismo, no sólo verbal. Por eso, esta parece más una obra de Sturges que de Wyler, o más bien una equilibrada armonización. Parece que Wyler se mostraba menos encorsetado cuando abordaba géneros más 'ligeros', como la comedia o el western, como reflejan 'Vacaciones en Roma' (1952), 'El forastero' (1940) u 'Horizontes de grandeza' (1958), En cambio, en el melodrama, en algunos casos más que en otros, se engolaba excesivamente la voz, y podía tender al acartonamiento y a una modulación narrativa demasiado espesa, ese engolamiento que afecta al abogado Sporum cuando porta su barba, y del que parece desprenderse cuando se la afeita para complacer a la mujer que le atrae. La secuencia, fabulosa, que con toda seguridad es de Sturges es la de la proyección cinematográfica dentro de la película. Lu ha pasado de su universo protegido, un orfanato, en el que relataba a las niñas pequeñas cuentos de hadas buenas y malas, a una sala de cine en la que ha sido contratada como acomodadora. En un momento dado, se queda embelesada con ese universo fantástico que es una película en una pantalla, que a la vez le parece real, y se emociona con una tensa secuencia en la que una mujer intenta persuadir infructuosamente a un hombre para que no le eche de casa, un hombre que no deja de repetir la misma palabra una y otra vez (go: vete).
En ese universo aún de fantasía en el que vive Lu, sin haber sufrido colisión con la abrupta realidad en la que hay quienes pueden pretender aprovecharse de ella, se verá apoyada por una especie de Pepito Grillo, en forma de camarero de un hotel de lujo, Detlaff (Reginald Owen). Su modo de intentar contener el avasallador cortejo de un admirador, empresario de industría cárnica (de qué va a ser empresario un tábano depredador aunque se parezca al mago de Oz), Konrad (Henry Morgan), es inventándose un marido, que tiene que tener una dedicación de prestigio, así que opta por abogado, y en las páginas amarillas elige con el pito pito gorgorito quien es el beneficiario de su buena acción de hada madrina ya que el empresario para conseguir sus favores, o por lo menos, otra cena, ha aceptado convertir a su marido en el abogado de la empresa. Y los equívocos están servidos, y los reflejos se enredan, y la aceleración no cesa, y la química funciona, entre los personajes, y los actores, con dos magníficos Margaret Sullavan y Herbert Marshall. Y al final, antes del colorín colorado, el único conflicto que quedará será la discusión sobre quién ha sido más hada madrina que los otros. El amor y hacer el bien no es una cosa fútil. De vez en cuando, los sueños se hacen carne.
domingo, 30 de agosto de 2015
¿Quién es Richard Linklater?
¿Quién es Richard Linklater? Hasta el desbordante éxito de crítica de 'Boyhood' (2014), reflejado en los cuantiosos premios que cosechó, y que incluso encontró eco en el reconocimiento de la propia industria, aunque la hollywoodiense prefiriera coronar a 'Birdman' de Alejandro G Iñarritu (el tema gremial del actor como centro inclinó la balanza), Linklater era un cineasta un tanto ‘desenfocado. Pero no como el personaje que encarnaba Robin Williams en ‘Desmontando a Harry’ (1997), de Woody Allen, no por reflejo de una indefinición, sino por su escurridiza condición de cineasta, nada fácil de poder clasificar (las etiquetas se despegan cuando intentan aplicarse a su cine), ya que tiene una de las filmografías más singulares y heterogéneas de la producción estadounidense de las dos últimas décadas, lo que determina que parezca abocado a los márgenes. Durante un par de décadas fue un cineasta apreciado, aunque no recibía particular atención por la crítica, evidente por la escasez de estudios dedicados a su obra, como un alumno abocado a la segunda fila en las fotos. Quizá porque no hay un toque Linklater claramente identificador al que agarrarse como al clavo ardiendo de quien se ajusta a un repertorio establecido. Y resultaba difícil acomodarle dentro de algún genero en el que transite de modo recurrente. Ha experimentado hasta con la animación, y no precisamente convencional. Si fueron adquiriendo cierta condición de obras de culto el excelente tríptico de coreografías sentimentales de encuentros y reencuentros, ‘Antes del amanecer’, ‘Antes del atardecer’ y 'Antes del anochecer', pero parecía más un fenómeno aislado relacionado con la propia película multiplicada por 3, que por ser reflejo indicativo de la personalidad del cineasta. Y cabe preguntarse si la notoriedad de 'Boyhood' se debió más a su peculiaridad de modo de rodaje durante doce años (como la de 'Birdman' por su alarde de apariencia de película en un solo plano). En cambio, una de sus más grandes obras, 'Bernie', y eso que contaba en su reparto con Jack Black y Matthew McConaughey, se estrenó con notable retraso , ya que había sido realizada previamente a 'Antes del anochecer' y 'Boyhood'. Lo cierto es que no me parece que haya ninguna que me parezca floja o fallida entre sus dieciséis películas. Aprovechamos que se estrena 'Todos queremos algo' para enfocar sobre su filmografía a través de sus diecisiete obras.
Slacker.
El título de la película con la que debutó Richard Linklater en 1991, hace alusión a la falta de trabajo, o falta de ética. Los personajes que transitan en esta película coral hecha más bien de jirones, y conversaciones que son derivas, o encuentros y desencuentros que parecen más bien colisiones de un tráfico sin orden y concierto, son personajes definidos por la exclusión social, que viven en los márgenes, cuya vida no está definida, o se ha ido difuminando progresivamente. Los personajes divagan sobre el desempleo, el control gubernamental o las clases sociales. Hay quienes coleccionan televisores o teorías conspiratorias y hay quien piensa que Estados Unidos ya llegó a la luna en los 50. Ficciones para sostenerse en los márgenes.
Movida del 79.
Aturdidos y confusos (Dazed and confused) es la traducción del título original. Es la definición del hervor adolescente, esas edades en las que ya se intentan instituir las relaciones de poder, rituales en los que aquellos que son de cursos superiores afirman su posición infligiendo retorcidos y crueles castigos a los más jóvenes. Extremado en casos como el varias veces repetidor, encarnado por Ben Affleck, que disfrutado sacudiéndoles en el culo con un palo de cricket. Linklater decribe con precisión esa insustancialidad, como también la vivaz levedad de los disfrutes epicureos, de risas y embriaguez, de la amistad genuina, independientemente de la edad que tengan unos y otros. Cada uno se define por sus acciones.
Suburbia.
Hay unos suburbios físicos, y los hay metafóricos. Los jóvenes protagonistas se encuentran, como un ritual que es rutina, en la esquina de un establecimiento regentado por hindúes. Es una especie de limbo, como sienten que es su vida, en tránsito, o como mero anuncio de una imposibilidad. Hay quien se siente estancado, quien está convencido de la futilidad de cualquier esfuerzo porque la vida no es sino una sucesión de vanos espejismos. Hay quien se ha quedado atrapado en el quiste de una mentalidad que desprecia a los extranjeros para no enfrentarse a la inconsistencia de su propia vida. Los hay que sí buscan el modo de salir de ese espacio estanco, porque si los hay que consiguieron alzar el vuelo, como el amigo que consiguió convertirse en cantante de éxito. 'Suburbia' es el retrato de una una amargura vital, el reverso del impulso de los sueños.
Antes del amanecer.
en 'Antes del amanecer' (1995), Celine (Ethan Hawke) y Jessie (Julie Delpy) se conocen en un tren, encuentro propiciado por la discusión de otro pareja. Y deciden bajar en Viena y pasar el dia juntos hasta que a la mañana siguiente él coja el avión que le llevará con destino a Estados Unidos. Ambos se desplazan por la ciudad, como pasajeros que realizan un viaje con escalas, mientras sus propias intimidades hacen lo mismo, desplazarse, en un proceso que implica que ambas vías vayan convirtiéndose en una sola. Se tantean, comparten pensamientos, emociones, recuerdos, anhelos. Son como las pinturas de Seurat, figuras emborronadas por el entorno,anhelantes de un sentido, o transcendencia, que les dote de corporeidad, y les haga sentir un sentimiento de permanencia aunque habiten en la inevitable transitoriedad, siempre en movimiento, del tiempo. Y eso es lo que define al amor verdadero.
The Newton Boys.
Con su cuarta película, 'The Newton Boys', Linklater parecía desmarcarse de su anterior obra con el abordaje de unas coordenadas genéricas más concretas, y en una escala de producción de más elevado presupuesto. Pero la nave casi se fue a pique tanto en resultados de taquilla como en recepción crítica. Matthew McConaughey, su protagonista, saludado como el nuevo Paul Newman, también intentaba consolidar su carrera, pero aún tendría que esperar tres lustros para que fueran reconocidas sus dotas de intérprete. La película parece fuera de tiempo. Es una película de ladrones de bancos, forajidos de los años veinte, que fue recibida como un descarte de la moda retro de películas de gangsters de los setenta, como 'Dillinger' o 'La banda de los Grissom', pero con un toque más liviano, en la línea de 'El golpe'. Aunque su protagonista justifica la actividad de sus robos como un gesto de rebeldía frente a una sociedad que frustraba todo propósito de conseguir estabilidad económica de modo honesto, no adquiere un aura trágica, ni se densifica, ni siquiera cuando entran en juego las torturas policiales. Quizá porque opta por el vitalismo que se apoya en el mismo hecho de que fueron los ladrones más exitosos de su tiempo, y de que cada uno de los cinco llegaron a viejos, algunos de ellos superando los ochenta (ejemplificado en los títulos de crédito finales con sus intervenciones televisivas). A veces la sonrisa asoma con congelarse como en la excelente secuencia del atraco en plena de calle de Toronto, cuando el personaje de McConaughey se ofusca con la arrogancia de quien ya se cree invulnerable, y decide atracar a la vez a tres parejas de policías que portan sus respectivas sacas de dinero.
Waking life.
Es el primero de sus trabajos de animación mediante el sistema rotoscopico.(sobre lo rodado con actores reales). Transfiguración, cuerpos reales que parecen dibujos animados, niveles que se confunde o que cohabitan. Un viaje en estado alucinatorio que es un despertar, un estado de embriaguez que agudiza la percepción. Waking life (2000), vida despierta, es una digresión filosófica existencialista precisamente sobre la percepción de la realidad, sobre los límites difusos entre el sueño y lo real. ¿Cuándo se está despierto? La sucesión de encuentros que tiene el protagonista amplifica las preguntas y a la vez, paradójicamente, precisa una relación más perfilada en esa incertidumbre, como quien se desprende de convenciones y arbitrarios sistemas de codificar la realidad, como eso que se llama normalidad.
Tape.
Una obra con solo tres personajes, y un espacio, pero no un solo tiempo, porque el pasado y el presente entran en conflagración. 'Tape' (2001) desentraña las falaces nostalgias de la juventud y esa idealización de los reencuentros años después encerrando en una habitación a los personajes que encarnan Ethan Hawke, Robert Sean Leonard y Uma Thurman. Con una buena dosis de vitriolo se desentierran los cadáveres ocultos en los sótanos del pasado por una sociedad sostenida sobre las apariencias. La cinta a la que alude el título es aquella con la que se graba la confesión de una violación pasada, pero quien lo graba no está exento tampoco de usar la bomba del retrete de las ocultaciones convenientes.
Antes del atardecer.
En 'Antes del atardecer' (2003), las figuras no es que ya no estén difuminadas, es que están tan perfilados sus contornos que su luz abrasa aunque sea sólo como recuerdo. Nueve años después Jesse y Celine se reencuentran, a raíz de la presentación de la novela que ha escrito el primero (y que gira alrededor de aquel efímero encuentro de un día que no tuvo continuación). Las expectativas han dado paso a los recuerdos, sin que esto suponga que las primeras se han difuminado. Ya no son dos jóvenes que piensan que los sueños se pueden demorar porque todo tendrá su momento. Su reencuentro se comprime en una hora y diez (ya que de nuevo Jesse tiene que coger un avión), lo que incrementa la tensión, y se convierte en reflejo de la urgencia que ha poseído su vida (nueve años que son un puente entre dos días, como si la vida se hubiera aplazado entre tanto), la avidez de volver a verse que ha tensado sus vidas, como una cuerda que no ha dejado de estirarse sin nunca romperse.
Escuela de rock.
Escuela de Rock' (2003), es la primera de dos incisivas miradas sobre la educación y sobre las ambiciones sociales (qué se inculca o cómo se modela), dos propuestas más heterodoxas de lo que pueda parecer. En ambos casos, alumnos o aprendices orientados por unas figuras no precisamente modélicas (según los patrones de la convención social y de la entronización de la imagen, de cómo te presentas ante los otros). En este caso, alrededor de los estudiantes de un clase de música, que se confrontan con un singular profesor, encarnado por Jack Black, que parece salirse del molde de enseñante. Lo importante es la actitud y el entusiasmo en lo que se realiza.
Una pandilla de pelotas.
'Una pandilla de pelotas' (2005) Es la segunda y mordaz variación sobre la educación bajo la engañosa apariencia de una comedia liviana. Se centra en un equipo infantil de beisbol, y el profesor, encarnado por Billy Bob Thornton, que coge dignamente el testigo de Walter Matthau en la producción, original de 1976. Probablemente, es el menos ejemplar de los enseñantes, alcohólico y ligón, fue despachado del equipo cuando era jugador por agredir a un arbitro, y trabaja como exterminador, antes de ser reclutado para orientar a unos niños en el campo de juego (y la vida). Quién mejor para enseñar que lo importante en la vida no es ganar, sino el trayecto, no dejar de intentarlo.
Fast food nation.
‘Fast food nation’ (2006) es una corrosiva exploración de las podredumbres de la industria alimenticia que sostiene nuestra restringida cultura gastronómica carnívora, a través de diversas líneas argumentales, o perspectivas, como piezas que componen el conjunto de un puzzle, desde el ejecutivo de marketing que descubre que la mercancía que promociona, las hamburguesas, tiene ingredientes de materia fecal, hasta el concienciado activista, pasando por los emigrantes ilegales que son utilizados como mano de obra barata en los mataderos. El variopinto reparto integra a actores como Gregg Kinnear, Kris Kristofferson, Bruce Willis, Avril Lavigne, Paul Dano, Patricia Arquette o Catalina Sandino Moreno. Ethan Hawke, en la quinta de siete colaboraciones con el cineasta, declaró que no esperaba que cambiaran el mundo pero sí que esperaban que los espectadores 'se sintieran motivados a leer más, a ilustrarse sobre este tema y a descubrir todo lo que puede haber detrás de una simple hamburguesa y de su producción'. Además de espléndida, una película más que necesaria.
A scanner darkly.
‘A scanner darkly’ (2006) es una adaptación de una obra de Philip K Dick. La segunda película de animación rodada con el sistema rotocospico, con actores como Robert Downey jr, Keanu Reeves o Woody Harrelson. Otra reflexión sobre la percepción y su disolución, sobre los límites de la identidad y de la realidad, en una distopia entre vigilancias policiales de alta tecnología, epidemias y alucinaciones fruto del dopaje, o quizá de manipulaciones ajenas. O quizá la realidad sea una alucinación.
Me and Orson Welles.
Los genios también pueden ser unos cretinos. El título puede hacer referencia al yo del protagonista, el joven ilusionado que encarna Zax Efron, que es contratado como integrante del grupo teatral que dirige Orson Welles, cuando en 1937 preparaba la representación de 'Julio Cesar', de William Shakespeare. Pero también puede verse como una ironía respecto al ego inflamado de quien considera al mundo una extensión de sí mismo. Por lo tanto, el mundo debe complacer cuando así sea requerido, o resulta cualquiera prescindible cuando ya no resulta necesario, sin importar lo compartido ni las emociones ajenas. 'Me and Orson Welles' es una equilibrada combinación de comedia y drama y una interesante descripción y exploración de los procesos y entresijos creativos de la actividad teatral. Así como del creador que se siente emperador. Quizás sea por eso que tantos han admirado sobremanera 'Ciudadano Kane' y a su creador. Hay mucho aspirante a emperador venerado con vitola de genio.
Bernie.
¿Qué es ‘Bernie’ (2011)? Esta es una comedia sobre el horror, el de la vida como una puesta en escena, en cuyos intersticios se adivinan los abismos (de la banalidad). Por eso la narración se construye sobre una interrogante: ¿quién era Bernie? Y adopta la estructura de una encuesta. Integra los modos documentales a través de la serie de declaraciones, que puntúan la acción, de los habitantes de este pueblo del norte de Texas. Al final sabremos que el relato está basado en un suceso criminal acaecido en 1996, y que todos aquellos que participan son realmente los vecinos de este Bernie (Jack Black) que nos presentan dando una clase magistral sobre cómo realizar el adecuado trabajo con un cadáver en una funeraria, cómo maquillarle, asearle y cómo posicionarle. Es importante el cultivo de la apariencia. Quizá él mismo fuera pura apariencia, una sonrisa cordial que se tornó siniestra.
Antes del anochecer.
Después de pasarse años soñando con el otro, con materializar lo anhelado, se pasa a una lid, subterránea o manifiesta, en la convivencia, en la que ambos intentan que los sueños de uno u otro no se vean atropellados, arrinconados, o subordinados por los del otro. Pero sí se hace de modo inconsciente, y sin querer se convierten en contendientes. En la secuencia inicial de 'Antes del anochecer' 2013), con una discusión puntual (como discutían aquellos pasajeros en Antes del amanecer) se enciende la mecha que explotará en sus pasajes finales, ya que revelara otras mechas que se encendieron antes pero quizá se contuvieron antes de la deflagración, y se convirtieron en renuncias, frustraciones y amarguras con más filo del que se creía. Porque, por mucho que ames a quien es la realización de tu sueño, admirar a quien amas también implica admirar cómo realiza sus propios sueños.
Boyhood.
'Boyhood' (2014) es, en primer plano, el retrato del periodo, entre la infancia y la adolescencia, entre los siete y diecinueve años, cuya singularidad es que se ha rodado durante doce años, en el que se perfila una personalidad, los primeros pasos o trazos aún difusos de la línea de puntos que caracteriza los anhelos y preferencias y la configuración de las relaciones. No es fácil encontrar el encuadre preciso, el reflejo justo, en otro, en la actividad que realizas, con el que te sientas presente, definido. Improvisas, haces usos de repertorios ya establecidos, pero prevalece lo difuso aunque se camufle en protésicas certezas. En segundo plano, se relata la vida de los padres, sus variaciones y procesos, las distintas actitudes y relaciones, los diferentes estados, padres que podrían ser otra variante de aquella relación de la trilogía, de Jess y Celine, si se hubiera frustrado en sus juveniles inicios. En un juego abisal de perspectivas, un niño crece y comienza a contemplar el horizonte que se va ampliando, y perfilándose aún borrosamente, y los adultos varían su forma de habitar la realidad, como criaturas de adaptación al medio ambiente que somos, o miran hacia atrás preguntándose con perpleja desesperación si su vida presente, ya en la edad de los cuarenta, era la vida a la que habían aspirado, si la vida no deja de ser el residuo o el despojo de lo que no traspasó el umbral del sueño.
Todos queremos algo.
Durante su primera media hora la narración parece desprovista de sustancia, como un adolescente en sus contorsiones elementales, dominado por la banalidad primaria de las hormonas. Pero las interrogantes comenzarán a densificar el trayecto, a salpicar el devenir de un proceso de formación, desde la perspectiva de los mismos personajes, algunos de los cuales comienzan a preguntarse quién soy o quiénes son los otros, sin perder levedad epicúrea. Todo es cuestión de actitud. Si no se piensa en fronteras, el horizonte será más amplio, con más abundancia de posibles. Así terminaba 'Boyhood', con el adolescente protagonista ante un horizonte, y junto a otro a su lado, una posible relación afectiva con una chica. También 'Todos queremos algo', aunque el horizonte sea más simbólico, una pizarra en la que el profesor escribe que 'Las fronteras están donde las buscas', y ya con un horizonte de relación afectiva materializado en los primeros pasos de la proximidad.
sábado, 29 de agosto de 2015
La princesa de Montpensier
En 'La princesa de Montpensier' (2010), de Bertrand Tavernier, el conde de Chabannes (Lambert Wilson) no quiere seguir combatiendo, no quiere pertenecer a un bando u otro, no entiende que los hombres luchen y se maten por unas divergencias religiosas, como los hugonotes y los católicos, en la Guerra de religiones que duró treinta y seis años (1562-1592). No quiere ver de nuevo cómo atraviesan con una espada a un niño agarrado a su cuerpo, o hundir la propia en el cuerpo de una mujer para salvar su vida. Por eso, deserta. Es alguien culto, alguien que mira hacia las alturas para comprender en el reflejo del firmamento de las ideas la cartografía de las emociones y pulsiones, por lo que, acogido por el príncipe de Montpensier (Gregoire Leprince-Riguet), se convierte en instructor de su reciente esposa, la princesa de Montpensier (Melanie Thierry). La princesa se debate entre dos hombres, porque a pequeña escala los conflictos se corresponden con los colectivos a gran escala. Se sentía, desde niña, atraída por el duque de Guise (Gaspard Ulliel), pero pese a sus airadas protestas iniciales a su padre, infructuosas porque la mujer debía plegarse a los mandatos masculinos, de los padres, en la configuración de su destino según las alianzas maritales convenientes que establecían, se sentirá, poco a poco, atraída por el marido que le han adjudicado, el príncipe de Montpensier, aunque las reapariciones en su vida del Duque de Guise no deje de abonar confusión en sus sentimientos y deseos, como una veleta a la deriva, de comportamiento errático, sin definirse en sus sentimientos, a la inversa que las rigideces de los que se afirman en sus posiciones y combaten contra el que mantiene las contrarias.
Entre esas dos tendencias el ser humano transita a la deriva, entre desafueros e inconsistencias de actitud y conducta, como el duque de Guise y el príncipe de Montpensier establecen, cuando en su primera juventud, aún amigos, los duelos como un juego competitivo, y ya rivales amorosos, son el reflejo del ansia de infligir daño al otro, al que antes se apreciaba y quería. Entre esos desatinos, la presencia del conde de Chabannes es la figura de la templanza y la razón, de quien no deja que la contrariedad convierta sus sentimientos en despecho. Ama también a la princesa de Montpensier pero no deja que los instintos la cieguen, como al príncipe los celos, o al duque su tempestuosidad avasalladora, sino que incluso ayuda a que la princesa satisfaga sus deseos y pueda cumplir sus sueños con otro. El amor es como la fé, aporta sustancia a las esperanzas, y dota de certeza a lo que no se ve, como apostilla la princesa a la cita de las palabras de San Pablo por parte del conde de Chabannes Pero los personajes no dejan de verse zarandeados por sus instintos e impulsos, sea por una idea religiosa o por un sentimiento amoroso, y el resultado es que prevalece la violencia y la destrucción. Y quien intenta instruir, quien intenta interceder, guiado por un sentido de la justicia que no sabe de bandos sino de empatía y compasión, quien aporta razón y comprensión, se verá abocado al fracaso o la desaparición, como refleja la masacre de San Bartolomé en 1572. Aunque la princesa sí sabrá aprender que lo más preciado en su proceso maduración fueron las enseñanzas de quien además profesó una leal amistad sin nunca pretender imponer su deseo ni su voluntad.
viernes, 28 de agosto de 2015
3 corazones
A veces, un contratiempo, puede propiciar que conozcas a quien consideras el amor de tu vida. A veces, un contratiempo, puede propiciar que no puedas acudir a la cita que podría proyectar el inicio de una relación con quien consideras el amor de tu vida. La vida es impredecible, y no depende sólo de nuestras voluntades. Y un giro de azar puede posibilitar que nuestra vida sea radicalmente distinta de lo que pudiera haber sido. Incluso, ay giros de azar que pueden ser retorcidos y pueden llegar a estrangular las vidas, los corazones, el símbolo depositario de los sentimientos, sin que se logre encontrar el calificativo adecuado para definir esa cruel aleatoriedad (o pauta, si la hay), pero resulta sangrante, aunque sea esa sangre no visible que se vacía en nuestro interior sumiéndonos en un desolado desamparo. En '3 corazónes' (3 coeurs, 2014), de Benoit Jacquot, Marc (Benoit Polvoorde), inspector de hacienda, pierde el último tren nocturno en un pueblo de provincias de calles silenciosas y solitarias. Pero el azar posibilita que conozca a Sylvie (Charlotte Ganisbourg), quien le ayuda a encontrar hotel, quien parece que no se encontraba, insatisfecha con una relación que no rompía, y hay una conversación que se gesta, una atracción que a ambos les ha electrocutado como una revelación. Y deciden citarse unos días después en París. Pero un diálogo que no lo es, entre quienes hablan lenguas distintas, y un sofoco que provoca un desmayo, propician que Marc llegue tarde a la cita.
Y ambos no habían intercambiado un modo de contacto: este es el reverso de la sublime 'Tú y yo' (1958), de Leo McCarey: no hay reencuentros catárticos. Es más, para retorcer más la posibilidad de que el corazón de su relación pueda latir (como ya tiene dificultades el propio Marc), no es que mientras, como en los casos de la pareja protagonista de la obra de McCarey, ambos mantengan otras relaciones con menor implicación sentimental, sino que Marc, en su lugar de trabajo, por un azar, por ser atento con una mujer que llora, conoce, sin saber el parentesco, a la hermana de Sylvie, Sophie (Chiara Mastroianni), dueña de una tienda de antiguedades, quien tampoco sabía cómo romper una relación, y se sienten atraídos, e inician una relación, que se consolida, y se reafirma con el matrimonio y el nacimiento de un hijo. Y el sentimiento aquel que se gestó con la otra hermana queda apartado en una vitrina de un rincón aparcado de una tienda de antiguedades de las entrañas que permanecen en sombras, pero agazapadas. Y años después se produce la fractura, el inevitable seismo, la perdida del paso, el extravío. Y cómo encajar esa poderosa emoción que sienten Marc y Sylvie cuando para ambas hermanas el amor que se profesan no tiene parangón con ningún otro. Cómo construir algo si generarías un daño irreparable.
En estos admirables pasajes, Jacquot opta por una narración elíptica que refleja de modo sutil la contención de ese remolino de emociones que aturde y desgarra a Marc y Sylvie. No pueden traslucir lo que les conmociona, su semblante debe permanecer como una de las máscaras en la tienda de antiguedades. El reflejo en el espejo, como ese espejo en el que Marc se mira en el escaparate de la tienda, y años después en la sombría soledad de su salón, debe ser opuesto al que se agita en su interior. Y una epísódica voz en off irrumpe fugazmente, como otro reflejo de esa absurda aleatoriedad, para puntuar la condición de personajes de una ficción incomprensible, sin autor, sin sentido, que les aboca a la desolación de un modo u otro. Y las emociones conducen sin rumbo, y los besos son desesperados entre las sombras de los objetos desechados, y los corazones pierden el paso. Pero siempre queda el sueño de saber lo que pudiera haber sido si aquel día, en aquel parque, hubiera llegado a tiempo, y ambos se hubieran sonreído, y hubieran decidido caminar juntos, no sólo en aquel parque, sino toda una vida. Los azares, los contratiempos, y no vives lo que soñabas vivir, o vives conforme con un insuficiente sucedáneo con el que no te atreves a romper, un reflejo en un escaparate, quizás difuso, como tu vida.
Esta excelente obra, con extraordinaria banda sonora de Bruno Coulais, se estrenará el próximo 30 de octubre.
jueves, 27 de agosto de 2015
Peter Weir, el cineasta de los sueños vivos
El viernes pasado, 21 de agosto, cumplió 70 años uno de los mejores cineastas de la actualidad. Breve filmografía, poco más de una docena de largometrajes, para algo más de cuarenta años de carrera. Es el creador de obras tan populares como 'Único testigo', 'El club de los poetas muertos' o la visionaria 'El show de Truman'. Fue decisivo en el impulso de la carrera de Mel Gibson con 'Gallipoli' o 'El año que vivimos peligrosamente', tiene un par de obras de culto del género fantástico, 'Picnic en Hanging rock' y 'La última ola', y recuperó las esencias del género de aventura con 'Master and commander' y 'Camino de perdición'. Ha sido nominado cuatro veces como director en los Oscar (Único testigo, El club de los poetas muertos, El show de Truman y Master and commander) y una como guionista (Matrimonio de conveniencia).
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Sus obra se construyen sobre el contraste entre diferentes modos de vida, o diferentes formas de enfocar la vida. Hay personajes que aprenden a mirar desde otros ángulos, o su mundo se desmorona cuando entra en contacto con esas otras perspectivas que evidencian las ilusorias certezas con las que vivía. Ensalza lo epicureo y la exuberancia de los sentidos, la naturalidad y el carpe diem, la apertura y flexibilidad de mente, y cuestiona toda mirada que instituye una realidad reglamentada o programada, sea un sistema educativo o militar, o un modelo de vida que tiene más de ficción que de real (sobre lo que se ironiza en El show de Truman). Por eso, su sentido de la aventura, de la fisicidad, de sus dos últimas horas contrasta con la progresiva virtualización de nuestra relación con la realidad. Aprovechamos su onomástica para realizar un recorrido por doce de sus obras. ¿Cuál es tu preferida?.
Picnic en Hanging rock
'Todo lo que vemos, y lo que parecemos, no es más que un sueño, un sueño dentro de un sueño'. Con estas palabras, de Edgar Allan Poe, comienza 'Picnic en Hanging rock' (1975). En una excursión que realizan, en 1900, de chicas, uniformadas con etéreos vestidos blancos, y lazos rosas en sus sombreritos de paja de un estricto colegio desaparecen tres chicas y una profesora. A Weir no le convencía esa tendencia a explicar todos los misterios, incluso en las obras de su admirado Conan Doyle. La vida está hecha de misterios irresueltos, hay mucho que ignoramos, como cada día desaparecen personas. El colegio simboliza ese afán de constreñir toda explicación en un sistema rígido en el que todo está en su sitio. La naturaleza, la sensualidad, reflejaba lo incierto, la brecha de lo que puede ser y desestabiliza certezas. Por eso, la incógnita prevalece en una de las cimas del género fantástico.
La última ola
'Hemos perdido nuestros sueños, pero cuando vuelvan, no sabremos lo que significan', expresa el abogado que encarna Richard Chamberlain en 'La última ola' (1977) cuando reprocha a su padre que le educara en un sentido de la realidad que ahora ha descubierto sin significado, porque nada le había instruido sobre una vida tramada sobre misterios, que no tienen que ver con los 'misterios' que explica desde su púlpito. Hay otros que no son (fácilmente) explicables. ¿Qué es lo que ocurre cuando de repente llueve granizo como piedras desde un cielo sin ninguna nube en el que resuenan truenos?. ¿Y qué representa esa última ola que se avecina según las leyendas maoríes? Confrontado con la cultura maorí cuestionará su modo de ver la vida, y las certezas que le conferían ilusión de estabilidad. Chamberlain, actor en apogeo del éxito entonces, dudaba si aceptar el papel porque suponía trasladarse lejos de Inglaterra y trabajar con un cineasta que desconocía. Weir le visitó en el teatro donde actuaba, y la buena conexión que se dio entre ambos y visionar su obra previa determinó que aceptara.
El visitante
'El visitante' (1978), producción televisiva, comparte con 'La última ola', desbordamientos de agua y figuras tribales. La intrusión del 'cuerpo extraño' es aquí la de un fontanero, no proveniente de otra cultura, pero sí con otros planteamientos que no deja de remarcar (relacionados con la diferente posición social: la protagonista vive en una torre de apartamentos y disfruta de una posición privilegiada dedicada al estudio). El deterioro del cuarto baño, convertido en una maraña de tuberías y conductos se corresponde con el de la vida y relación de pareja de la protagonista , que tendrá que responder al asedio de ese caos que atenta contra la estabilidad de su organizada vida (o la ilusión de que lo es).
Gallipolli
Supuso la primera colaboración con Mel Gibson. El trayecto de 'Gallipoli' (1979) es del dos jóvenes que compiten en carreras atléticas en las que hay una meta, en las que hay tiempos cuya marca superar, y que acaban corriendo hacia la nada, hacia la muerte, sin nada que superar, sino convertirse en otro peón sacrificable en el juego de la guerra, otro de tantos soldados que salen corriendo de las trincheras para ser abatido por el enemigo. Este fue el caso de unos soldados australianos en la batalla de Gallipoli, en Turquia, durante la segunda guerra mundial.
El año que vivimos peligrosamente
En 'El año en que vivimos peligrosamente' (1982), el fotógrafo Billy Kwan (Linda Hunt, actriz que ganó el Oscar a la mejor actriz secundaria interpretando a un personaje masculino), se pregunta qué podemos hacer. Él retrata la realidad cómo testigo revelador, como llamada de atención sobre aquello que no es justo, para hacer 'visible' esa realidad al ojo público. Es una mirada comprometida, en contraste con la del ambicioso periodista recién llegado que encarna Mel Gibson, el ojo que ante todo busca la notoriedad de un gran titular, el resplandor de una noticia que destaque y le haga destacar a él, indiferente a las implicaciones o consecuencias de lo que revele. Billy expondrá su vida desesperado cuando sea consciente de que aquel que admira, el presidente Sukarno, es indiferente a la situación de su pueblo, sacrificio que influirá en que Guy se comprometa con la realidad (con herida en un ojo como emblema de esa transformación).
Único testigo
Cuesta imaginarse a Sylvester Stallone en vez de Harrison Ford como protagonista de la primera producción estadounidense de Peter Weir. Stallone considera uno de los grandes errores de su carrera haber rechazado esta propuesta. Supuso la única nominación a los Oscars que ha recibido como actor Ford. El guión, que sí se llevó la estatuilla, como el montaje de tiralineas (pura lógica en la que no sobra un plano), ha sido considerado modélico como en términos estructurales para guionistas posteriores. En principio, se centraba en el personaje de la mujer amish, que encarnó Kelly McGillis, pero Weir sugirió que se enfocara en el policía que interpretaba Ford para acentuar el contraste entre dos formas de vivir opuestas, la de la urbe accidental y el la comunidad rural de los amish, y el contraste entre violencia y pacifismo a través de su evolución. Puede que algunos recursos dramáticos sean más convencionales que en obras precedentes, pero legó secuencias memorables como la construcción de la casa, el primer baile de Ford y McGillis, o la contención lírica de la despedida entre ambos a través de miradas.
El club de los poetas muertos
Segunda vez que Weir contrasta las rigideces de un modelo educativo y social con planteamientos más vitales. La desaparición de las chicas en Picnic en Hanging rock y su oda al despertar de los sentidos y lo natural se corresponde con la 'aparición' de un profesor anómalo como el Keating de Robin Williams y su apología del carpe diem. El misterio que queda en incógnita se corresponde con la apertura de mente por la que aboga Keating. La película le llegó de rebote a Weir. Pretendía realizar 'Matrimonio de conveniencia' pero Depardieu no estaría disponible en un año, así que la productora le sugirió este proyecto, que había estado a punto de ser dirigida por Jeff Kanew e interpretada por Liam Neeson. Weir llamaba al personaje Robin Keating porque quería que un 15 % de la personalidad del actor estuviera siempre presente en la interpretación del personaje.
Matrimonio de conveniencia
Weir quería rodar esta película desde que había visto a Gerard Depardieu siete años atrás en 'Danton' de Andrezj Wajda. La productora no lo tenía tan claro con un actor que nunca había trabajado en una producción en inglés. Andie McDowell se sorprendió de que Weir le pidiera que engordara algunos kilos, cuando lo usual es que le pidieran que adelgazara. En esta entrañable comedia en la que la exuberancia del personaje de Depardieu desestabiliza la vida de invernadero del de McDowell, como un elefante que entra en una cacharrería para dejar entrar el sol y que los sentidos se desplieguen, es memorable la secuencia final, el lírico cruce de miradas en la despedida que evoca a la de Único testigo'.
Sin miedo a la vida
En la primera imagen de Sin miedo a la vida (1993), el arquitecto que encarna Jeff Bridges surge, como una aparición, entre un maizal, guiando a otras personas, y con un bebé en sus brazos. La misma alteración distorsionada del sonido imprime la sensación de que estuviéramos en 'otra' realidad. Son los supervivientes de una accidente de aviación. Con el accidente el diseño de vida del arquitecto se derrumba. Descubre que su realidad estaba edificada sobre cimientos ilusorios (por eso, se niega a mentir aunque la verdad implique hacer daño). Su clarividencia tiene algo de funambulista que se sostiene sobre el vacío. Busca las sensaciones verdaderas, sentir su presencia física en relación con la materia de la realidad, y expone su vida a los límites como si se confrontara a la consciencia de su propia finitud. Memorable el momento en el que demuestra al personaje de Rosie Perez que no podía haber evitado que su bebé saliera despedido de sus brazos cuando sufrieron el accidente, estrellando el coche contra un muro.
El show de Truman
Otra aguda reflexión de éste gran cineasta australiano sobre los límites de la realidad, o cómo la percibimos y habitamos. Consideramos la realidad tal como nos la presentan, afirma Christof (inmenso Ed Harris) el director del programa 'El show de Truman'. Y como tal la consideramos, hasta que un día descubrimos, por accidente, una fisura en la proyección, como Truman literalmente la caída de un foco desde el cielo. Descubrirá de ese modo que ha sido, desde que nació, parte de un programa televisivo, actor en una ficción que ignoraba, y todos alrededor eran actores contratados. El único que no era consciente de que su vida era un decorado era él. Como en otras obras de Weir, el agua representa ese miedo a una realidad inestable y precaria. Iba a dirigirla en principio su guionista, el luego director Andrew Niccol, pero la productora prefería a un director más experimentado para una producción de esa envergadura.
Master and commander
'Master and commander' (2003), de Peter Weir, nos sitúa en el espacio incierto del mar, y del horizonte. Porque éste es real, material, a diferencia del de 'El show de Truman', un horizonte que era decorado, con el que chocaba la proa del barco en él que huía Truman de la prisión de ficción de vida en la que había estado sumido, tras rebelarse a su vida condicionada de identidad adjudicada. En 'Master and commander' nos encontramos con un navío estratificado como una reglamentada sociedad, en pequeña escala, en donde todos saben el lugar que ocupan, y que asumen. Y el trayecto nos plantea varias preguntas, condensadas en las dos figuras principales, contrapuestas, el capitan dle navío, Aubrey (Russell Crowe), y el médico cirujano, Maturin (Paul Bettany). Uno es el que acata su papel, el otro es el que cuestiona las reglas. Extraordinario la secuencia en la que Maturin comprende que las obsesiones de uno y otro no difieren, aunque uno sea para apuntalar su orden de vida y el otro su ansia de conocimiento.
Camino de libertad
Hay películas que logran hacerte sentirte 'real', o quizás recuperar esa sensación, valga la paradoja, ya que se supone que se experimenta a través de una pantalla ( ¿o la pantalla es en la que uno vive?). Hay películas que logran hacerte sentir la Ilusión de que te renuevan, hay películas que te hacen sentir, o creer en, lo posible, como 'Camino a la libertad' (2010), tan asombrosa como la peripecia que viven los protagonistas del relato narrado, quienes recorrieron 6.500 kilometros caminando desde el gulag de Siberia del donde se fugaron hasta llegar a la frontera de India, recorriendo bosques, montañas y desiertos, soportando las más extremas temperaturas de frío y calor, al borde siempre de la inanición o de la deshidratación. Una auténtica, y sobrecogedora, odisea de superación que recupera el genuino sentido de la aventura (del género y de la vida). Y aún más es la que supera el escollo del tiempo como el reencuentro décadas después del protagonista con la mujer que ama.
miércoles, 26 de agosto de 2015
12 películas de Sean Connery, un escocés extraordinario
Sean Connery cumplió ayer 85 años. Este amante del golf o del futbol, que estuvo a punto de ser fichado por el Manchester United, y que no ceja en abogar por la independencia de su país, Escocia, se retiró del cine en el 2003 tras protagonizar en 'La liga de los hombres extraordinarios' a Allan Quatermain, un personaje que condensaba y rubricaba su status de hombre de acción con la sabiduría de quien pertenece a tiempos ya no pasados sino míticos. Aunque para muchos es el genuino James Bond, o al que no ha hecho sombra ninguno de los actores que lo han interpretado posteriormente (pese a que Daniel Craig le ha dado una complejidad de la que carecía hasta ahora, lo que ha elevado considerablemente el nivel cualitativo de la franquicia), consiguió no quedar constreñido por ese icono, aunque en su trayectoria, hasta finales de los ochenta, no abundaran los éxitos de taquilla fuera de la saga de James Bond. Sí demostró una capacidad de riesgo y el ímpetu de probarse y de apostar por proyectos incómodos y ásperos, como algunas de sus colaboraciones con Sidney Lumet, pese a que no encontraran el refrendo del público. Como homenaje repasamos su filmografía, y destacamos algunas de sus mejores obras y algunos de sus papeles más icónicos.
'Ruta infernal'
Hubo un Connery previo a su consagración como James Bond, que trabajó en el teatro desde 1953, y realizó algunas intervenciones en producciones televisivas. Tras contratar a un agente consiguió en 1957 sus primeros papeles acreditados en el cine, secundarios, aunque en poco tiempo ya interpretaba a personajes principales, como en 'Bruma de inquietud' (1958), de Terence Young, junto a Lana Turner, a cuyo marido entonces, el gangster Johnny Stompanato, sacudió bien cuando, a causa de sus celos, le amenazó. Pero por encima de 'Darby O'Gill y los duendes'. 'La gran aventura de Tarzan' u 'Operación Snafu', destaca la excelente 'Ruta infernal' (1957), de Cy Endfield, en la que Connery es uno de los camioneros que compiten para ver quién realiza más viajes cada día lo que implica conducir a toda pastilla por estrechas carreteras, y la práctica de tácticas un tanto sucias para eliminar competencia.
'Agente 007 contra el Dr No'
El salto a la fama fue de rebote, gracias, como en tantas otras ocasiones, a los azares o por aprovechar las negativas de quienes después se arrepienten de sus decisiones. Los productores Albert Broccoli y Albert Saltzaman ofrecieron interpretar James Bond a Cary Grant, pero no quería comprometerse a interpretar más de una vez al personaje. Richard Johnson, que declaró ser la primera opción del director, Terence Young, lo rechazó porque tenía contrato con la MGM. Patrick McGoohan, que acababa de encarnar a un espía en la serie 'Danger man', luego célebre por la serie 'El prisionero', lo desestimó por cuestiones morales. Realizaron un concurso para encontrar a James Bond y entre los seis finalistas fue ganador el modelo Peter Anthony, pero no disponía de las suficientes capacidades interpretativas. Connery se presentó desaliñado a la entrevista con Broccoli y Saltzman, pero lo compensó cuando adoptó una actitud de macho despreocupado. Tras ser elegido y contratado para cinco películas, Young le introdujo en los ambientes de lujo y modeló al actor, refinando su modo de caminar, hablar e incluso comer, para crear el tipo agudo, sofisticado y sobre todo indiferente que era Bond. El autor, Ian Fleming, quien consideraba que no se ajustaba a su idea del personaje, quedó tan admirado tras verle en pantalla que reajustó las características de Bond en las siguientes obras que escribió.
'Marnie, la ladrona'
Aunque no encajaba con la caracterización de 'aristócrata americano' con la que había concebido al personaje, Hitchcock quedó impresionado con el poderoso carisma sexual de Connery en las imágenes que le permitieron ver de 'Agente 007 contra el Dr. No', que aún no se había estrenado. Esa arrolladora e imponente sexualidad viril contrastaba de modo magnífico con la reticente resistencia del personaje femenino, como el tronco del árbol que rompe el ventanal en la secuencia de la tormenta. Al fin y al cabo, hay dos ladrones en la magistral 'Marnie, la ladrona' (1964)
'La colina'
La fama que le proporcionó el personaje de James Bond facilitaba a Connery la posibilidad de involucrarse en proyectos más arriesgados comercialmente, pero más satisfactorios creativamente. Por ejemplo, sin su implicación hubiera sido complicado realizar el extraordinario y descarnado drama carcelario, en ambiente militar, 'La colina' (The hill, 1965), de Sidney Lumet, la primera colaboración de cinco ('Supergolpe en Manhattan', 'La ofensa', 'Asesinato en el Orient Express' y 'Negocios de familia') con uno de los cineastas que más admiraba entre aquellos con los que trabajó.
'Odio en las entrañas'
En esta magnífica exploración de las figuras del Héroe y el Traidor a través de las luchas de los mineros por sus derechos, incluso con medios violentos como el grupo de mineros galeses The Molly McGuires, 'Odio en las entrañas' (1970), de Martin Ritt, Connery proporcionó una de sus más poderosas y complejas interpretaciones, pero a la vez demostró que, fuera de las producciones de James Bond, era veneno para la taquilla. Fue un fracaso comercial que determinó que Connery no recuperara de nuevo hasta mediados de los ochenta la condición de superestrella, pese algún efímero fulgor como 'El hombre que no quería reinar' (1975), de John Huston, junto a su gran amigo desde 1954, Michael Caine. A su compañero de reparto, Richard Harris, con el que comenzaría un gran amistad, no le fueron tan bien las cosas y su estrella declinó gradualmente, hasta que recuperaría el prestigio, ya más bien como secundario, en los noventa.
'La ofensa'
Probablemente, la interpretación más sobrecogedora de Sean Connery. Otro proyecto que pudo realizar porque entre las clausulas del contrato para interpretar a James Bond en 'Diamantes para la eternidad' (1971), constaba que podría interpretar dos producciones a elegir que no costaran más de dos millones de dolares. Con la segunda, una nueva adaptación de 'Macbeth', pretendía estrenarse como director, pero el fracaso en taquilla de 'La ofensa' (1972), de Sidney Lumet, y que Polanski se le adelantara con su descafeinada versión, imposibilitó esa opción. De todos modos, con 'La ofensa', rodada en Inglaterra, queda una de las mejores obras de la década (y de la historia del cine), un sombrío y desolador retrato de la vida policial a través de un hombre que pierde la cabeza porque no puede resistir ser testigo de tanta miseria, crueldad y dolor.
'El hombre que pudo reinar'
Una de sus interpretaciones más recordadas, que se convirtió en icónica, y una película muy admirada que adquirió el rango de obra de culto como modelo de vitalista película de aventuras, aunque realmente se sostiene gracias al carisma y talento interpretativo de Connery y Michael Caine, porque la película adolece del desvaído dinamismo narrativo que lastra buena parte de la filmografía de John Huston. Este quería realizar este proyecto desde los cincuenta, con Humphrey Bogart y Clark Gable, y después con Burt Lancaster y Kirk Douglas, y más tarde, Robert Redford y Paul Newman, quien parece que fue quien sugirió a Connery y Michael Caine. Connery ya mostraba la prominente calva que había disimulado durante una década, ya que coronaba su cabeza desde los 21 años.
Robin y Marian
En principio, los productores habían pensado en Albert Finney para interpretar a Robin Hood y a Connery como Little John, el acabaría siendo interpretado por Nicol Williamson. Esta melancólica obra, quizá la más apreciable de Richard Lester, se beneficia sobremanera de la labor de sus actores. De Connery, que creó al más recordable, y entrañable, Robin Hood que ha dado el cine, con sus achaques de cuarentón y su amor duradero pese a la larga separación, de Audrey Hepburn, que no actuaba desde hacía nueve años, de Robert Shaw como el Sherif de Nothingham, con quien Connery se enfrentaba en 'James Bond contra Goldfinger', o Richard Harris, que realiza un cameo como un mezquino rey Arturo como favor a su amigo Connery..
'Atmósfera cero'
'Atmósfera cero' (1981), la mejor obra de Peter Hyams, es un western espacial. Una versión, más lograda, de 'Solo ante el peligro' (1952), de Fred Zinneman. Connery logró imprimir con rotundidad la firmeza del personaje íntegro que se enfrenta a la corrupción de la empresa minera en la Estación espacial, la cual recurrirá a unos asesinos a sueldo para eliminar al incordiante sheriff. Con Hyams, Connery volvería a trabajar en la menos estimulante 'Más fuerte que el odio' (1988), que explotaba el éxito en la década de los ochenta de las buddy movies, los thrillers con pareja protagonista contrastada (Límite: 48 horas o 'Arma letal') y que sería la ecuación también de la posterior 'Sol naciente' (1993), de Philip Kauffman.
'Objetivo mortal'
Un gran fracaso comercial de una película visionaria. 'Objetivo mortal' (1982), de Richard Brooks, en la que Connery interpreta (en su variante personajes con peluquín) a un reportero que puede parecer cínico por su consciencia del impacto de las imágenes para la consecución de una mayor audiencia, pero más bien es escéptico, porque no ceja en su propósito de desentrañar la verdad, o lo real, sobre las estratagemas y manipulaciones de gobierno estadounidense con respecto al conflicto petrolífero con Oriente medio (incluída, bombas en rascacielos del propio país para achacárselas a terroristas).
'El nombre de la rosa'
Connery se recuperó del declive de su carrera, sobre todo en el último lustro, gracias a su celebrada interpretación en 'El nombre de la rosa' (1986), de Jean Jacques Annaud, que le proporcionó el premio al mejor actor en la Academia británica. Muchos actores fueron considerados antes que Connery para interpretar a William de Baskerville, caso de Robert De Niro, que quería un duelo de espadas, Jack Nicholson, Max Von Sydow, Michael Caine, Richard Harris, Albert Finney, Marlon Brando, Paul Newman, Vittorio Gassman, Ian McKellen o Yves Montand, entre otros. La consideración como estrella, o como reclamo comercial, de Connery estaba tan deteriorada que los productores mostraron su reticencia inicial a financiar el proyecto.
La caza del octubre rojo
Tras el Oscar al mejor actor secundario conseguido por su interpretación en la pésima 'Los intocables' (1987), afianzaría una imagen, la del veterano atractivo, entrado en canas, que ya bordea la sesentena, que le entronizaría, de nuevo, entre las grandes estrellas del cine, posición de prestigio que no abandonaría hasta que se retiró en el 2003. Entre las producciones que protagonizó en este periodo, en el que fueron ya muy puntuales los fracasos de taquilla ('Un buen hombre en África' o, especialmente, 'Los vengadores', en la que era el villano), y más frecuentes los éxitos, como las poco sugerentes 'Indiana Jones y la última cruzada', 'La roca' o 'La trampa', destacan sus dos interpretaciones para John McTiernan, como el capitán de submarino ruso, cuyo postizo capilar costó 20.000 dolares, en 'La caza del Octubre rojo' (1990) y el excéntrico biólogo asentado en la selva amazónica de 'Los último días del Edén' (1992).
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