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viernes, 18 de enero de 2013

The imposter

 photo TheImposter2_opt_zpsfe84ac07.jpg ¿Quiénes somos?¿Qué representamos para los demás?¿De qué materia moldeable estamos hechos? ¿Cuántos podemos ser? ¿Cuán sugestionables podemos ser? Ser, parecer. Una obra, como la magistral producción británica ‘The imposter’ (2012), de Bart Layton, tramada sobre los cenagosos límites entre realidad e impostura, también entrecruza sus territorios expresivos: es un documental narrado como una ficción, ¿o quizás a la inversa? Narrado con una estética tenebrista, y un ritmo arrollador, hipnótico, con un fascinante trabajo sobre las texturas sonoras (como si las ‘voces’ de la realidad fueran una maraña difícil de desenredar, de discernir), pareciera acompasarse a esa serie de magníficas siniestras series británicas de este último lustro. Una desaparición une a las dos líneas paralelas que se cruzaron como el aspa de incógnita. En 1993 desapareció en Texas un niño de trece años, Nicholas Barcley. Cuatro años después comunican a su familia, a su madre y hermana mayor, que le han encontrado en Linares (España). ¿Qué hace allí y cómo ha llegado hasta allí?  photo The_Imposter_4_opt_zpsd6e0c7f3.jpg  photo theimposter_opt_zps1efc3564.jpg Pero sobre la oscura y difusa imagen de una figura encapuchada que llama desde una cabina ( lo primero que hemos oído es una voz distorsionada que informa de que han encontrado a un chico de unos catorce o quince años), tras un travelling a ras de suelo que parece escrutar esa indefinida figura, la imagen rebobina: Quien ha llamado no es Nicholas, sino alguien que se hará pasar por él, que le ‘suplantará’, alguien que tiene 23 años, no 17. Él actúa, sabe cómo tiene que hacerlo para resultar convincente, y decide, tras observar un mapa de Estados Unidos en la comisaría que ‘es’ un chico desaparecido estadounidense. Ahora la cuestión será ‘parecerlo’; entre en juego el arte de la simulación, de la persuasión. Hay un fabuloso montaje secuencial que relata su serie de llamadas a comisarías estadounidenses, con imágenes de series de los 70, como McCloud, Kojak o Starsky Hutch, como contraplano ficticio que le contesta.  photo the-imposter-header_opt_zps3546de74.jpg Estos juegos entre ficción y realidad abundan en esta asombrosa obra: entre los tiempos, hay diálogos que repite en el pasado y en el presente (su mueca, como un eco ‘mudo’, que pone en interrogantes el propio relato evocador: ¿alguien que ante todo actuaba, que era casi mentiroso compulsivo, puede variar?), incluso con cambios de texturas sonoras en mitad de una intervención. Las acciones del pasado están recreadas ‘dramáticamente’, la mayor parte de ellas, combinadas con los relatos y testimonios de la familia de Nicholas, participantes en la investigación (un detective, una agente del FBI, entre otros y otras), y, sobre todo, el chico ‘impostor’, que se descubrirá que es francés, de nombre Frederic, y que ya había realizado esta acción de suplantar identidades a lo largo de Europa en innumerables ocasiones, como quien contrarresta las carencias que sufrió en su niñez, la falta de un escenario familiar, buscando integrarse en otros ‘escenarios’, ser otro, para quizá sentirse parte de un conjunto en el que se le reconozca, para el que sea visible, y por tanto sienta que existe, que no es una figura al margen ( y sí quizá protagonista de algún ‘escenario’).  photo The-Imposter-010_opt_zps4ec68bdb.jpg Pero, por otro lado, ¿por qué le acepta la familia de Nicholas? ¿De verdad puede creer que es él, aun con las diferencias de rasgos físicos, empezando por el color de ojos diferente? ¿Lo hacen porque lo necesitan, porque quieren que sea así, porque contrarrestan un vacío, una herida no cerrada?¿ Frederic representa una pantalla de vida, un drama, que les cauteriza con el fantasma de su presencia? ¿O en esa aceptación hay trapos sucios por desvelar, quizá cadáveres por desenterrar? Pero el escenario no deja de carecer del temblor de la incertidumbre ¿ Y si reapareciera de repente el auténtico Nicholas? La vida se revela como un escenario desplegado entre interrogantes, con la brecha abierta de las incógnitas. Frederic se encuentra viviendo una realidad que había vivido a través de la pantalla, de la ficción, en las películas estadounidense, que no imaginaba que pudiera ‘protagonizar: la secuencia en la que entra en el prototípico autobús de instituto. Es como si viviera un extraño sueño, en el que fuera un intruso al que se le ha dado permiso por participar provisionalmente La realidad es según nos la presentan, decía el director, que encarnaba Ed Harris, en ‘El show de Truman’ (1998), de Peter Weir. El hombre verdadero, el impostor, en el ‘entre’, entre ambas condiciones, late y se enmaraña la vida, ese extraño relato lleno de ruido e incógnitas contado por quién sabe quién.

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