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viernes, 1 de febrero de 2013
Agatha Christie, la arqueología del amor y otras intrigas
Agatha Christie lee alguna de sus obras ('work in progress') a su marido, el arqueólogo Max Mallowan, quince años menor. Se conocieron precisamente en unas excavaciones en Irak. El amor surgió entre tumbas y restos de cadáveres. La poesía también brota de la ironía, sobre todo, para una escritora de historias de intriga, donde la muerte es el substrato desde el cual se erige la sazón de su arte, o el de la mentes deductivas de sus detectives. Poco antes ella misma había interpretado un misterio sin resolver: su desaparición durante diez días, hasta que apareció en un hotel inscrita con el nombre de la amante de su marido. La escritora dijo que no recordaba nada de esos díez días. Se dice que fue su manera punitiva de dejar en evidencia la infidelidad de su anterior marido. Aunque la sociedad la calificara de trastornada, y no mejoró su imagen cuando se casó con un hombre mucho más joven, y la calificaran de 'asaltacunas'. Eso sí, su amor, su relación, duró cuatro decadas. El final feliz de su colorín colorado también se convirtió en expeditivo corte de mangas a la mezquina sociedad y sus silenciosos crimenes estigmatizadores. En cierta ocasión, ella preguntó a su marido: '¿Por qué estás con una vieja como yo?', a lo que él respondió: 'Soy arqueólogo, querida. Cuánto más vieja seas, más te querré.'
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