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lunes, 1 de febrero de 2010
Invictus
'Invictus' es una película de Clint Eastwood. Esta entrada puede parecer una perogrullada, pero es que sus obras tienen ya una particular seña de distinción, que además marca diferencias. En sus últimas obras, unas pueden ser superiores a otras, pero siempre se mantiene un mínimo de notable calidad. Y siempre, será una nuevo demostración de una sensibilidad y una sabiduria excepcionales. Dicho esto, no sé si Invictus es una gran película, si está a la altura de sus obras maestras (como lo fue de nuevo 'El intercambio' por ejemplo), porque me da igual,la experiencia de nuevo es tan exultante como enriquecedora. Puede sostener sus contrucciones narrativas sobre arquetipos que a veces lindan el estereotipo, despreocuparse de complejidades psicológicas ahondando más bien en la abstracción del mito o de las esencias de los conceptos sobre los que trabaja, la justicia social e individual o la consciencia del otro o la mirada sobre el Otro y la realidad, las fisuras o inconsistencias de las instituciones y los abusos de poder, entre otras cuestiones. Porque no deja que el discurso ahogue la depurada emoción que va modulando con tal refinamiento a lo largo de la narración, una emoción subterránea que se va gestando como si alumbrara la emoción que es consciencia, tan dolorosa y desgarrada como combativa y luminosa. Mandela es un símbolo, como lo era el personaje que interpretaba en Gran Torino, dos emblemas que vehículan una actitud de concialiación, y no de rechazo ni estigmatización, hacia el otro. Una secuencia le basta para hacerlo palpable: aquella en la que el jugador interpretado por Matt Damon entra en la celda en la que estuvo cautivo durante casi treinta años. Asombrado de que alguien que ha sufrido tal calvario no sienta ningún ánimo de revancha sino todo lo contrario, un impulso de conciliar a los opuestos, de crear una armonía. Y si el instrumento adecuado para conseguirlo es incentivar a un equipo de rugby para que conquiste la copa mundial de rugby se esforzará en ese 'cálculo emocional', como dice él, más que político. Y esta actitud, este ánimo, Eastwood lo hace narración, lo hace condensada sencillez, directo al grano, sin desvíos ni cargas complementarias. Por eso es tan despojada la narración como la trama. Le sirven unos escuetos planos al inicio, en el paso del coche de Mandela, ante dos equipos distintos, uno de blancos y otro de negros, para ya definir cuál es la circunstancia. Y usa un 'espejo', el de los guardas de seguridad, negros y blancos, como un recorrido paralelo donde se va materializando su actitud y va superando las mutuas reticencias de negros y blancos a trabajar y colaborar con los otros. Son un equipo, no hay distinciones. Y esa gesta se hace cuerpo en el partido final ante Nueva Zelanda, que transciende hasta los propias convenciones de ese particular subgénero que es el de las películas deportivas. Mandela es un modelo ejemplar de serena sabiduria, que destierra al ego, como lo es el propio cine de Eastwood, la mirada de la templanza.
No hay que dejar de reseñar, en 'Invictus' (2009), la extraordinaria composición y creación de Morgan Freeman. Habrá quien diga que el resto de los personajes quedan diluidos o ensombrecidos, o que no adquieren la suficiente entidad, pero ese es el efecto necesario ante alguien con tal carisma. Y, además, reitero, la construcción se elabora sobre reflejos y relaciones arquetípicas, que logra que la emoción brote con una cualidad genuina sin igual. Es realmente una gesta u odisea, y su logro exultante impregna sus últimas imágenes, y por extensión, el ánimo del espectador. El impulso de acción goethiano, o, en palabras de Mandela, capitan del propio destino.
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