¿En qué empleamos el tiempo cuando se nos despide de la vida programada? El tiempo se aparca, es fisura de desplazamientos, que será rellenado con otras imposturas que restituyan la circunstancia de haber dejado de ser actor en el escenario laboral. Quien es parte de una impostura no puede dejar de ser un actor en una representación aunque ya no sea parte de ella. Debe, necesita, proyectar, a los demás, en especial, sus seres más cercanos, su familia, que (el escenario de) la realidad no ha variado. No puede sentir que ha sufrido una avería, que ya no sea percibido como era percibido. No puede sentir en la mirada de los otros su fracaso, que simplemente ya no es. ¿Qué eres si dejas de ser una pieza funcional en un sistema? El empleo del tiempo (L'emploi du temps, 2001), de Laurent Cantet, con guion de Cantet y Robin Campillo, es una sobrecogedora obra maestra. Es una de las tres obras inspiradas en un suceso real, acaecido en 1993. Jean Claude Romand mató a su esposa, sus dos hijos, de cinco y siete años, y sus padres, porque no quería que descubrieran que, durante dieciocho años, su vida era una impostura. No era, como decía, un médico que ocupaba un alto cargo en la Organización mundial de la salud. De hecho, ni había finalizado la carrera. Su sustento provenía de estafas de inversión y venta de falsos fármacos contra el cáncer. Emmanuel Carrere escribió una novela inspirado en él, El adversario (2000), que fue adaptada al cine, dirigida por Nicole GarcÍa, en el 2002. Las otras dos películas se desmarcan más en su argumento, al menos de su vertiente criminal, tanto la española La vida de nadie (2002), de Eduard Cortés como El empleo del tiempo. Ambas mantienen el substrato de la vida como impostura, cómo se puede mantener una mentira durante un largo tiempo. Una extrema expresión de la idea de somos como nos presentamos a los demás. Puedes vivir una mentira, actor inconsciente, convencido de que la realidad es lo que aparenta (como debe) ser, sobre lo que ironizaba El show de Truman (1998), o de modo intencional, tramar tu vida sobre la escenificación.
En El empleo del tiempo, se comienza con un primer movimiento: el cuerpo ausente que hace creer a su familia, su esposa, que nada ha variado. Entre las llamadas que realiza narrándole acciones, reuniones, que no realiza, Vincent (Aurelien Recoing), es un hombre que, mientras conduce, compite con un tren a ver si llega antes a un cruce, o que canta la canción que escucha en su casete. No hace nada pero hace creer a su esposa, Muriel (Karin Viard), que no deja de hacer cosas que impide que pueda ir a casa todas las noches. Ya esa carrera con el tren define su carácter competitivo, cómo no ha recurrido siquiera al subsidio de desempleo, aunque eso le sitúe en una posición de carencia de ingresos, porque no quiere reconocer, compartir, que ha sido despedido de su trabajo. Es incapaz de reconocerlo a sus allegados, e incluso se inventa un falso empleo mientras se desplaza en el vacío. Convierte su vida en una sucesión de mentiras, de desplazamientos que hace en función de un nuevo trabajo que no tiene, o de trapicheos con los que busca engañar a conocidos para financiarse su falta de empleo. Pide a su padre un préstamo de doscientos mil francos, llega a reconocer que dejó su trabajo hace un mes (no que fue despedido de esa consultoría en la que llevaba trabajando once años) y que está en conversaciones para conseguir otro empleo. Su segundo movimiento de representación será más sofisticado, urdir un fraude de inversiones, de acuerdo al esquema Ponzi, esto es, hacer creer que se realizan unas inversiones pero realmente el planteamiento es poder pagar a los primeros inversores con el dinero de los nuevos inversores. Esa representación implica, en primer lugar, sentirse parte del tipo de empresa, para lo que se paseara por sus instalaciones como si fuera alguien que acude a su cita. Lo importante es adoptar un lenguaje, una terminología, con la que hacer creer a los inversores que sabe de lo que habla. En varias ocasiones, será echado, sea de las instalaciones de la empresa (donde se había quedado una hora) o de un parking en el que se queda a dormir, por vigilantes.
Los imprevistos empezarán a desestabilizar su proyecto, su escenificación, al disponer de más aspirantes a la inversión de lo que esperaba, un amigo del amigo al que primero se lo plantea, o un amigo con el que se reencuentra, lo cual acentúa sus cargos de conciencia. Por añadidura, hay quien advierte lo que realiza porque él mismo basa su vida en la escenificación, el fingimiento o disimulo. Jean Michel (Sergei Livrozet) se dedica al tráfico ilegal de mercancías. Pero advierte que el plan de Vincent se sostiene sobre cimientos débiles. Será más bien Vincent quien comenzará a trabajar con él en la tarea del tráfico ilegal, lo que le permitirá conseguir cierto dinero. Se convierte en el reflejo distorsionado de su labor como empleado legal, en una posición de prestigio. Un agente económico ahora en el escenario no visible, sin prestigio, de la ilegalidad. Pero también pieza de un proceso o engranaje económico. La vida como sistema de intercambio y venta de mercancías tangibles o no tangibles. El valor expresivo de esta obra está en su trabajo del tiempo, ese desplazamiento sin dirección (como un actor en pausa tras las bambalinas, a la espera de que vuelva a entrar en el escenario, que es en lo que ha convertido la relación con sus allegados, un teatro de invenciones). En ese no desplazamiento se hace manifiesto cómo esta sociedad se sustenta sobre un tiempo programado. Un guion de vida, con sus rutinas y entramados de caracterizaciones y dinámicas y estrategias, y el valor crucial de la imagen, de lo que proyectas, y cómo te perciben los demás. Es fundamental cómo te perciben los otros, qué idea tienen de ti. En el trabajo de los espacios, del color, de las materias se ahonda en el reflejo de un mundo deshabitado, gélido y nublado, un mundo de cristal donde la emoción se ahoga. Una tramoya de imposturas que se revela trampa, como un espacio nevado donde se revela la pérdida en la que se define unas formas de vida (en un espacio nevado dispone de una casa en la que se oculta). Las emociones se desvanecen, se difuminan, anuladas por el entorno, convertidas en simulacros, en cuerpos que son ficciones, imposturas. Desaparición, los espacios indiferenciados. No hay realidad más allá de la vida ritualizada en los compartimentos establecidos de hogar y empresa. Cuando una de las ruedas del engranaje se quiebra, el autómata no sabe cómo emplear su tiempo, cómo presentarse a los demás. Se quiebra, avería, realmente, por la vergüenza de no ser (sentirse) una función más y no proyectar la imagen que (se) supone debe proyectar. Hasta que la mentira se desvela y el escenario de simulación legitimado se restituye cuando retorne al escenario de dinámica laboral como aspirante a un puesto de empleo.
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