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miércoles, 11 de abril de 2012
Los peces rojos
En una u otra medida, solemos tramar nuestra vida sobre sombras. Las que proyectamos sobre algo o alguien que convertimos en proyecto de un sueño o aspiración; lo convertimos en resorte que pueda posibilitar la realización de lo que anhelamos, como una pantalla que represente, con su aparición, lo posible. También las mismas sombras las podemos crear, elaborar una puesta en escena con, o alrededor de, nuestra vida, inventar, jugar con las apariencias, o con lo sugerido, con lo que no se puede ver; los fueras de campo de la vida con los que la imaginación puede manipular, como sugestionarse. La magnífica 'Los peces rojos' (1955), de Jose Antonio Nieves Conde, con esplendido guión de David Blanco, se trama sobre ambos aspectos, en una compleja narrativa que hace de la maraña una progresiva atmósfera sofocada, que pugnará por liberarse como un pez en una angosta pecera ansiando arrojarse en un mar azotado por una tormenta. En principio nos sitúa en el territorio de una intriga criminal. Una pareja, formada por un escritor, Hugo (excelente Arturo de Cordova) y una actriz, Ivon (Emma Penella), llegan, en la noche, a un hotel de Gijon, acompañado del hijo de él,Carlos, al que no vemos (sólo sus 'rastros', una pluma clavada en la recepción, un ascensor que sube, una voz que llega de otro dormitorio).
Dos personajes acostumbrados a la 'representación', a la invención. Un suceso trágico tiene lugar: Ivon corre desesperada por las nocturnas y despobladas calles, pidiendo ayuda, porque el hijo ha caido al mar. Ambos quedan sumidos a la desesperación. O eso parece. Cuando el policía que les interrogaba abandona la habitación, el rostro compungido de ella se transforma en el del orgullo, el de la actriz que ha sabido interpretar su papel de modo tan convincente que ha hecho creer y sentir a los otros que era 'real'. Aunque, curiosamente, el rostro de Hugo sigue surcado por la pesadumbre, por la pérdida de su hijo.
Nuevas preguntas surgen con este giro de la trama/maraña ¿Han matado al hijo? ¿Y cuál es realmente esa pérdida? Esa ofuscación que domina al creador, Hugo, se irá revelando, dosificadamente, en una serie de flashbacks. Sabremos que el hijo es quien es poseedor de una gran suma de dinero, heredado, de la que su padre vive (en una humillante, para el escritor, inversión de lo usual o convencional; añádase la frustración de que no logre el éxito con sus obras).
Esa condición, de joven, rico, que además parece que es guapo ( si es hijo de Hugo), llega a sugestionar a Ivon, planteándose, o forcejeando con esa idea, la posibilidad romántica con Carlos, cizañada por una amiga actriz suya. Sin conocerle en persona, convierte al chico en la representación de lo que la pueda liberar no sólo de su presente precario, sino faciitarle un futuro en el que no tenga que trabajar, y pueda disponer de todos los lujos sin sufrir penalidades. Claro que ama a Hugo. Pero llega a preparar una representación, hacer creer a Hugo quesu hijo le ha visitado en el camerino, a ver si provocando celos Hugo quiera romper con ella. Juega con una ausencia que realmente es ausencia,un fantasma, un fantasma inventado por Hugo. Es fabulosa la secuencia posterior enla Hugo llega a la habitación de Carlos y se dirige a la cámara como si hablara con Carlos. Porque realmente no existe. Es una sombra que ha inventado, como ha diseñado su habitación, como si fueran huellas de una vida. Ha creado un personaje en la vida real durante 19 años para poder vivir del dinero de la herencia. Irónicamente, la mujer que ama ( y que le ama) se ha sugestionado con una sombra (inventada por él; ¿cómo encajas que la mujer que amas se sienta atraida por un 'fantasma' que tú has creado?). Pero los fantasmas arrastran cadenas, y lo que se había convertido en liberación, o supuesta liberación, matar a un fantasma para de ese modo heredar el dinero (ya que para firmar una nueva herencia se necesitaba la firma del hijo), deriva en una tormenta que azuza y arrastra cual remolino la mente de Hugo, porque, como dice, los peces rojos van incrementando su velocidad dentro de la pecera, y eso pasa a los peces rojos de la mente cuando has cruzdo el umbral, tras cometer un délito que te expone a la persecución de la ley, al castigo, a otra prisión, distinta a la que sentías era tu vida, pero en la que sabes cuánto puede durar tu condena.
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