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miércoles, 14 de enero de 2015

Whiplash

Hay profesores desatascadores como Thackeray (Sidney Poitier) en 'Rebelión en las aulas' (1967), de James Clavell, quien encuentra en sus alumnos una resistencia enmascarada en la insolencia que no deja de ser una costra de recelos y decepciones, un tejido infectado de marginaciones, precariedades y discriminaciones. El profesor es un personaje intermedio entre los alumnos y los representantes institucionales. Thackeray aplica la reflexión de Somerset (Morgan Freeman) en 'Seven' (1995), de David Fincher:la educación, como el amor, implica esfuerzo, sino incurres en la (infecciosa) apatía. Hay otros profesores que han tomado esa opción, entre el cinismo y la pereza, y le dicen a Thackeray que la mejor opción es una paliza. El profesor de música Fletcher (J.K Simmons) de Whiplash' (2014), de Damien Chazelle, probablemente coincidiría con ese profesor en vez de con el planteamiento de diálogo y respeto de Thackeray. 'Whiplash' es el primer tema musical en el que participa en su clase el aprendiz de batería Nieman (Miles Teller). 'Whiplash', significa latigazo (¿Por qué no se ha traducido el término para el estreno español?). Ese el planteamiento educativo de Fletcher: el aula es una pista y él ejerce de director con látigo. No tiene mucho que ver con profesores revulsivos, sean iluminadores de perspectivas vitales como Keating en 'El club de los poetas muertos' (1989), de Peter Weir, o incentivadores de la reflexión, como Nelson en 'Half Nelson' (2006), de Ryan Fleck, y probablemente diría que por ser nada impositivo Weir (Laurence Olivier), en 'Escándalo en las aulas' (1962), de Peter Glenville, sufre las consecuencias del despecho de una alumna que incluso le llevan a juicio. Y posiblemente le lanzaría alguna silla (como hace con Nieman) o cualquier otro objeto a Jerry Lewis por sus ironías sobre las figuras de autoridad y la virilidad en 'El profesor chiflado' (1963). Fletecher pertenece a la modalidad profesoral de sargento de instrucción. Toda humillación o descalificación o desprecio al alumno es aceptable porque sirve como incentivo para que saque lo mejor de sí mismo,para ser competitivo, e incluso para que sea el número uno, porque los genios, los números uno, como Charlie Parker (irónicamente, un platillo que le lanzó un batería durante un concierto), tuvieron que sufrir una humillación para estimularle en perseverar.
Y probablemente escupe todo esa infección de pensamiento, todo ese ácido que anule, e incluso destruya (abocándole a la depresión y hasta el suicidio), al alumno, porque probablemente le amargue no haber sido uno de esos números uno, y en cambio ser sólo un profesor en una escuela y un aplicado pianista en anónimos clubs de jazz. Su actitud es también metáfora de una mentalidad propagada en el ámbito laboral, en donde el subordinado tiene que tragar todo lo que sea porque de ese modo quizá logre ascender o disponga de las deseadas recompensas (en cuya categoría, a estas alturas, ya está el mero hecho de conservar el puesto) y también en el afectivo: cuántos y cuántos no aplican lo de aparentar o ser el más duro o la más dura por considerarlo la estrategia exitosa. El planteamiento aberrante no deja de ser cierto porque no deja de haber quienes se plieguen a esas actitudes o estrategias y bajen la testuz. Ese es el caso de Nieman, quien ya en las primeras secuencias deja manifiesto que es alguien fácilmente sugestionable, alguien que se pliega a otras voluntades y no replica. Es alguien a quien le cuesta mirar de enfrente, tiende más a mirar hacia abajo. Por eso se deja fácilmente enajenar por el planteamiento instructivo de Fletcher (quien se va apoderando del encuadre de su vida, de su mente), y aceptar el padecimiento del vía crucis educativo como un recluta que acepta todas las pruebas a las que le somete el sargento de instrucción aunque sus dedos sangre, aunque llore por las humillaciones públicas, aunque sufra un accidente automovilistico que no le impide, como si fuera un autómata poseído por la voluntad de su sargento de instrucción, seguir avanzando ensangrentado para llegar a tiempo al concierto, aunque sus dedos no respondan, porque tiene que ser el número uno, y no puede permitir que otro de sus competidores, otro de los aspirantes a las baquetas con las que seguir manteniendo el ritmo de las galeras en las que sufre la opresión de un instructor que linda con destructor, ocupe su puesto.
La principal virtud de esta notable obra es cómo logra dar cuerpo con el montaje, con la modulación narrativa, a esa enajenación y opresión. Reflejado, también, en las mismas penumbras que predominan en los encuadres, y que hacen sentir la progresiva falta de aire, o cómo va extendiéndose un aire retenido, viciado. La concentrada, y despojada, narración (como la aspereza del hueso que asoma en una herida) se convierte en un dueto musical, en un duelo entre instructor y alumno, en el que los otros personajes son contrapuntos. En su relación con los amigos de la familia se refleja cómo el tumor de la instrucción competitiva se está propagando en su mente cuando ejerce también el desprecio, o la agresión como mecanismo también defensivo. Nieman no es menos que aquellos que reflejan el epítome del competidor en esta sociedad, el deportista, y lo expresa, o escupe. La figura sentimental, la chica que le gusta, se puede convertir en perturbación en vez de liberación o realización, como suele ser habitual en quienes priman la consecución del éxito laboral. El potente climax tiene algo de grito de desesperación a la vez que aceptación de un cáncer del que resulta difícil liberarse. Ante las humillaciones y desprecios que implican que puedan anularte y abocarte en los márgenes por enfrentarte a quienes dominan la batuta queda el resquicio de utilizar también sus artes para no dejarse avasallar por los latigazos. O su batuta o tu baqueta. Lo que queda es el vacío, pero sigues en el escenario.

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