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domingo, 17 de abril de 2011
El secreto de la isla de las focas
Pocas películas he visto, como 'El secreto de la isla de las focas' (1994), de John Sayles, que recuperen, y hagan pálpito narrativo, el aliento fundacional de los relatos oreales, la música evocadora, y transfiguradora de la mirada, de las fábulas y las leyendas. Hace cuerpo de esa raíz alumbradora de conocimiento, como interroga sobre la perdida de raíces, la nostalgia no de un lugar sino de un modo de vida, y yendo más allá de las identidades culturales, en este caso la irlandesa, en este pueblo, Donegal, de la costa oeste, para señalar nuestro distanciamiento, separación, de la naturaleza, de nuestra condición animal, a través de la bella leyenda de los selkies, seres mitad humanos mitad focas. Y, por añadidura, los efectos de la transformación de la civilización, de modos de vida, que junto a los progresos (materiales), deriva en un desarraigo que es entumecimiento, de mirada, de conexión y vínculo con la vida, de perdida de capacidad de asombro. Recupera un concepto devaluado, el de magia, y, por ende, el de la genuina mirada fantástica, la que transfigura y altera la percepción de la realidad, ofreciendo otro eje o ángulo de mirada que es despertar, 'frotar los ojos para que se despeje la mirada'.
La mirada que se convierte en hilo conductor del relato (que transcurre en 1946), receptora en primera instancia, dinamizadora posteriormente (transformando el escenario) es la de Fiona (Jeni Courtney), una niña de diez años. Sayles condensa en tres breves secuencias la circunstancia 'inmovilizada', ese futuro que es presente que deja atrás para viajar al pasado y propulsar un nuevo futuro que sea presente cuando retorne a Donegal, donde vivió su familia durante generaciones. El funeral de su madre, descrito enbreves planos a través de miradas y gestos, la búsqueda de Jeny de su madre en la fábrica donde trabaja (el embrutecedor espacio de la civilización al que se han trasladado dejando atrás sus raíces), y el largo plano en la taberna sostenido sobre el rostro de Fiona, donde le encuentra, en la que escuchamos las voces de su padre y los amigos de éste considerando la necesidad de que Fiona se traslade a casa de sus abuelos, porque no puede atenderla como sería necesario dado lo que le absorbe su trabajo y por su precariedad de vida. Ese atinado uso del fuera de campo condensa esa 'ausencia de vida', esa 'falta de raíz'. En el primera tramo, el de la toma de contacto con ese otro espacio, o mundo, dominan los relatos orales, el del abuelo sobre su antepasado, resalta el conflicto con el dominio inglés a través de su antepasado que se rebeló ante su maestro (les ponían un yugo de castigo cuando hablaban en gaélico), e introduce el elemento 'mágico'. Cuando fue encontrado en la orilla del mar, tras haber caído del agua, ( y ser reanimado por las mujers de la granja colocándole entre dos vacas) relató que había sido guiado hacia la orilla por una foca. El segundo relato es el de la tragedia familiar, la desaparición en el mar de la cesta en la que iba su hermano pequeño, Jamie, el día que abandonaban la isla.
El tercer relato asienta ya el componente 'mágico', transfigurador, el que narra Tadgh (John Lynch), al que la abuela califica como 'un espíritu inquieto que vive entre la tierra y el mar', uno de los raros descendientes de pelo oscuro. Y el por qué de esta característica es lo que le relata a Fiona en una bellísimo fragmento, o historia dentro de la historia, el de el antepasado (un hombre solitario, que solía estar apartado del resto) que robo la piel de foca cuando fue testigo de cómo una selkie se transformaba en humana, y así hacerla su esposa (hasta el día que la mujer dscubrió dónde guardaba la piel de foca). Establecidos los cimientos, el resto de la narración establece una significativa y hermosa correspondencia, el empecinamiento de Fiona por 'recuperar' a Jamie (que implica convencer a los demás de que es 'posible' que un niño de corta edad esté aún vivo tras los años transcurridos), al que avista corretear desnudo un día en la isla (vive con las focas y se desplaza en la cesta en la que le perdieron), irá en correspondencia con la recuperación de unas raíces, el modo de vida en aquella isla, la reforma del cottage, el volver a habitarla (y en otro agudo resorte dramático, en paralelo han notificado a los abuelos que deben abandonar su casa, porque unos ricos extranjeros quieren usarla como su lugar de veraneo, lo que implicaría que los abuelos deberían abandonar la costa, el mar, un modo de vida, y trasladarse al interior).
Hay una hermosisima secuencia umbral, aquella en la que Fiona, en la niebla, va a la deriva en el bote (realmente no a la deriva, porque es guiada 'solapadamente' por las focas que la llevan a la isla). Y las posteriores secuencias en la isla, en las que Sayles materializa tanto la ruptura, la inmersión en otra mirada (la de lo fantástico, la de lo posible), que es a su vez conexión con la naturaleza (son instantes de presencia, de sentir los elementos, el agua, los prados de flores amarillas y violetas, el desplazarse entre ellos, el ser parte integral de ellos). Es como si lograra, en la narración, dicho poéticamente (recupera esta mirada poética, como lo hizo Neil Jordan en 'En compañía de lobos'), trasladarnos a la mirada de las focas, a la irrupción, mejor dicho, de su otra mirada, que propicia la recuperación de una conexión, ese 'entre' que reside en las criaturas mitad humanas mitad focas, porque en ese 'entre' se recupera la residencia en la vida, en las raíces de una conexión que es habitar tanto los elementos como la magia del asombro, de lo posible.
'El secreto de la isla de las focas' (The secret of Roan Inish, 1994), es una cautivadora obra de John Sayles, que adapta la novela de Rosalie K Fry. Como la son la música de Mason Daring y la fotografía del gran Haskell Wexler. Hay quien la etiquetó como realismo mágico irlandés. Desde luego, tiene tanto la admirable capacidad de describir lo inmediato, las costumbres, los hábitos (que nos hacen sentir que vivimos entre esas gentes) y lo mágico, lo fantástico, con esa hermosa fábula, como substrato, de los selkies, seres mitad focas mitad humanos. Una obra que pasó desapercibida pero que se revela como una de las más bellas, y más heterodoxas según el canon convencional, del género fantástico ( y por ello,más fructiferamente genuinas). Qué hermoso es poder sentir una vez más el 'Asombro'.
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