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miércoles, 5 de febrero de 2025

Hubo una luna de miel

 

En Hubo una luna de miel (Once upon a honeymoon, 1942), Leo McCarey, autor del argumento junto a Sheridan Gibney, quien desarrolló el guion, vuelve a demostrar su refinada y compleja capacidad de bascular entre el drama y la comedia de manera proverbial. Y aún más. Esa cualidad es aún más admirable porque el substrato circunstancial sobre el que se teje el relato no puede ser más gravemente dramático. Porque, e incrementa su consideración de rareza, el relato se sostiene, y se desarrolla, sobre el proceso de ocupación que el ejercito alemán realizó desde Austria, Polonia o Checoslovaquia hasta Francia, pasando por el resto de país ocupados entremedia. Noruega, Holanda o Bélgica. Mientras esto se produce, se va forjando y arraigando el sentimiento amoroso entre un periodista, Pat (Cary Grant) y una artista de variedades (o chica del coro), Katie (Ginger Rogers), la cual, con el propósito de mejorar de posición en la vida, está presta a casarse con un barón alemán, diplomático, Von Luber (Walter Slezak, en la primera interpretación del actor alemán en Estados Unidos), desconociendo no sólo su afiliación nazi sino su particular tarea, que no es otra que visitar otros países, los cuáles, curiosamente son inmediatamente invadidos por el ejercito alemán.

No es difícil ver en la definición de ambos personajes, Pat y Katie, variación de la pareja romántica protagonista de Tú y yo, su obra previa en 1939, de la que realizará una variación, en color y cinemascope, en 1957. Si en Tú y yo, quien mantiene una actitud frívola, o despreocupada, es él, artista que ha asumido que debe explotar sus dotes de seductor para conseguir un matrimonio de conveniencia que le permita vivir sin problemas materiales, en Hubo una luna de miel es ella, Katie, la depositaria de esa actitud pragmática, y será también quien irá transformando su mirada sobre, o relación con, la realidad, asumiendo un compromiso que implica el riesgo y las posibles precariedades. Si en la primera escena que ambos comparten, en Austria, el primero se hace pasar por el sastre que diseñará sus vestidos para la luna de miel (y así conseguir alguna información sobre Von Luger), tomándole las medidas (en una hilarante secuencia que es toda una coreografía de gestos y replicas), ella, durante las vicisitudes que sufrirán juntos en su trayecto de Polonia a Francia, pasando por Noruega, Holanda y Bélgica, irá poco a poco tomando medidas a la realidad. Katie, en Polonia, se decidirá a ayudará a una mujer judia para que evite ser detenida por la Gestapo, con un detalle añadido que es toda una declaración de la transformación de su actitud, o trasvase de muda de relación con la realidad: Le dejará su pasaporte, sus señas de identidad. Aún más, posteriormente, ella y Pat serán detenidos como presuntos judíos, ya que Katie porta el pasaporte de la citada chica, por lo que serán retenidos en un campo de concentración, en donde toman consciencia de que son de los pocos afortunados que no serán esterilizados gracias a la asistencia del embajador estadounidense. Cómo sobre tales materiales, con todas las implicaciones y resonancias que conllevan, logra mantener ese funambulista equilibrio entre la comedia y el drama no deja de ser digno de asombro.

Gravedad y elevación de nuevo conjugadas en una aguda reflexión sobre el compromiso, sobre la forma de habitar el sentimiento así como la realidad. McCarey demuestra su dominio de la puesta en escena: la primera vez que ambos se ven, el impacto que supone para uno y otro, se verá reflejado en cómo planifica ese cruce de miradas con tres sucesivas reducciones del encuadre, del plano general al primer plano pasando por el plano medio. Por otra parte, en ciertas secuencias, como la borrachera con vodka y coñac que comparten, crucial en el afianzamiento de lo que sienten, será planificada con un solo plano manteniendo la duración del mismo un largo periodo de tiempo. Como Tú y yo, Hubo una luna de miel se convierte en todo un proceso catártico y ascético para alumbrar no sólo el amor, sino el saber amar, desprendiéndose por el camino de todo lastre de ego y de inconsciencia, y resistiendo todas las adversidades y separaciones que sufren. En Francia, cuando él piensa que le ha abandonado para reunirse con Von Luber, ella lo ha hecho para realizar una misión, con la colaboración de Gaston (Albert Dekker), un agente que se camufla bajo la apariencia de un fotógrafo (de nuevo la cuestión de la mirada, o cómo percibir al otro o la realidad). Katia lo hace para poder suministrar importante información. Solo así, gracias a la complicidad que se afianza sin sombras, y el compromiso con la realidad (en vez de priorizar la materialización de fantasías) la verdadera risa del amor podrá triunfar al final ( y no casualmente sobre un barco en alta mar, donde también se conocen los protagonistas de Tú y yo). Son las peripecias de toda singladura del amor verdadero sobre las aguas depuradas del sentimiento.

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