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jueves, 6 de diciembre de 2012

4 meses, 3 semanas y 2 días

Photobucket Del mismo modo que la precedente ‘La muerte del señor Lazarescu’ (2005), de Cristi Puiu, y la posterior, y hace poco estrenada, ‘Martes, después de navidad’ (2010), de Radu Muntean, ‘Cuatro meses, tres semanas, dos días’ (4 luni, 3 saptamini si 2 zile, 2007), de Cristian Mungiu, despliega, de modo deslumbrante, unos rasgos de estilo que comparten ciertos cineastas de la que fue calificada ‘nueva ola rumana’ (que se considera iniciada por el cortometraje del 2004, ‘Traffic’, Catalin Mitalescu’, aunque su posterior largometraje, ‘Cómo celebré el fin del mundo’, 2006, no me parece que comparta ni rasgos de estilo ni mismas cualidades, ya que más bien parece una rancia prolongación del más vetusto cine de autor setentero): planos de larga duración, en ocasiones punteados con movimientos de cámara (en las obras de Puiu o Muntean; en la de Mungiu en los exteriores), ausencia de música, austeridad de estilo, distancia, como se mirara a través del microscopio, un realismo despojado, de mirada a ras de suelo, combinado con elaboradas composiciones (un refinado uso del scope en las obras de Mungiu y Muntean), unos finales abruptos, como si se interrumpiera la proyección, a la par que un inicio como si hubiéramos irrumpido con la proyección ya comenzada, en un momento determinado de la vida de los personajes, y sólo hubiéramos sido testigos del curso de unos limitados pasajes de vida (unas horas en la obra de Puiu, un día en la de Mungiu, unos pocos días en la de Muntean), pero los cuales se revelan como representativos de un todo, por mucho que reflejen un acontecimiento excepcional, que parece marca un antes y un después en la vida de los protagonistas ( la hospitalización de Lazarescu, la ruptura de una relación/un matrimonio, un aborto). Photobucket Del mismo modo que transcurre casi un tercio de la obra de ‘Cuatro meses, tres semanas, dos días’, antes de que se explicite cuál la circunstancia excepcional que afecta a las dos protagonistas, y el porqué de las evoluciones de Otilia (Anamaria Marinca), una de ellas (comprando tabaco a un compañero de residencia, reservando habitación de hotel, desplazándose en autobús), esto es, el aborto que van a realizar a Găbiţa (Laura Vasiliu) en un hotel, las acciones que contemplamos también son toda una punta de iceberg que refleja toda una circunstancia vital, la de un tiempo, la de una época y una sociedad, los últimos días de la dictadura que ejercía Ceaucescu, en 1987. Hay un sutil reflejo de un conjunto de vida, todo un engarce entre las acciones clandestinas que tienen que cumplimentar (cual trámites) ambas amigas para se realice un aborto, y la relación de Otilia con su novio, Adi (Alexandru Potocean). Photobucket En las primeras secuencias poco nos indica la excepcionalidad de su propósito, más bien pareciera que fueran a realizar un viaje. Todo transpira una cotidianeidad sin especial significancia (incluso la primera discusión entre Otilia y Adi por el hecho de que ella no quiere decirle qué va a hacer esa tarde que le impide ir a la comida de cumpleaños de su madre), aunque un sordo extrañamiento se va aposentando. Hasta que se produce la irrupción de lo ’anómalo’, el personaje de ‘otro mundo’, el hombre que va a realizar el aborto, Mr. Bebe (Vlad Ivanov), como si una realidad agazapada, una purulencia enquistada, comenzara a asomarse. La larga duración de los planos, además fijos en las secuencias de interiores (‘entre’ los personajes), propicia una creciente exasperación, una tensión que nunca parece descargarse, que no podrá hacerlo (como las últimas palabras entre las dos amigas son: ‘nunca hablaremos de esto’). Photobucket Hay un plano, extraordinario, que se convierte en su emblema, ese larguísimo plano en el salón de la casa del novio de Otilia, cuando celebran el cumpleaños de la madre (Luminita Gheorghiu, la actriz que interpretaba a la enfermera en ‘La muerte del sr Lazarescu): Otilia está sentada a la mesa, rodeada de extraños (que parece que la comprimen, en el mismo encuadre), que conversan sobre cuestiones intrascendentes, que suponen además todo un choque con respecto a lo que ella acaba de vivir, aún empapada de esa turbiedad, que raspa la dilatada duración del plano como un grito amordazado. Porque no sólo es la sordidez clínica del proceso del aborto, sino, sobre todo, la sordidez de la discusión y el forcejeo con Mr Bebe sobre sus honorarios, los desprecios y reproches que han tenido que soportar de él, humillación que ha culminado, ya que no disponían del dinero suficiente, con la concesión de Otilia de dejarse follar por él para que acceda a realizar el aborto a su amiga. Photobucket Photobucket Esta entrega de Otilia por su amiga, ampliada a todo lo que ha realizado previamente reservando habitaciones, y contactando con el abortista, y posteriormente, su tétrica odisea en la noche para depositar el feto en algún lugar, contrasta con la actitud de su novio, con sus suspicacias, y falta de confianza (como una suplementaria carga de tensión para ella): por eso, el aborto, a lo que ha tenido que llegar Gabita, y la relación que se aprecia entre Otilia e Idu, que parece va a llegar a su fin después de lo ocurrido este día, son como el plano y contraplano, consecuencia y causa (el momento en el que él le dice que no importa que él días antes se corriera dentro de ella ya que no ha quedado embarazada, entonces ¿para qué discutir su falta de sensibilidad y consideración?) La predominancia de los planos largos tiene rupturas de lo más elocuentes, que propician algunos de los momentos más intensos, como lija silenciosa: los breves planos de Otilia, de espaldas, en el baño del hotel, tras que haya sido follada por el abortista. Su mirada, en el plano final, apartándose de la de su amiga, y mirando en dirección hacia cámara, no puede ser más elocuente, como una mirada que perfora los silencios que no dejan de gritar en una sociedad que supura. Photobucket

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