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sábado, 22 de diciembre de 2012

Adoration

Photobucket En el 2008, tres extraordinarias obras, de lo mejor de la década, las británicas ‘Hunger’ , de Steve McQueen, ‘Of time and the city’, de Terence Davies, y la canadiense ‘Adoration’ , de Atom Egoyan, no se estrenaron en nuestras pantallas; las tres nos recordaban que hay todavía senderos cinematográficos por explorar, que el ingenio aún puede quebrar supuestos límites, que el asombro aún es posible, y que la emoción no se ha pasteurizado. El cine de Atom Egoyan coincide con el de otro cineasta británico, Mike Leigh, en realizar narraciones con trayectos catárticos; es un cine que despierta la emoción; que restriega nuestra mirada, nos zarandea y sacude para que recobremos la consciencia. Su forma de estructurar los relatos es distinta, pero coinciden en esa medida orquestación musical subterránea de un atasco u obturación emocional que encuentra su liberación en sus pasajes finales. Son trayectos alquímicos, se sumergen en las honduras de la depresión, para resurgir transformados cual ave fénix. O como una madeja que se desenmaraña, para enfocar con claridad las distintas hebras de que se compone, extirpando equívocos reflejos. Photobucket La estructura del cine de Egoyan es un laberinto o un puzzle (o ambas cosas) que se trama sobre la narrativa de capas, jugando en las primeras con lo equívoco, con lo fácil que es manipular las apariencias, la realidad, para inferir una determinada impresión (o la versión que se imprime como realidad).Y, por otro lado, cómo el discernimiento no es fácil, y además de la manipulación consciente, interesada, la ofuscación de las propias emociones también contribuye a la tergiversación, a la percepción insuficiente. En ‘Adoration’ se añade un componente circunstancial que se arrastraba desde los atentados del 11/9, la xenofobia, el estigma, sobre cualquiera que pudiera asemejarse, por zona de procedencia, por color de tez, a los autores del atentado. Cualquiera era parte del ‘ellos’. El tú concreto se diluía en la representación. Cuando al otro lo conviertes en cosa, en representación, el individuo se difumina, ya no es él sino lo que representa para ti. Photobucket En ‘Adoration’, en sus primeros pasajes, Simon (Devon Bostick) es un alumno, un adolescente, que relata a sus compañeros de clase de francés cómo su padre fue un terrorista libanés que utilizó a su esposa embarazada para acarrear una bomba en un avión (aunque fue descubierto a tiempo por las fuerzas de seguridad israelíes), lo que suscita una imprevista cadena imparable, ola de comentarios que se va engrandeciendo a través de internet (de chats con cam), en primera instancia con alumnos o chicos de su edad, pero cada vez ampliándose e interviniendo un diverso número de gente, como si levantara un campo de ampollas, que se extiende a la misma experiencia de los judíos de un campo de concentración. Por otro lado, está Tom (Scott Speedman), el tío de Simon, con quien este vive, que parece padecer de ciertos quistes xenófobos, por su susceptible reacción ante una mujer con velo (con la que tiene un enfrentamiento, significativamente, mientras está colocando unas figuras que representación ‘La adoración’ y remarcando que es su propiedad privada). También está Morris (Kenneth Welsh), su padre, y abuelo de Simon, al que este graba en el hospital con su cámara (la mirada que tergiversa, la mirada que busca e interroga). Photobucket Y la profesora, Sabine (Arsine Hanjian) la que ha propuesto la redacción de ese texto a Simon, que pronto descubriremos que es inventado, planteado como una performance, una mentira a la que se quiere agarrar Simon (que no quiere desvelarla), para perplejidad de Sabine (quien es la que se había ‘disfrazado’ como la mujer del velo para poner a prueba el grado de intolerancia de Tom). Todos toman como verdad el ‘relato’, con el conflicto consecuente cuando se desvele (como otros relatos, capciosos, se desentrañarán). Pero nada es simple, y hay más ángulos y perspectivas, para disponer de la necesaria de conjunto; para comprender la implicación y el porqué de las conductas de los personajes, sobre todo del trío protagonista, Simon, Tom y Sabine: el por qué no quiso Simon que se desvelara, porque en ese relato hacia transferencia de una vivencia o historia personal, en la que le ‘abrasaba’ una versión oficializada por su abuelo, virulentamente xenófobo, y que estigmatizaba a su padre (como ‘monstruo’), casualmente, de ascendencia de oriente medio; que la profesora tenía también una implicación en esa historia. Photobucket Y que Tom arrastraba unos sentimientos de culpa que le habían convertido en ese hombre hosco y esquivo, que se dedicaba a llevarse con su grúa coches, como reflejo de una vida de una inmovilizada (que sigue bajo el yugo de una influencia que rechaza, la de su abuelo), y a la vez transferencia de lo que no ha aceptado en sí mismo. Es un personaje que necesita ‘explotar’ (como en el cine de Leigh, la congestión emocional que corroe el interior, amargura que influye, infecta, a los que comparten vida). En la compleja dramaturgia de ‘Adoration’, la narración fluye con una prodigiosa intensa emocionalidad, de doliente lirismo, como la excelsa banda sonora de Mychael Danna. La quema de iconos, de imágenes, de símbolos, en este caso de ‘la adoración’ (y además en la que fue la casa del abuelo), no es más que la emblemática purga de cuántas versiones o proyecciones e imágenes, cuántos relatos tergiversadores traman, o más bien enmarañan, infectan, nuestra relaciones con la realidad, tanto a nivel individual o a nivel colectivo. Y es que hay muchos velos que ofuscan nuestro discernimiento y nuestras emociones. Photobucket

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