Cruella y la chica real podría haber sido el título de Cruella (2021), si se asociara con la segunda obra de Craig Gillespie, Lars y la chica real (2011). O Yo, Cruella si se la relacionara con la obra previa, Yo, Tonya (2017). Se ha reconvertido, con agudeza, una figura siniestra, sin contexto ni matiz, ya que la Cruella de 101 dalmatas era pura (o mera) perfidia (cuyo propósito era desollar criaturas caninas para disfrutar de un lustroso abrigo), en la encarnación de la figura coraza con la que las mujeres protegen su vulnerabilidad y se envisten de la fuerza que proyecta una contundente y expeditiva imagen (pérfida). La decepción o las heridas emocionales se tornan afiladas púas y garras, o latex de domina. De alguna manera, es una variación de la transformación de Selina en Catwoman, en Batman vuelve (Batman returns, 1992), de Tim Burton. A ambas les une una caída, que es literal, en un caso propia, en otra de un ser querido. El agravio, la herida infligida, se torna coraza y lanza, actitud inclemente y garra. Cruella tampoco se restringe al autorreferencial territorio del fetiche y se interna en el del arquetipo. Incluso se despega menos de la realidad inmediata (de nuestro contexto, aunque la acción transcurra en los setenta). Y fundamenta su equilibrio, entre la abstracción y lo real, en la constitución emocional de Estella/Cruella (Emma Stone) y en su relación con su circunstancia. Invierte el proceso de Lars y la chica real, en la que lo anómalo irrumpía en lo cotidiano (como un fuera de campo que se hace contraplano, y reflejo cuestionador, con desarmante naturalidad). En Cruella, en el territorio abstracto de la imaginería fantástica, que representa Cruella de Vil, se introduce el conflicto emocional de sentirse una misma en forcejeo y colisión con la adaptación a un modelo (social) que emular para sentirse aceptada y valorada. La muñeca hinchable en aquella, reflejo de las faltas o dificultades de conexión emocional, es el personaje de Cruella que Estella se crea como reacción, tanto inconsciente como consciente, con respecto a la decepción y las heridas emocionales infligidas. Ese personaje, Cruella, domina el escenario de lo real en cuanto toma consciencia de la revelación de cuál es la causa, o quién es la responsable de su desgracia, la muerte de su madre, cuando ella era una niña, diez años atrás. Esta vertiente conecta con Yo, Tonya, en la que la madre, que encarnaba Allison Janney, parecía una versión ajada de Cruella. De hecho, la describí en su momento como una especie de Cruella de Vil que rezuma ponzoña en cada gesto de retorcida indiferencia o deleite en hacer daño. El conflicto, o la colisión maternofilial, también vertebra Cruella, con una resonancia simbólica más amplia, ya que la baronesa (Emma Thompson) representa la mentalidad empresarial (de nuestra dictadura corporativa). O dicho de otro modo, de qué materiales corruptos está constituida esta sociedad que nos gesta y modela. ¿Dónde queda nuestro yo real entre tantos yoes virtuales con los que nos configuran y nos relacionamos?
En Yo Tonya se decía “No existe tal cosa como la verdad. Cada uno tiene su propia verdad, y la
vida sólo hace lo que quiere contigo”. En Cruella la verdad parece que se
escurre en una sucesión de muñecas rusas. Cruella se estructura desde la evocación (que resulta ser desde la
muerte, en un sentido figurativo, es decir, la transformación o muda vital que
constituye, definitivamente, y ya sin descompensaciones, el Yo, Cruella). Esas
descompensaciones, al fin y al cabo, derivaban de la enajenación, o de la
ofuscación de la furia. Estella, que siempre se había sentido diferente o rara
(y por ella, despreciada, o apalizada, ya desde niña, en el colegio) desaparece
cuando entra en escena Cruella, es decir, cuando se revela que la mujer que
admira, profesionalmente, la baronesa (Emma Thompson) es la responsable de la
caída, y muerte, de su madre (para lo que utilizó a sus dálmatas amaestrados).
Su vida se revela como infierno: en Batman
vuelve se jugaba con la rotura de unos rótulos de neón que, de ese modo,
convertían la palabra Hello en Hell; una rotura parecida se ejecuta en Cruella; aunque en una es inicio o
cruce de umbral cuando Selina se convierte en Catwoman, y en otra irónica
afirmación de un reemplazo o derrocamiento). Por tanto, el trayecto de Cruella, se inicia con
el rechazo de los otros, que la califican de rara, deriva en la indefinición de
la marginación (como mera mujer de la limpieza en una tienda de ropa), en la que camufla su singularidad (cubre su pelo blanquinegro con una peluca roja), se
reconfigura, como empleada creativa, con la adaptación vía un modelo admirado,
y concluye con la sublevación con respecto al mismo, que pasa primero, por
reacción enajenada, por la anulación de su yo vulnerable, para ya, finalmente, afirmarse
en un yo singular con un voz diferenciada, con firmeza y asunción de la
vulnerabilidad (un yo real que constituye su propio personaje, sin ser ya una
figura modelada, o diluida, por entorno ni ser una mera respuesta divergente
fundamentada en la negación).
La descompensación de su actitud, en la fase de enajenación, la sufren particularmente Jasper (Joel Fry) y Horace (Paul Walter Hauser), sus dos amigos y cómplices desde que, huérfana, perdida en Londres, coincidieron en un parque. Para ellos, en un principio, Cruella no es Estella. Para ellos Cruella no es el resultado de una transformación evolutiva sino casi una suplantación en suspenso estado de enajenación. No hay término medio, no hay sentimiento de complicidad, ni de familia (disfuncional), sino mera distancia que puede ser incluso cruel, como si ellos ya solo fueran herramientas de sus propósitos. Cruella es la tentación del abismo del desquiciamiento. Su ciega ansia de venganza implica su conversión en la figura que odia, quien, por añadidura, no es solo la responsable de la muerte de su madre, sino que se revela como su madre biológica. Desear su muerte, desear que sufra lo que hizo a la que sentía como su madre (aunque no fuera biológica) supondría no ser ella misma sino ser una réplica de la baronesa. Por ello, su trayecto de autoconocimiento, o afinamiento de emociones, implica el reemplazo de la abusiva madre mediante modos que, más bien, la dejen expuesta en su crueldad sustancial, y así logrará afirmarse en su condición de identidad singular que no se desprende de la capa primera, la capa de su vulnerabilidad consciente, que se subleva pero no se deja dominar por la furia. Gesta su familia disfuncional, que se desmarca de patrones instituidos, su singular territorio de identidad que difumina límites, como en su cabello se conjuga el blanco y el negro, o incluye en la misma otra especie animal, los perros.