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domingo, 7 de octubre de 2012
Los climas
La narración de ‘Los climas’ (Iklimler, 2006), de Nuri Bilge Ceylan, se erige sobre unas ruinas, o las ausculta. Hay relaciones que se intentan mantener aunque sus cimientos se hayan deteriorado, o las hay que se quieren rescatar aunque ese anhelo sólo se sostenga sobre espejismos. O quizá se derrumben por no haber sabido preservarlas, por no haber sabido cómo edificarlas. Quizá sea una cuestión de climas, de momentos, de impulsos, de apetencias, de espasmos y resortes. Así de arbitrario. A veces las inercias tiran y continúas con una relación que ya sólo es un escenario. A veces soportas un escenario crispado de reproches y descalificaciones porque se supone que has aceptado que el amor es un fragor intenso que te domina como el vórtice de un remolino, del maelstrom, y es lo que lo dota de excepcionalidad y singularidad a lo que sientes. Quizás un día contemples a quien sientes o crees que amas y te preguntes sobre esa escisión entre la intensidad de lo que sientes y las colisiones que reflejan el cómo te sientes. Quizás decidas dejarte llevar por la inercia, por los climas, quizás decidas cambiar y buscar otros horizontes. Un rostro mira hacia la cámara, en la primera secuencia, entre las ruinas de una antigua civilización ( como si esas ruinas nos acompañaran desde tiempos inmemoriales: una interrogante aún irresuelta: climas que no han encontrado los adecuados cartógrafos). El rostro es el de Bahar (Ebru Ceylan), quien mira a su pareja, Ira (Nuri Bilge Ceylan); su expresión transita de la sonrisa a las lágrimas. El plano se dilata, como ocurrirá a menudo en una narración en la que el tiempo parece estirarse entre los silencios, como las distancias que los personajes no logran superar entre ellos. En los pasajes finales (no un círculo que se cierra, sino que se desintegra) nos encontraremos con otro plano sobre el rostro de Bahar, pero esta vez dura menos; el rostro se desvanece, como los copos de nieve que siguen cayendo, ya la única presencia en el encuadre, se disolverán.
Hay tres pasajes, tres tiempos, tres climas en la narración. En el primero, en el sur de Turquia, tendrá lugar la ruptura de la relación, cuando Ira decida dar el paso y proponer que rompan. En el tercero, Ira viaja al norte de Turquía, donde ella, que es directora artística, trabaja en el rodaje de una serie, para intentar reiniciar la relación, recuperarla. Entremedias, en el centro de Turquía, Ira erra entre las clases en la universidad y un par de citas con una mujer, Serap (Nazan Kirilmis), en la que los cuerpos colisionan y forcejean con tal furia que no se sabe en un principio si él la está forzando o es la desaforada y abrupta expresión de su deseo ; pero transpira agresividad, descentramiento, turbiedad; en el segundo encuentro entre ambos, Ira evoca a su mujer, su malestar y desesperación ahora se tornan nostalgia; ¿Por qué actúa como actúa? ¿Por qué rompió? ¿Por qué se había deteriorado la relación? ¿Se podía arreglar o era reflejo de su desencuentro irreparable, de algo irremisible que había que aceptar y afrontar? ¿Fue valiente o más bien huyó?
Las interrogantes abrasan como vacíos entre los planos, como el de una cuerda abrasando la piel. Como ese extremado contraste, que vertebra la refinada narrativa, entre planos distantes, de dilatada duración, y planos detalles, primerísimos planos, entre composiciones de exquisitas simetrías y composiciones desequilibradas, hace palpable una falta de centro, la falta de engarce entre lo que parece sumido en las distancias. En el primer pasaje hay un largo plano general, mientras cenan con una pareja de amigos, en el que ya se advierten sus tensiones. En el tercer pasaje, otro dilatado plano recoge su conversación dentro de una furgoneta, mientras no dejan de interrumpirles los otros componentes del equipo que abren de vez en cuando las puertas para coger o dejar algo (en uno, se le fuerza al otro, amigo de él, a permanecer como espectador de su representación, en el segundo caso, son interferencia molesta de un escenario que se quiere recomponer).
La anterior película de Ceylan, ‘Lejano’ (2003) me había resultado sugerente, pero sin cautivarme, como si me hubiera mantenido a distancia. Ahora ‘Los clímas’ me ha calado, me ha empapado, con la arena en la playa con la que Bahar sueña que él la ahoga; con el agua perlada en su piel en un primerísimo primer plano mientras en la distancia, desenfocadas, se entrevé las piernas de Ira acercándose; con la gravilla en la carretera donde cae la moto en la que viajan tras que Bahar haya tapado los ojos de Ira después de que éste le haya propuesto que rompan su relación, pero que sean amigos ( al despedirse, después, le dirá que no quiere que le vuelva a llamar; no acepta cordialidades ni cortesías entre tajos; el dolor grita en lo que se había deteriorado). Empapa la lluvia persistente en la ciudad, que parece entumecida por una atmósfera opresiva, como las relaciones, como las risas, tensas, algo forzadas, y hasta desquiciadas, de Serap e Ira. Y los cielos encapotados y los copos de nieve en el norte de Turquia, abrazos fríos, como los de la habitación del hotel, ya sin centro como los planos mismos, abrazos que tantean sueños que ya son cristales, porque quizá sólo quieran recomponer su extravío. Hasta con el sonido de los cigarrillos quemándose, con las profundas caladas que dan los personajes, como quizás las que dan con sus emociones, quemándose ellos, y quemando a los otros.
Hay planos largos, planos amplios, pero que evidencian una distancia, una tensión irresuelta, como los ya citados, o aquel en la playa en la que se ve a ambos de espaldas, mirando hacia el mar, ella en la orilla, y él sentado en la toalla, tras ella.
Los horizontes parecen lejanos, inaprehensibles, como las emociones de los otros, un malestar que después, cuando falte, se echa de menos, aunque no se sepa por qué, o qué consistente es esa nostalgia. En el encuentro final en el hotel, las emociones parecen fracturadas, como los planos de composiciones desequilibradas, asimétricas, de fragmentos de ambos cuerpos. ¿Qué hilo o conexión realmente les une? ¿O qué coherencia hay en los actos de Ira; qué quiere, si lo sabe? Bahar le narra un sueño, radiante, luminoso, y él le corta el vuelo, la sonrisa, con la observación de que no tiene que llegar tarde al rodaje. La expresión de Bahar se descompone ; de nuevo, de la sonrisa al ensombrecimiento. Por eso se disolverá su rostro como los copos en la nieva, mientras el avión en el que Isa viaja surca el cielo, ya en la distancia, esa que siempre ha habitado, incluso consigo mismo.
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