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sábado, 2 de mayo de 2015

Qué extraño llamarse Federico

Una caricatura, una representación de un hombre a quien le gustaba mentir porque mentir es inventar, dar rienda suelta a la imaginación. Por eso, le llamaban Pinocho. Con una de sus manos sostiene una marioneta que asemeja a un payaso. Él lo era, o era todos, los de mirada triste, los de la sonrisa infinita. Los hilos son las bridas de su talento singular, y este zarpaba con sus crines al viento. A su derecha, un megáfono, con el que proyectaba su voz única en los rodajes, y se desplegaba después en las pantallas. Era tan única que se acuñó su apellido como una particular visión de la vida o representación de la realidad. La caricatura de esa figura de espaldas,sentada en una silla de director, se convierte en una figura humana frente al mar. Esa figura no es sino que representa a un cineasta, Federico Fellini. Tampoco el mar es sino que representa, es un decorado, una pantalla que representa un mar. En el cine de Fellini, el mar, o las aguas, símbolo de la emoción, eran tela, plástico, decorado, a partir de que el artificio se hiciera más presente, a partir de que el yo se hiciera más manifiesto, en su cine, a partir de '8 y medio' (1963), después de que lo real se despidiera en la orilla del mar al final de 'La dolce vita' (1960). Ante esa figura que es representación y que hizo de la representación realización de la exuberancia de la imaginación y de la lucidez que desentraña la condición de ficción de la realidad y las proyecciones de nuestra mente, se presentan, como si fuera para una prueba de cámara, una bailarina, un mago y un payaso, los múltiplos de la mirada de Fellini. El circo de Fellini, el desfile con el que finalizaba '8 y medio'; no hay más certeza que el desfile de la creación o inventiva, la ilusión en la que se sostiene como si fuera la cuerda del funambulista al ser consciente de la configuración ilusoria de la realidad, y la torpeza de los actores que no saben desenvolverse con sus emociones en el trasiego de los repertorios y programas.
Fellini, cuando era un joven de diecinueve años abandonó Rimini y se dirigió a Roma para trabajar como dibujante y escritor en la publicación satírica 'Marco Aurelio', como el joven Moraldo (Franco Interlenghi) de 'Los inútiles' (1953) abandona en tren su ciudad de provincias para liberarse de aquel agujero que consumiría su vida si se quedara como hará con la de sus amigos. En 'Qué extraño llamarse Federico' (Che strano chiamarsi Federico!, 2013), de Ettore Scola, la recreación de aquella llegada en tren a Roma es la llegada a unos estudios de rodaje. Es la llegada al espacio de la ilusión, donde realizar sus sueños, donde desplegar su imaginación. La realidad fue ese espacio de imaginación, ese lugar que también era un espacio en el que guarecerse de la intemperie de lo real, de la corrupción y mezquindades de lo humano, demasiado humano. Gesolmina, en el plano final de 'La noches de Cabiria' (1957), mantenía la sonrisa firme, como un sol que ilumina, pese a sufrir una y otra vez la decepción y agresividad de la realidad. Giuletta, en 'Giuletta de los espíritus' (1964), optaba por refugiarse en la imaginación ya que no se sentía visible en una realidad en la que se más bien sentía parte del decorado. Marcello, en 'La dolce vita', se perdía, enajenado, como la encarnación del degradado cuadro de Dorian Gray, entre los rostros embrutecidos que transitan el espacio de lo real. El mito popular de Casanova (no su persona real, Giacomo) era diseccionado en su falacia de modelo viril en 'Casanova' (1975). El narrador, y cronista, de 'El la nave va' (1983), sobrevive al naufragio, en un decorado de mar, en compañía de un rinoceronte enfermo, aunque quizá no tanto como los humanos que dejó atrás o a un lado.
Pero 'Qué extraño llamarse Federico' no es sólo una historia sobre Fellini, sino también sobre el propio Ettore Scola. Al fin y al cabo, este es un documental que es la evocación de alguien que fue un amigo. O un ensayo en el que se combina la ficcionalizacion y el homenaje. Desde luego un juego como no podía ser de otro manera si se habla de Fellini, o si se intenta expresar como era él. Se recrean las reuniones de trabajo en la revista Marco Aurelio, tanto con la llegada de Fellini, colaborador entre 1939 y 1942, como con la llegada de Scola, tras finalizar la guerra. Ambos fueron amigos alrededor de cincuenta años, y compartieron amistad con un actor de nombre Marcello Mastroiani que fue protagonista en películas de ambos, aunque no pareciera el mismo en unas y otras, porque en unas aparecía siempre bello y en las otras desastrado o desfigurado. Ambos comparten paseos en coche como sombras indefinidas, un espacio alegórico como en el reciente documental sobre Nick Cave, también recorrido a través de una vida, '20000 días en la tierra' (2014), de Iain Foryth y Jane Pollard, con resonancia ambas de la metáfora del coche como espacio mental de 'Holy motors' (2012), de Leos Carax. En uno de los viajes es pasajera, representación de la Mujer, una prostituta, y en otro, como representación del Arte, un artista callejero, y en ambas ocasiones divagan sobre esas dos abstracciones, y se contrastan. La mujer rebaja con su risa y sarcasmos el peso de las idealizaciones de la búsqueda en la mujer de la complementariedad en la relación con el mundo o la vida.
Los decorados rodean las evocaciones y las recreaciones, pantallas de sueños, como el mismo viaje de la realidad. Ese viaje en el que se puede ser varios, fuga que tiene bastante de disidencia frente a la realidad de rutinas y repertorios, y varios, o muchos, aspiran a ser como el modelo, un tipo, un ideal, como si nos perfiláramos ajustándonos a esa apariencia que es idea en vez de más bien encontrarnos entre los múltiplos. A través de unas imágenes pretéritas se ironiza sobre la contrariedad de varios actores italianos célebres, como Alberto Sordi, Ugo Tognazzi o Vittorio Gassman, que no fueron elegidos para encarnar a Casanova. Con la ironía añadida de que Fellini no consideró a Marcello Mastroiani. Pero ¿cómo podía interpretarlo si había sido en las obras de Fellini la encarnación o representación de sí mismo?. Qué extraño llamarse Federico es también decir qué sorprendente y singular era Federico. Se percibe la admiración y el afecto. Por eso, tras mostrar imágenes de su funeral, la última fuga del que fuera llamado Pinocho, se despliegan las luces de su imaginación y se suceden, como en un deslumbrante desfile, imágenes de sus esplendorosas obras. Pocas filmografías como la de Fellini han deparado tantas obras maestras. Y eso, por excepcionalidad, también es muy extraño. Quizá su cine sea un océano, el océano felliniano en el que las naves de la imaginación sí van.

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