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viernes, 10 de mayo de 2024

Hasta el fin del mundo

 

Mortensen, en su segunda como película director, Hasta el fin del mundo (Dead men don´t hurt, 2024), teje una narración tan concisa como austera, y con una contenida emoción. Un western que es un drama romántico o que más bien reflexiona sobre las inconsistencias de los hombres en contraste con las ideas sublimadas caballerescas. Hasta el fin del mundo dispone de una estructura singular, ya patente en su intrigante inicio, por las interrogantes que suscita por cuál puede ser la relación entre las diferentes secuencias: un caballero con armadura cabalga por un bosque; Vivienne (Vicky Krieps) agoniza, y muere, atendida por su esposo, Holger (Viggo Mortensen); la cámara encuadra el exterior de un saloon, en cuyo interior se escuchan disparos, del que sale Weston (Solly McLeod), al que un travelling lateral sigue mientras dispara a un par de hombres más. Como desvelará la narración posterior, que alternará tiempos, los sucesos que acontecerán posteriormente (un juicio amañado en el que se acusará a otro hombre de los asesinatos, para conveniencia de quien domina ese pueblo, el padre del asesino, Alfred (Garret Dillahunt); la dimisión como sheriff de Holger y su abandono de ese pueblo) con el pasado, cómo se gestó y desarrolló la relación entre Holger y Vivienne, con la guerra civil como determinante hiato de la misma, la relación no es causal, como hechos interrelacionados, sino asociativa o dialéctica, como ideas que definen el substrato del planteamiento narrativo.

La idea del caballero es vertebral ,y las figuras masculinas más relevantes, tanto Holger como Weston, ejercen como diferentes contrapuntos, a ese icono ideal del caballero medieval, por negligencia y oposición. En la evocación de la infancia de Vivienne se vincula también con Juana de Arco; en cierto momento, avanzada la narración, tras el yelmo se descubrirá el rostro de la propia Vivienne. Weston es el bruto, figura siempre vestida de negro, que solo se mueve a impulsos de caprichos y apetencias. Es el epítome de esa crueldad humana que ejercieron los soldados británicos con su padre cuando lo ahorcaron o en el presente la indiferencia de la decisión de quienes rigen el pueblo al decidir ahorcar a quien se utiliza como conveniente chivo expiatorio. Es la vertiente árida del ser humano, como la aridez del entorno geográfico donde construyó Holger su casa, decisión que sorprende a Vivienne desde el momento en que llega por primera vez. Define la faceta cuadriculada de Holger, carpintero y militar de origen danés, como también queda explícito en detalles como cuando pone un marco bien encuadrado en una exposición a la que asisten. Esa vertiente que pesará en su decisión para participar en la guerra civil para perplejidad, y desolación, de Vivienne, dada la armonía de su relación (y vida). ¿Qué necesita ver, comprobar, como él señala, cuando el cuadro de su vida parece idóneamente alineado?. ¿No es tampoco Holger, entonces, el caballero con el que soñaba ya que la dejará abandonada, expuesta, durante los años que dure la guerra?

Si resulta muy sugerente cómo se delinea el afianzamiento de esa complicidad, sintonía, entre ambos, aún más los pasajes que describen el tiempo de soledad de Vivienne. Reconfigura ese entorno pero no deja de estar expuesta a las incertidumbres de las conductas caprichosas que actúan de acuerdo a sus meros impulsos. Holger, en su retorno, deberá afrontar, no solo que lo que quería ver o comprobar no era lo que esperaba (por tanto ¿Qué le he deparado esa vivencia de cuatro años?), sino que la realidad que subordinó ya no es como era. Tanto por la interferencia de otros, como porque, fundamentalmente, su negligencia, su ausencia, tuvo sus consecuencias nefastas. Lo hermoso que habían afianzado había sido alterado, enturbiado. Deberá enfrentarse también consigo mismo, proceder a una batalla interior, en la que se batan sus reacciones impulsivas y su razón comprensiva, cuando se confronte con la presencia inesperada de un niño del que no es su padre. Debe ver con claridad que la reconfiguración de su entorno no se debe a decisiones de quien ama sino que se debe tanto a su ausencia como a la irrupción de una actitud que impuso su voluntad. Su ausencia fue responsable de una cierta muerte en vida de la armonía que habían afianzado antes de la guerra. De ahí la relación entre las tres secuencias con las que se abre la narración: la idea romántica, la violencia indiscriminada y las consecuencias trágicas. Por activa o pasiva se hace daño. Los sueños derivan en la muerte, sea por la crueldad de los humanos o por las imprevisibles enfermedades. Por eso, como indica el título original, los muertos son los que no hacen daño alguno.

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