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domingo, 25 de abril de 2010
Ocean's eleven
Ocean's eleven' (2001), de Steven Soderbergh es, de entrada, un modelo de cómo realizar un remake sin quedarse en mera copia, además de realizar una sugestiva variación. Supera al acartonado original, 'La cuadrilla de los once (1961)', de Lewis Milestone, por varios cuerpos de distancia. Algo que no se puede decir de otros remakes, en estos últimos años, sobre otras obras centradas en un atraco. Lo que señala, por otra parte, cómo este género no deja de mantener su vitalidad, aunque quizá tambien la falta de ideas que empuja a 'actualizar' versiones precedentes, bajo la consideración de que el nuevo público no las recordará o ni siquiera las habrá visto. Ejemplos los tenemos en 'Ladykillers' (2004), la más floja obra de los Coen, y notoriamente inferior a 'El quinteto de la muerte' (1955), de Alexander MacKendrick.Es cierto que ni 'Un trabajo en italia' (1969), de Peter Collinson, ni, aún menos, 'El caso de Thomas Crown' (1968), de Norman Jewison, superaban la discreción, pero sus recientes versiones, la que realizó en 1999 de la primera John mcTiernan, y 'The italian job' (2003), de F Gary Gray, son aún más rutinarias, o mecánicas (las secuencias iniciales o finales de los robos en la versión de McTiernan son brillantes, pero todo lo que acaece en el nucleo de la narración es irritantemente vacuo). Estas obras podrían unirse en su condición de mecanos insípidos o, como mucho, impersonalmente hábiles, a otras obras reciente centradas en un robo, caso de 'La trampa' (1999), de Jon Amiel, 'The score' (2001), de Frank Oz, 'Operación Swordfish' (2001), de Dominic Senna, o 'After the sunset' (2004), de Brett Ratner. Y no dudaría en añadir 'Ocean's thirteen' (2007), de Soderbergh, que parece realizada con considerable desgana para cubrir un trámite, sin la vivaz chispa de las dos partes precedentes. Excepción podría ser 'El buen ladrón' (2003), de Neil Jordan, casi tan consistente como la obra de Melville, 'Bob el jugador' (1955).
'Ocean´s twelve' (2004), al menos, sin ser una obra redonda, no ocultaba su condición de juego, tanto en privilegiar más su faceta de comedia, con livianos ánimos deconstructivistas, donde el mismo robo, o su preparación, veían diluidas su relevancia, jugando con la contrariedad de las expectativas, como en constituirse en una variación al estilo 'free jazz' del original, en donde importa más jugar con las piezas que con la orquestada construcción de las piezas de la primera. Un divertimento, sí, pero al menos realizado con gracia, algo que no se puede decir de la tercera, agarratada al plegarse a una estructura más férrea, la de la primera, pero revelándose como pálida emulación. Sólo queda la mecánica. Porque una de las cuálidades de 'Ocean's eleven' es su espiritu y musicalidad 'cool'. Algo de lo que, paradojicamente, carecía la versión interpretada por Sinatra y su pandilla del 'Rat pack', quienes precisamente se convirtieron, o eso pretendían, en imagen de lo 'cool'. Y este aspecto que se hace cuerpo narrativo, constituyéndose en una de sus más notorias virtudes, su afinada modulación entre ingrávida, elegante y vivaz, no es sino tambien reflejo de una idea que sostiene la dinámica dramatúrgica, y con la que tambien coincide 'El buen ladrón': el afán de superación.
No sólo la tentativa del atraco, que se realiza contra un emblema de esta sociedad materialista de la ostentación y la opulencia, los casinos de Las Vegas (en concreto, sobre tres), sino tambien la superación, para Ocean (George Clooney) de un fracaso pasado, el sentimental, y su recuperación en un nuevo reinicio. Y es que Tess (Julia Roberts), su anterior pareja, lo es ahora, precisamente, del dueño de esos casinos, Dominic (Andy Garcia).
Así que la jugada tiene doble mate al rey. No es casual que la estructura de la narración parta de una secuencia en la que Ocean es entrevistado en la carcel, en los momentos previos a la salida. Lo que se nos narrará despues no es que sea un flashback propiamente dicho, sino una aguda ordenación estructural ya que el posterior comienzo de esa narración del pasado coincide con la anterior salida de la carcel de Ocean, y cómo reúne a sus diez compinches para perpretar ese robo que ha planeado minuciosamente en sus años de reclusión. Esa segunda estancia en la carcel, de menor duración (por transgredir la libertad condicional), no es, paradojicamente, sino la conclusión de un logro, una aparante reclusión que no es sino el movimiento sacrificado para ejecutar el jaque mate. No deja de constuirse en sencilla, pero eficaz, alegoría de golpe al sistema, a desapegado ritmo cool. Tan engañosa, aunque con sentido, es esa introducción como el golpe de efecto del robo, con el que juegan con las falsas apariencias ( ironía ya que el sistema se sostiene sobre las falsas apariencias), y cuya realización real se nos desentrañará posteriormente, jugando, con habilidad, con la construcción de los climax narrativos convencionales. Y el amor vence, o se recupera, porque revela el engaño del sistema, en este caso, metonimizado en Dominic. Ocean le revela a Tess cómo Dominic prioriza el dinero o la posesión al amor. Esta heterodoxa condición, camuflada bajo sus vistosos ropajes narrativos, se ejemplifica en el quizá momento más hermoso de la película. Ese travelling lateral que muestra los rostros risueños de los otros diez compinches, junto a la luminosa fuente, contemplando el edificio donde han perpretado felizmente el robo. O cómo la ilusión, el afán de superación, ha vencido a la capciosa ilusoriedad. Justicia poética hecha con suma elegancia, vitalidad contagiosa y ritmo, con un lúdico espiritu irreverente dicho a 'sotto voce'.
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