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lunes, 30 de agosto de 2010
Dos semanas en otra ciudad
En el primer plano de 'Dos semanas en otra ciudad' (1962), de Vincente Minelli, Jack Andrus (Kirk Douglas), otrora famoso actor, nos es presentado paseando,cual sombra errante, tras una verja. Tras ella lleva confinado más de cuatro años, en un sanatorio mental, consecuencia de sus crisis nerviosas entre el alcoholismo y arrebatos agresivos. Y esa verja representa la 'verja psicológica' a la que se enfrentará en las próximas semanas, y de las que se liberará tras ese tiempo, la que representan dos dependencias emocionales de las que no ha logrado desprenderse, la del director Kruger (Edward G Robinson) y la de Carlotta (Cyd Charisse). Con el primero colaboró en media docena de películas, estableciendo una enmarañada relación de amor-odio, y ahora, aunque no haya sabido nada de él durante su reclusión, parece que le da una oportunidad de salir de su atolladero vital,ofreciéndole un trabajo en la película que está rodando en Roma. Y,casualmente,allí está también Carlotta con la que vivió un abismal pasión que fue la que principalmente propició que encallara vitalmente, un ave rapaz (véase su gestualidad y las plumas que porta en una de sus primeras apariciones. Ambos son la pantalla de su agujero negro vital.
Pero en Roma tendrá también otros enfrentamientos con su pasado: en el joven actor Drew (George Hamilton), caprichoso y errático, se verá a sí mismo en sus comienzos. La luminosidad de una fuga de ese mundo de relaciones enmarañadas, en donde todos manipulan a los demás o se aprovechan de los otros para sus intereses se encarnará en la joven Verónica Daliah Lavi, con la vivirá momentos que más que de real pasión amorosa son liberación, un reflejo de emociones armónicas. Esa radiante y exultante emoción sentirá Andrus cuando tenga que suplir a Kruger en los últimos días de rodaje, tras que éste sufra un infarto, felicidad que se quebrará de cuajo, tras llevarse en feliz crescendo, cuando Kruger, y sobre todo la esposa de éste, Clara (Claire Trevor), le achaquen que no es que le esté ayudando a Kruger sino aprovechándose de la situación para su beneficio (una secuencia que podría haber posibiitado el énfasis y que Minelli resuelve con proverbial y dolorosa contención). Al fin y al cabo, ese pensamiento es definitorio de ese enquistado mundo del cine (no es una visión nada celebrativa sino más bien turbia), como demuestra la misma emponzoñada relación entre Kruger y Clara definida por los reproches virulentos permanentes: Magníficas las secuencias sucesivas en las que en primera Kruger explota, en vez de aguantar los rituales reproches de Clara, y ella se retira silenciosa, en el fondo del encuadre; en la siguiente secuencia, ambos en la cama, Kruger no puede contener el expresar su indefensión vital, la certidumbre que pesa en él de estar en el final de su carrera, y ella responde abrazándole solícita.
En las secuencias finales, aunque pueda estar en el filo de lo retórico no deja de ser hermoso el plano de Andrus, tras el catártico descenso en carrera frenética por la carretera de la colina en la noche con una asustada Carlotta a su lado, en que se empapa de agua bajo una manantial de agua. Andrus se ha liberado de su pasado, como un Orfeo que ya no necesita mirar atrás.
Con 'Dos semanas en otra ciudad' (Two weeks in another town,1962), Vincente Minelli reincide en otra visión nada complaciente del mundo del cine, y realiza una de sus mejores obras, dando muestras de su dominio expresivo de la composición y del color, con una dirección fotográfica excelente de Milton Krasner. Un viaje que es un descenso al pasado para liberarse de unos fantasmas que habían apresado al protagonista. La pantalla del mundo del cine se descubre más bien como un agujero negro.
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