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viernes, 31 de agosto de 2012
Helena Bonham-Carter, mujer del pasado, cómplice de Burton
En los tres primeros lustros de su carrera, Helena Bonham Carter parecía atrapada en el tiempo, o mejor dicho en otros tiempos, ya que parecía representar un protótipo de mujer británica de tiempos pretéritos. Las producciones que predominaban en su filmografía eran de esa índole, caso de 'Una habitación con vistas' (1984) y 'Regreso a Howards' End' (1992), ambas de James Ivory, 'Lady Jane' (1986), de Trevor Nunn, 'Francesco' (1989), de Liliana Cavani, 'Hamlet' (1990), de Franco Zefirelli, 'Frankenstein' (1994), de Kenneth Brannagh o, la mejor de este lote, 'Las alas de la paloma' (1997), de Ian Softley. Alguna obra estaba ubicada en la actualidad, caso de 'Poderosa Afrodita' (1995), de Woody Allen, pero ya se sabe que el cine de Woody, es de otra galaxia, además de intelectual ( y éstos, los pocos que quedan, genuinos, quiero decir, están en otra orbita). Un giro radical en su carrera fue su extraordinaria interpretación en la prodigiosa 'El club de la lucha' (1999), de David Fincher. Y giro radical pero en su vida fue el conocer a Tim Burton con el que iniciaría relación sentimental en el rodaje de 'El planeta de los simios' (2001), y profesionarl porque ha colaborado encasi todos sus posteriores proyectos, 'Big fish' (2003), en la que está especialmente memorable en su doble prestación, 'La novia cadáver' (2005), obviamente poniendo voz, 'Charlie y la fábrica de chocolate' (2005), 'Sweeney Todd' (2007), 'Alicia en el país de las maravillas' (2010) y 'Dark shadows' (2012).. Además, ha interpretado a la pérfida Bellatrix en la saga de Harry Potter, intervino en la más floja de la 'serie' de Terminator, 'Terminator salvation' (2010), de Mcg y sigue y seguirá atrapada en otrios tiempos en 'El discurso del rey' (2010), de Tom Hooper, 'Les miserables' (2012), ambas de Tom Hooper, 'Grandes esperanzas' (2012), de Mike Newell en la que interpreta a Miss Havisham, pero tambien en 'Lone ranger' (2013), de Gore Verbinski y The Young and Prodigious Spivet (2013), de Jean Pierre Jeunet. Y en un cortometraje de Roman Polanski, 'A Therapy' (2012), como parte de la promoción de Prada, en la que encarna a una paciente de cuyo abrigo de piel se obsesiona el terrapeuta, encarnado por Ben Kingsley.
Plácidas pausas de rodaje: Peter Cushing y el chimpancé Otto
Peter Cushing saluda a su partenaire chimpancé Otto durante una pausa de rodaje de 'La venganza de Frankenstein' (1958), de Terence Fisher. Si en la anterior obra, 'La maldición de Frankenstein' (1957), la piel macilenta y descarnada de la
criatura, en la que parecían entreverse los nervios, y los ojos acuosos, eran el reflejo o reverso monstruoso de la hipocresía de la sociedad hipócrita (cual retrato de Dorian Gray), en esta ocasión se incide en la animalidad más primaria (reflejo de esa competitividad citada en los otros médicos): el éxito de la operación, como el caso del mono al que se injertó el cerebro de un orangután, no impide una terrible secuela, un voraz instinto carnívoro, o canibal (la naturaleza depredadora del hombre, aunque se camufle en modales 'civilizados').
David Shire - La Conversacion
La excelente banda sonora de David Shire para 'La conversación' (1974), fue compuesta antes de que se rodara. Coppola le daba indicaciones con títulos (de hipotéticas escenas que no estaban ni en el guión) que pudieran sugerirle emociones concretas, ‘Harry Picks Up His Laundry’; ‘Harry Goes to Thanksgiving Dinner at His Grandmother’s; ‘Harry Goes to His High School Reunion' (Harry recoge su colada; Harry acude a la cena de Accuón de gracias de su abuela; Harry asiste a la reunión de la escuela secundaria). Coppola quería que fuera el piano el instrumento omnipresente, pero Shire consiguió que aceptara la inclusión de efectos de sintetizador en dos secuencias ( la de la pesadilla y el crimen).’ El resultado es fascinante en su minuciosa elaboración ( y cómo se vertebra con el diseño de sonido de Walter Murch), con una tonalidad burlona,como si fuera la encarnación musical de ese mimo de la secuencia inicial, y que tiene su admirable culminación en esa simultanea presencia, que es colisión, del tema principal de Shire y la música diegética del saxo que está tocando Harry (Hackman) en la secuencia final que refleja ese desencuentro entre Harry y la realidad.
jueves, 30 de agosto de 2012
Plácidas pausas de rodaje: Frank Capra, Bette Davis y Edward G Robinson
Sopa de ganso - Imágenes de un rodaje
Plácidas pausas de rodaje: Richard Brooks, Humphrey Bogart y Lauren Bacall
En rodaje: Robert Siodmak y Burt Lancaster
miércoles, 29 de agosto de 2012
George Sanders, trasunto de Gauguin
George Sanders, en una imagen promocional de 'Soberbia' (The moon and the sixpence, 1942), de Albert Lewin, que adapta la novela de Somerset Maugham. Su visión del artista nada tiene que ver con la del artista 'desgarrado' en conflicto con
su entorno, la vida y consigo mismo, como, por ejemplo, Van Gogh en 'El loco del pelo rojo' (1956), de Vincente Minelli o 'Los amantes de Montparnasse' (1957), de Jacques Becker. En este caso Strickland (Sanders), inspirado en la figura de Gauguin, es la del altivo y soberbio, ajeno a cualquier sentimiento humano, a quien sólo importa su obra, su arte ( o dotar a éste de mayúsculas), siendo los demás presencias funcionales (según la necesidad circunstancial) o molestas, pero siempre accesorias.
Jennifer Jones, los dos pintores, Brackman y Cotten, y el retrato de Jennie
La bella mentirosa
‘Perseguimos algo, y nos perdemos. Perseguimos la posesión. Pero no podemos poseer nada’, expresa, Edouard (Michel Piccoli) el pintor, en ‘La bella mentirosa’ (La belle noiseuse, 1991), de Jacques Rivette, que quiere de nuevo realizar el intento de pintar ‘La belle noiseuse’ (la bella de la discordia, la bella cizañera), ese cuadro en el que buscaba lograr el preciso reflejo del modelo, el reflejo tanto de lo visible como lo invisible, materializar un ideal, hacer posible lo que parece o es imposible. El cuadro lo había intentado pintar diez años atrás, pero desistió cuando apreció que el arte o la obra podía deteriorar la vida, la relación con quien era su modelo, Liz (Jane Birkin), con quien iniciaba relación, y que ahora es su esposa. Liz tiene una habitación favorita en la mansión de otro tiempo ( el del siglo XVII, el del personaje que quiere retratar; la historias son cíclicas, hay una realidad o un cuadro que nos supera), es la habitación de las quimeras, porque no sirve para nada. La nueva modelo será Marianne (Emmanuelle Beart). Es quien nos introduce, con la voz en off, en el relato. La secuencia inicial es otro juego de retrato, juega a que hace unas fotografías a escondidas a Nicolas (David Bursztein), para perplejidad de dos turistas Juegan a que no se conocen, y él le pide dinero por esa foto realizada a hurtadillas, esa ‘imagen robada’. La voz en off de Marianne se pregunta por qué realizan esa comedia, si es una forma de amenizar la espera o de distraer la ansiedad de lo que iba a suceder (el encuentro con Edouard), y en Marianne esa ansiedad absurda sin justificar. Nicolas es pintor, Marianne ama a Nicolas ( así presenta a ambos la propia Marianne).
En el territorio del cine de Rivette los personajes actúan de un modo tan intencional como no intencional, a veces es difícil discernir, incluso a ellos mismos cuesta aprehender el porqué de sus actos. Yo no soy nada. No hago nada. No quiero nada. ¡Es el cuadro el que quiere! Usted y yo estamos metidos dentro, será un huracán, una catarata, un abismo..., expresa Edouard a Marianne, que le responde que ya no siente su cuerpo, y él replica que tampoco. La vida, ese cuadro o escenario de las relaciones, de creadores y modelos, que pueden intercambiar o alternar sus papeles. A Marianne le disgusta que Nicolas haya aceptado sin preguntárselo, que sea la modelo de Edouard. Ha tomado la decisión como si ella fuera su posesión, una extensión de su voluntad, por mucho que él diga que no haya obligación de que lo haga; pero el gesto está hecho. Es el gesto que piensa en una idea, un privilegio, el que alguien que sea parte de su vida sea protagonista de un cuadro del pintor que admira. Pero esa idea se tornará en tormento cuando otras ideas le consuman, el del fuera de campo de las sesiones de posado. Fuera de campo que también consumirá a quien no tenía quimeras, Liz. Lo que desconoce Marianne es que los hilos de la comedia iban más allá, otra era la voluntad artífice que había propiciado que ella fuera la modelo de Edouard. No era algo tan azaroso, como el agente de Edouard sugiriendo que Marianne pose para él. Ya Edouard tenía en mente tal propósito. Representaciones, maquinaciones, proyecciones.
¿Y la verdad? Edouard afirma que la verdad puede destruir, que entregarse al cuadro, que es la búsqueda de un esclarecimiento, de la verdad desnuda, destruye las relaciones, porque quizá se evidencian sus frágiles cimientos, su artificiosa construcción (¿Realmente se siente el sentimiento o se necesita sentir? ¿O es una proyección? La intensidad de lo que se siente quizá no tenga que ver con una real conexión con el otro. De ahí, la ciega sobrevaloración cultural de la pasión, de la intensidad, que excusa tantos desencuentros y tanta violencia. En suma, ¿Sabemos ver al otro?¿Vemos lo que queremos ver o verle en toda su desnudez quebraría la ilusión?). En el desarrollo del posado, Marianne en un principio, se muesta rígida, con una mirada encendida, casi hostil, recelosa, como quien está exponiéndose, como quien está en una situación de subordinación. Su cuerpo es como el de un autómata que él dirige en cada posando, marcando las posiciones y gestos. Poco a poco se irá mostrando más desenvuelta, empezando a comportarse, conducirse como un cuerpo, no una figura cual estatua. E incluso adoptará el dominio del escenario (aparente), cuando empiece a proponer las posiciones de posado, e incluso llegue a incentivar al propio creador para que no desista cuando éste muestra sus dudas y su inseguridad ante la consecución de su propósito. En ese proceso ella ha ido mostrando lo que él necesitaba, buscaba, no su carcasa, su anatomía, sino lo que hay dentro, que es la real impudicia. Marianne se explora a sí misma en el proceso, se muestra, se descubre, como quien penetra en la raíz, en las entrañas tras los escenarios y las bambalinas, esa oscuridad en la que te ves y sientes desnuda, y siente que su amor no era real.
Por eso, el cuadro resultante no lo vemos. Sí Marianne y Liz, porque es el retrato de lo invisible, en el que Marianne se verá fría y seca porque así se siente realmente. Como le avisó Liz ha sido manipulada por Edouard, quien ha jugado con ella. El cuadro que mostrará él a todos, es otro, sin rostro, lo ‘visible’ que permite que las relaciones prosigan. En las secuencias finales, Edouard y Liz, tumbados en la cama, mirando a la luna. La mujer que no pide deseos a las estrellas fugaces porque no espera nada. El hombre que pregunta si después de tanto cansancio se puede saber lo que permanece muerto, y lo que se puede restablecer. Porque ambos se sienten muertos. ¿Ha sido una comedia, y volvemos al inicio, con su réplica de pintor y modelo jóvenes en Nicolas y Marianne, para amenizar su no espera y distraer la ansiedad absurda ante un tiempo que se sigue fugando de las manos y consume con la obscenidad de lo real el fulgor de las quimeras que alentaba la relación en sus inicios?¿Emborronar aquel cuadro irresuelto que retraba a Liz con el culo de Marianne no era sino la cizaña o discordia que reactivara un escenario mortecino de ilusiones apagadas, el recuperar esa desesperada búsqueda de una Idea (de lo sublime; la fusión de mirada y cuerpo, de uno y otro, desnudos), el deseo de ese logro a materializar, a alcanzar, que suponía incentivo para vivir, ahora que la mirada yacía postrada en el discurrir de los días? ¿Y ahora qué? Le pregunta Edouard a Liz, ambos postrados como espectros en la cama ¿Y Marianne? Tras ese brillante juego escénico de breves duetos en la extraordinaria secuencia final, Marianne sabe que puede decir no a los falsos espejismos, al sentimiento que no era sino un escenario, y a las intrusiones modeladoras de los otros, que esperan que, como réplica, te pliegues y adaptes a la trama de sus escenarios y proyecciones.
martes, 28 de agosto de 2012
Joel McCrea y Frances Dee, las canas de un amor duradero
57 años duró la relación entre Joel McCrea y Frances Dee. Sortearon separaciones y a punto estuvieron de divorciarse, pero en sus últimos años de convivencia, como se puede apreciar en la fotografía, antes de que él falleciera en 1990, se siente bien presente el resplandor aún llameante de una especial complicidad y conexión, la lumbre de un amor genuino y excepcional que aún se percibe palpitante.
En rodaje: Preston Sturges, Joel McCrea y Veronica Lake
lunes, 27 de agosto de 2012
The hour
Las actividades del gobierno, o del poder, se traman sobre pantallas, sobre imágenes convenientes, proyecciones que responden a unas estrategias y cálculos que definen lo visible y lo no visible, lo decible y no lo no decible, la versión qu
e debe prevalecer aunque sea falaz, lo que debe ser silenciado para que no rasgue la perfilada pantalla de los que dominan el encuadre ( y que implica que queden fuera los que estorban). También las relaciones se traman sobre pantallas, sobre conveniencias, proyecciones, cálculos, la imagen social, lo que conviene compartir o no compartir, como los roles, los modelos de actuación a los que deben plegarse hombres y mujeres. Hay que mujeres que para doblegarlas se las ‘condena’ a un matrimonio de conveniencia, una impostura, para encubrir a un actor en alza homosexual. Las hay que han hecho del desapegado epicureísmo una máscara de estoicismo, el sonriente maquillaje sonriente que contrarresta una vida a rebufo de otras voluntades. Se puede aceptar que una relación marital sea tan decorativa como el papel pintado siempre que no aparezca en escena otra mujer que, en este caso, comporte una amenaza que rasgue el papel porque no es otra tonta secretaria, sino una mujer inteligente. Entre todas pantallas se introduce una pantalla que aspira a rasgar todas ellas, a buscar la verdad, a revelar sus entresijos, sus bambalinas, lo que se oculta, la entraña de lo que sucede, la de un programa televisivo que da título a esta magnífica producción de la BBC, ‘The hour’, compuesta de seis capítulos, escritos por Abi Morgan, cuya acción transcurre en 1956, cuando tuvo lugar el conflicto de Suez, y Gran Bretaña junto a Francia invadieron Egipto (alienta en su obra la atmósfera de la literatura de Graham Greene, u obras como ‘El topo’, 2011, de Thomas Alfredsson). Aspira a ser no un periodismo distraiga como una anestesia, sino que abra en canal la realidad.
La imagen de esa pantalla que quiere ser incisión, Hector (Dominic West) es una figura escindida, alguien casado con una mujer de familia rica, hija de alguien con influencias (de modelar la realidad, de instituirla), alguien ambicioso que quiere ascender en la profesión, pero no carente de inquietudes, de aliento de periodista que no duda en enfrentarse a los poderes instituidos. Alguien plagado de contradicciones, que no llega a saber qué hacer con sus sentimientos, alguien acostumbrado a vivir en esa escisión entre su relación marital y otras aventuras que se encuentra ante una doble tesitura, ¿qué elegir cuando aparece una mujer de la que sí te enamoras? ¿qué hacer cuando aparece la oportunidad de poner al gobierno en la picota con una noticia pero que pondría en peligro el futuro de tu carrera?. Freddie (Ben Winshaw), carece de la imagen de Hector, por eso no puede aspirar a ser el rostro del programa; es el verbo certero, la mente inquieta, perforadora, cansada de un periodismo que se queda en las superficies o que se conforma con las trivialidades, es la mirada que busca tras las apariencias, que quiere desentrañar las marañas que se han convertido en una realidad que empieza a sacrificar piezas molestas. A veces en la labor del periodismo en ese afán de retratar la verdad que encubre más bien encontrar la imagen de titular estableces una distancia que te aleja de las implicaciones emocionales de lo que ‘registras’.
Uno de los grandes momentos tiene lugar cuando uno de los grandes personajes secundarios, uno de esos de los que quisieras saber más tan bien perfilados están en lo que se insinúa de ellos, Lix (Anna Chancellor), que fue periodista de guerra, relata cuando hizo una fotografía de una mujer en Madrid, cuando cayó la ciudad ante las fuerzas franquistas, mientras dentro fusilaban a varios hombres) Pero también te puede condicionar, ofuscar, el personalizar. Implicarte sí, pero no demasiado, porque te puede emborronar el discernimiento, porque quizá focalices demasiado en ciertos ángulos ( como le puede pasar a Freddie, aunque insistir en esclarecer la muerte de una amiga querida será el filo que descubra la podredumbre del poder tras la pantalla). El tercer vértice del triángulo protagonista es la a quien responsabilizan de la producción del programa, Bel (Romola Garai), fiel alliada y amiga íntima de Freddie ( que parecieran algo más que amigos dada su compenetración y complicidad, ambivalencia que se mantiene durante toda la temporada, en contraste con la relación, sostenida sobre las apariencias, el camuflaje y ocultamiento, con Hector).
Es ella quien tendrá que sortear aún los agujeros en el camino que hagan peligrar su condición de punta de lanza como mujer, como profesional, como ser la ‘otra’ (una reprobación que no sufriría el hombre), y mantenerse firme ante todas las presiones de los superiores y de los representantes del poder, sobre todo en la extraordinaria larga secuencia, culminante, de arrebatadora modulación, de la emisión del programa del último capítulo. Ella es el personaje ‘entre’, entre lo que representan ambos hombres, entre lo que representan o aceptan las mujeres a su alrededor, plegadas, subordinadas o, si no aceptan, quizá marginadas o eliminadas por no entrar en el juego de pantallas y conveniencias.
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