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lunes, 3 de enero de 2011
El colegial
El final de 'El colegial' (1927), de James W. Horne, me ha parecido siempre uno de los más soprendentes que ha dado la comedia, y el cine, y uno de los más corrosivos. Tras asistir durante una hora a los denodados esfuerzos de Ronald (Buster Keaton), en lo que puede denominarse fase de cortejo, para demostrar a su amada, Mary (Anne Cornwall) que es digno de su amor ( y que es capaz de hacerlo que sea por complacerla), la película finaliza con tres breves planos, uno de ambos ya casados con sus retoños, otro de ambos ancianos, y un tercero de las lápidas bajo las que yacen en el cementerio. Es decir la vida pasa en un suspiro, sin que haya mucho más acontecimiento, tras haberse roto el espinazo en ese absurdo teatrillo de pruebas y alardes de la fase del cortejo, lo que se presupone el aperitivo para disfrutar la 'película de la vida' no es más que la película que nos montamos para lo que luego no es sino una sucesión de tramites sin mayor historia. La acidez del planteamiento de Keaton va más allá, como refleja la primera secuencia, la de la entrega de los diplomas en el último año del colegio antes de entrar en la universidad. Ronald es objeto de chanzas y desprecios porque es a quien se ha premiado como el más ejemplar estudiante, y los segundos se intensifican cuando en su discurso hace apología de los libros y el estudio en detrimento del deporte, lo que provoca que el auditorio quede vacio antes de que acabe (exceptuando su madre). Incluso Mary, su novia, le dirá que no quiere saber nada de él si no cambia de idea con respecto al deporte.
Ronald durante la ceremonia sufre una contrariedad que da pie a unos esplendidos gags: En espera de recoger su premio se sienta junto a un radiador, y como su traje estaba mojado, ya que estaba lloviendo, empieza a encogérsele. Un detalle de elocuentes resonancias: Las inquietades intelectuales, o de conocimiento, no son el adecuado traje ajustado a lo que la sociedad demanda y valora, sino, yendo más allá del mismo deporte, los alardes de habilidades, que no el talento, (como los monos que se golpean el pecho para demostrar que son los mejores) que definen un entramado sustentado en la más rudimentaria competitividad. Es decir, lo que Ronald valora no es un valor de imagen social ( lo que le estigmatiza y aparta de los demás).Como Ronald ama a Mary se someterá a un proceso de adaptación, para ser aceptado socialmente y valorado por ella, que implica renegar de las propias creencias, y que pasa por la emulación de sus signos y maneras cual ritual de paso, con el contraste con su torpeza como creación de gags. Ya queda evidente desde la secuencia en la que trabaja de camarero en una cafetería e intenta imitar las acrobacias que realiza el otro camarero cuando prepara un batido, a lo que sigue cuando intenta acoplarse a un equipo de beisbol en el que se evidencia como un cuerpo extraño que por mucho que intente remedar posicione y acciones entra en colisión por ser un escenario ajeno a lo que es él (el denodado esfuerzo de acoplarse a un modelo social que no se siente propio por sentirse integrado). Ácido es el detalle de que tenga que embadurnarse de negro el rostro para trabajar en un restaurante donde sólo aceptan para trabajar en cocina o como camareros a los negros (por extensión, equiparándolos con éstos, está señalando que Ronald por su forma de pensar sufre otro tipo de discriminación).
La secuencia del estadio es un portento de sucesión de ingeniosos gags a través de los intentos de Ronald de superar las diversas pruebas atléticas (ante la mirada de Mary), desde salto de altura o pertiga a lanzamiento de jabalina o martillo pasando por cien metros vallas (cuando ve que ha tirado todas menos una, tira también la última). Tras la magnífica secuencia de la carrera de remos, será capaz de solventar, sin pensarlo, todas las pruebas, en la carrera que realiza para acudir en ayuda de su amada,cautiva del celoso atletas: será capaz de saltar setos como vallas o como listones de salto de altura y hasta entrar por la ventana con un eficaz salto de pertiga, y lanzas eficazmente jarras y platos al rival para que huya por la ventana. Tras conseguir que su amada ya le admire, sólo resta el elíptico paso del tiempo hasta que compartan tumbas el uno junto al otro.
'El colegial' (College, 1927), de James W Horne, con corrosivo e ingenioso guión de Brian Foy y Carl Harbaugh, es otra de las grandes comedias de Buster Keaton (estuviera acreditado o no como director), un cineasta admirado por los surrealistas; se comenta que el final de ésta influyó a Buñuel para el de 'Un perro andaluz' (1928). Décadas se tardó en reconocer la complejidad de su cine, tras que sufriera un auténtico calvario en el sonoro (especialmente entre las décadas delos 30 y 40). Los críticos, que muchas veces parecen llegar tarde, empezaron a revalorizarlo a inicios de los años 80, hasta entonces ensombrecido por la figura de Chaplin (que determinó una absurda competición a la hora de establecer preferencias entre ellos, cuando ambos son admirables).
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