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sábado, 5 de enero de 2013
Alexandre Desplat - Argo. De montajes y acrobacias: La eficacia de un engranaje
Si hay algo excepcional en 'Argo' (2012), de Ben Affleck, es la banda sonora de Alexandre Desplat (y me parece que no es la primera que empiezo con esta frase el comentario sobre una película). No quiere eso decir que la película me parezca floja, fallida o carente de interés. No desluce al lado de sus dos estimulantes obras previas, ‘Adiós pequeña adiós’ (2007) y ‘The town’(2010). Pero sin el nervio que vibraba en ciertos pasajes de ambas, sobre todo de su opera prima. ‘Argo’ es como un impecable engranaje, delineado como un minucioso tiralíneas, un ejercicio de montaje de ejemplar fibrosidad. Las dos horas discurren como una ráfaga de aire. Pero no cala. No deja de resultar interesante todo el montaje de representación que se idea y se establece para poder liberar a seis diplomáticos norteamericanos que, durante la denominada ‘Crisis de los rehenes’, no pueden salir de Teherán (y que han buscado provisional cobijo en la embajada canadiense). No carecen de gracia las secuencias en que intervienen el productor y el maquillador interpretados por Alan Arkin y John Goodman (aunque se eche en falta algunas más; también hacía evocar ‘La cortina de humo’, 1997, un sugerente guión al que no extrajo todo su potencial corrosivo el errado montaje de Barry Levinson). Todas las secuencias del tramo final, las que relatan el intento de fuga del artífice de la idea (de la ‘nave’ Argo, como la de Jason y los argonautas, que les liberará), Mendez (Affleck ), junto a los seis diplomáticos a los que ha ‘caracterizado’ como componentes de un equipo de filmación (de una película de nombre ‘Argo’), están narradas con vigorosa tensión. Pero quizá el drama no deja de permanecer en la superficie, como si se observara desde la distancia, desde demasiada distancia. Quizá estén demasiado atemperados todos sus jugosos ingredientes, desde sus apuntes irónicos, tanto a Hollywood (los más explícitos) como a la misma condición escenográfica del teatro político (no hay raptos patrióticos pero tampoco se afilan las aristas), hasta una emotividad que no acaba de agarrar las entrañas porque tampoco se realiza un perfil muy elaborado de los personajes, lo que dificulta ponerse en su piel, sentir la desesperación de su situación opresiva, como si se cerraran las paredes sobre la estancia en la que permanecen recluidos. Queda el engranaje, la acción, el montaje, la elaborada acrobacia. Una grata ráfaga de aire.
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