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sábado, 20 de julio de 2019
Edward G Robinson, una inmensa presencia
Edward G Robinson ha sido uno de los más grandes actores estadounidenses, capaz de los más variados registros, y con una exuberante cualidad carismática de tal calibre que posibilitaba que interpretara al personaje más siniestro o cruel como al más frágil o sensible. Pudo haber quedado encasillado en la figura del personaje torvo o violento, que su físico parecía facilitar. De hecho, su primer éxito, con Hampa dorada (1930), de Mervyn LeRoy lo consiguió con un personaje de esas características. Pero logró evitar que se convirtiera en losa para él. De hecho, cinco años después, en Pasaporte a la fama, de John Ford, con dos personajes de físico idéntico demostraba cómo podía interpretar a ese tipo de personaje que le había dado fama, un pérfido gangster, pero también a su opuesto, un apocado oficinista. Este gran actor, nacido en Bucarest, desde donde se trasladó con su familia cuando tenía 10 años a los Estados Unidos, y de apellido Goldenberg (de ahí la 'G'), parece que era una de las presencias más templadas y caballerosas en un plató de rodaje. Por otro lado, fue Edward G Robinson un entusiasta coleccionista. Él calificaba a su voraz afán colector como 'serie de obsesiones'. Empezó con los cromos de jugadores de beisbol, y prosiguió con ilustraciones o postales de actrices de teatro y music hall como Lily Langtry, Lotta Crabtree, Lillian Russell, Bessie Barriscale; las raras vítolas de puros, los bastones,las pipas o las fundas de libros (era lector en especial de ensayos y las biografías). Pero ante todo fue célebre por su colección de arte, en esecial de pinturas de impresionistas franceses. Cuando murió los 88 cuadros que poseía se vendieron por un valor de algo más de 5 millones de dolares. En 1971 se publicó Edward G. Robinson's World Of Art. un libro con ilustraciones de su colección, y textos del editor de su autobiografía, Leonard Spigelgass, 'All my yesterdays', de su esposa y una transcripción de su discurso en la Asociación de editores, e ilustraciones de algunos de los cuadros que él pintó. En una de las imágenes salía retratado junto a Diego Rivera y Sam Salz.
Entre las diez películas que destaco de su filmografía habrá quien eche en falta algunas que se convirtieron en icónicas, por esa tendencia fetichista de la cinefilia, tan tendente a la mitificación (de cariz religioso), como fue Cayo largo (1948), tanto por Humphrey Bogart como por su director, John Huston, al que su apodo de director de perdedores le otorgaba esa aura distintiva. No por sus cualidades como cineasta, por su dominio o ingenio de los recursos cinematográficos (en general, discreto) sino por esa condición simbólica (admirar a Welles satisfacía la ilusión de ser un genio incomprendido, admirar a Huston servía para sublimar la condición patética). Aunque El extraño (1946), de Welles, ciertamente, no es de sus obras más consideradas (y Robinson era lo mejor de la película). Otra obra que me parece sobrevalorada fue Perdición (1944), una obra más sugerente, pero aún lastrada por cierta espesura narrativa (era una obra más de pretensiones, incluso de poses). Wilder comenzó a despuntar en los cincuenta con Crepúsculo de los dieses o El gran carnaval, obras ya más equilibradas (y desarrollaría su periodo más creativo en los sesenta).
En lo 30 Robinson protagonizó obras estimables como Pasto de tiburones (1932) y Barbary coast (1935), de Howard Hawks, El increible doctor Clitterhouse (1938) o Confesiones de un espía nazi (1939) de Anatole Litvak, Balas o votos (1936), de William Keighley, Yo soy la ley (1938), de Alexander Hall o Kid Galahad (1937), de Michael Curtiz. En los 40 brillan algunas de sus más conspicuas interpretaciones, en las dos soberbias obras de Fritz Lang, La mujer del cuadro (1944) y Perversidad (1945), en dos biopics de William Dieterle, la notable A dispatch from Reuters (1940), y, en especial, la magnífica Dr Ehrlich's magic bullet (1941), en la excelente El lobo de mar (1941), de Michael Curtiz, en la muy sugerente Mil ojos tienen la noche (1948), de John Farrow o en el pasaje, inspirado en El crimen de Lord Arthur Saville, de Oscar Wilde, que protagonizaba en Al margen de la vida (1943). Apreciables en esta década son también Odio entre hermanos (1949), de Joseph L Manckiewicz, Alta tensión (1941), de Raoul Walsh o La casa roja (1947), de Delmer Daves. En los 50, tras sufrir el acoso del comité de actividades norteamericano por resultar sospechoso de 'vínculos comunistas', lo que derivó en un breve parón, destacan interesantes obras como Martes negro (1954), de Hugo Fregonese, Hell on Frisco bay (1955),de Frank Tuttle, Illegal(1955), de Lewis Allen o The glass web (1953), de Jack Arnold, o una agradable comedia de Frank Capra, Millonario de ilusiones' (1959). En los 60 son memorables sus creaciones en Dos semanas en otra ciudad (1962), la admirable Sammy, huida hacia el sur (1963), de Alexander Mackendrick, El rey del juego (1965), de Norman Jewison (notable aunque probablemente Peckinpah hubiera realizado una obra más potente o, cuando menos, singular), y la muy discreta 'El premio' (1963), de Mark Robson, o su breve aparición en la hermosa El gran combate (1964), de John Ford, una obra que incluiría entre las diez preferidas, pero que no incluyo porque su intervención, aun relevante, es más bien como figura estelera en los últimos pasajes. También son interesantes en esa década Seven thieves (1960), de Henry Hathaway, como divertida Préstame a tu marido (1964), de David Swift. No pudo tener más bello colofón su insigne carrera que su interpretación (inolvidable la secuencia de su muerte) en la excelente Cuando el destino nos alcance (1973),de Richard Fleischer. Estas son mis diez películas predilectas en la filmografía de Edward G Robinson.
10. El rey del juego, de Norman Jewison
9. A dispatch from Reuters, de William Dieterle
8. Mil ojos tiene la noche, de John Farrow
7, Al margen de la vida, de Julen Duvivier.
6. Cuando el destino nos alcance, de Richard Fleischer. Un día, Robinson señaló a Fleischer que no había en el guión las suficientes indicaciones para que supiera cómo era el personaje. Harry Harrison, autor de la novela adaptada, le oyó y se ofreció a explicarle su visión del personaje, que Robinson escuchó atentamente. Harrison describiría después su admiración por la prodigiosa improvisación creativa, de Fleischer, Heston y Robinson, en aquella memorable escena (que en el guión estaba meramemente enunciada) en la que el personaje de Robinson, Sol, degusta de nuevo con conmovido entusiasmo (sin poder contener las lágrimas) aquellos alimentos que ya eran tan raros de saborear, y que hacía décadas que no disfrutaba de ellos. Todos los presentes prorrumpieron en aplausos cuando Fleischer dijo corten.
5. Sammy, huida hacia el sur, de Alexander MacKendrick. El hombre que sabé que ya se acercan los últimos días de su vida se ilumina con el encuentro de un niño errante que pareciera encarnar el hijo que no tuvo. Por unos días, le instruye, y le proporciona afecto, como si en un breve intervalo, día, semanas, disfrutara de ese tiempo, de años, y paulatino crecimiento, que no pudo disfrutar. Esa luz brilla como una inmensidad en la mirada cansada de Robinson.
4. El lobo de mar, de Michael Curtiz. Larsen (Robinson) parece brotar de esas mefíticas brumas que parecen dominar el mar, y la realidad. Es alguien que declara con orgullo lo que se expresa en un párrafo de 'El paraíso perdido' de Milton: 'es preferible regir en el infierno que servir en el cielo'.
3. Dr Ehrlich's magic bullet, de William Dieterle.Hay una bella secuencia que refleja la envergadura sensible del personaje, más allá de la intelectual: Imbuido en su investigación sobre tinción histológica (un gran avance que permitiría reconocer mejor por el microscopio las células, al poder tintarlas, y así poder diagnosticar con más claridad enfermedades como la tuberculosis) Ehrlich (quien desarrolló la primera cura para la sifilis) se está descuidando, aquejado ya de una intensa tos; deja un recipiente con la muestra sobre la estufa, que su esposa enciende, por lo que él la reprende, pero se da cuenta, con el microscopio, de que precisamente el calor era lo que necesitaba para que fuera un éxito su investigación, y rápidamente lo primero que hace es ir a donde su esposa y darle un beso. Era un hombre, ante todo, capaz de mostrar gratitud.
2. La mujer del cuadro, de Fritz Lang. La primera vez que Wanley (Robinson) ve a Alicia (Joan Bennett) es como reflejo (en el cristal del escaparate), superpuesto sobre el cuadro, imagen (cual emanación) sobre imagen. Alicia (a través del reflejo) es la modelo que posó para el cuadro. Alicia es la mujer del escaparate (es la traducción más precisa del título original: Woman in the window). Alicia es la encarnación del cuadro, de un sueño, el de Wanley, quien cruza al otro lado del espejo pero en sus sueños.
1. Perversidad, de Fritz Lang. Robinson interpreta a un pintor que no ve realmente a quién tiene delante. En La mujer del cuadro, Wanley (Edward G Robinson), en el cuadro proyecta sus fantasías, el reflejo de sus anhelos pero también de sus miedos.
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