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jueves, 8 de noviembre de 2012
La sal de la tierra
Esclavitud salarial, esclavitud doméstica. ‘La sal de la tierra’ (The salt of the earth, 1954), de Herbert J Biberman pone ferozmente en cuestión ambas, pero utilizando una mordaz y ocurrente estrategia dramática: Cómo alguien, como el minero mejicano Quintero (Juan Chacon), que encabeza una huelga enfrentándose a los dueños de la mina de zinc del sur de Estados Unidos, también ejerce un dominio que implica la esclavitud de alguien por debajo de él, su mujer, Esperanza (Rosaria Revueltas), quien se rebela contra su obtuso ancestral machismo. Si los hombres, los trabajadores, exigen a la empresa unas mejores condiciones, que al no ser atendidas, les determina a optar la huelga, las mujeres exigen tuberías con agua caliente ( como las de las norteamericanas), que es respondida con desprecio por los hombres, en concreto por Quintero, como algo no comparable con sus protestas laborales, y que minimizan en su importancia (hasta que se encuentre en cierto momento, durante tres días, ocupándose de las tareas domésticas y advierta lo relevante que es; y cómo le apunta un vecino, cómo también están de sometidas las mujeres a la esclavitud doméstica).
La narración alternará dos líneas, de modo armónico, la colectiva, el enfrentamiento de los trabajadores contra la empresa, y el de las mujeres con los hombres, que implican que la empresa tenga en cuenta la voluntad delos trabajadores y que los hombres tengan en cuenta, del mismo modo que la de ellos, la de las mujeres, y las permitan, de entrada, participar en la huelga (Quintero, como otros, durante tiempo se había opuesto a la implicación de las mujeres, como si ese no fuera su lugar, su ‘papel’, ya que equipararía su ‘posición’ a la de ellos); y la individual, en la que se condensará la evolución de ese conflicto, el de Quintero y Esperanza (‘¿Te sientes mejor si hay alguien inferior a ti?’, le llega a decir ella), que derivará en la revolución interior de él (que alcanzará su culminación en paralelo a la amenaza de desahucio de su casa; de algún modo, él ha desahuciado de su interior a ese cerril machismo, y su apertura es fundamental además para que sea más sólida la unión de huelguistas, sean hombres o mujeres; la unión de todos conseguirá que eviten el desahucio de su casa). Por ello, se convierte también en una de las primeras obras manifiestamente feministas de la historia del cine.
‘La sal de la tierra’ es la única película que fue estigmatizada en la ‘lista negra’ de Hollywood, en donde no encontró apoyo alguno. Fue declarada una amenaza, y se la consideró una película de propaganda comunista subvencionada por el Kremlin. El FBI investigó su financiación (de hecho, uno de los cuatro editores que trabajaron, en ocasiones en los baños femeninos en un teatro abandonado, era un informante del FBI), y la Legión Americana instó a un boicot en todo el país. Se presionó a los laboratorios para que no procesaran la película, y a los proyeccionistas para que no la proyectaran. Tras estrenarse la película en Nueva York, sólo trece cines en todo el país proyectaron la película, y durante diez años fue casi ‘invisible’. Ya durante el rodaje la prensa había denunciado su trama subversiva, vigilantes anticomunistas dispararon en el set, y la actriz Rosaura Revueltas fue deportada a México (a donde tuvieron que desplazarse para rodar los planos restantes de ella). Biberman había sido uno de los ‘Diez de Hollywood’ que se había negado a testificar ante el Comité de actividades norteamericanas, y fue encarcelado durante seis meses. Al ser liberado, se empeñó en realizar este proyecto, pese a todas las circunstancias en contra. Encontró el apoyo de otros que habían sido estigmatizados en la lista negra (y a los que, por tanto, se había imposibilitado encontrar trabajo, por lo menos firmando con su nombre), el guionista Paul Jarrico (que había escrito una película prosoviética, ‘Song of Rusia’, 1943, de Gregory Ratoff a instancias del presidente Roosvelt cuando entonces convenía la alianza con Rusia contra Alemania) quien ejerció de productor, o Michael Wilson, que escribió el guión (Wilson siguió escribiendo para producciones de Hollywood, aunque bajo seudónimo hasta inicios de los 60, como para ‘El puente sobre el río Kwai’, 1957, por el que ganaría el Oscar, o ‘Lawrence de Arabia’, 1962 ; ya constaría acreditado en ‘Castillos en la arena’, 1965, o ‘El planeta de los simios’, 1968).
La obra, que se inspirar en una huelga que acaeció en 1951 en Grant County, New Mexico, opta por planteamientos neorralistas, como localizaciones reales, y actores no profesionales (como el mismo representante de la ‘Internacional’, Clifton Jenks). Cinco actores lo eran sólo, caso de Rosaura Revueltas y Will Geer (que encarna al sherIff, como lo había hecho en ‘Ha muerto un hombre blanco’, 1949, de Clarence Brown, y que encarnó a Wyatt Earp en ‘Winchester 73’, 1950, de Anthony Mann), también en la lista negra. El resto eran habitantes de la zona o sindicalistas, mineros que habían participado en la huelga que inspiró la película. Incluso, el protagonista, Juan Chacon no era actor sino el presidente del sindicato. La narración está puntuada por la voz off de Esperanza, que empieza con la frase ‘Cómo contar una historia que no tiene principio’, porque es como una historia interminable de injusticias y opresiones. Hay secuencias en las que se percibe la influencia del cine de Einsestein, como el montaje en paralelo de Esperanza pariendo un nuevo hijo, y Quintero golpeado por un agente en un coche policial, hasta que se funden los rostros de ambos en el mismo plano, como un congelado: opresión y nacimiento, porque será la actitud insurgente de las mujeres las que logren, con su perseverancia, bajar del burro machista a los hombres (propiciar el parto de una nueva mirada y actitud en ellos), convenciéndoles de que las dejen participar en la huelga ( incluso, primero tienen que lograr concienciarles de que les dejen votar en la asamblea, que las ‘doten de voz’, y dejen de considerarlas unas figuras marginales y subordinadas a su voluntad).
De este modo, conseguirán que se mantenga la huelga, tras que en Washington dicten la ley contra los sindicatos que prohíbe las protestas de obreros (Taft–Hartley Act), porque serán ellas las que sigan manifestándose en la entrada de la mina, haciendo el corro con las pancartas y sus cantos y hasta bailes, y sufriendo las periódicas cargas de los policías, o el arresto de las cabecillas, cuando los empresarios, desesperados recurran a esa medida como modo de minar su voluntad. Pero las mujeres aún se afirmarán más. Serán ellas, por tanto, las que consigan así reforzar la unión entre los huelguistas, porque en las luchas contra el que oprime desde su posición de poder no hay fisura mayor que las desuniones entre los que se rebelan, o cómo han revelado tantas revoluciones fracasadas, que el que se rebela contra el poderoso ejerza la misma opresión sobre otros. ‘La sal de la tierra’ es una película que surge con rabia de una derrota, de una opresión, la que sufrieron Biberman y otros estigmatizados por la ‘lista negra’, por la ignominia de un abuso de poder, que supieron unirse para intentar hacer oír su voz disidente, aunque su película fuera amordazada, boicoteada, sufriendo las ‘cargas’ de las fuerzas institucionales que no admiten la manifiesta insurgencia, como esta ‘blasfemia contra el capitalismo’. Su película representa esa sal de la tierra que mantiene el grito revolucionario, el que se enfrenta a todo abuso de poder y toda opresión. Y además de revulsiva, es bella.
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