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miércoles, 4 de enero de 2012
Le Havre, la música de otro tiempo, la música de la ilusión y la emoción perdida
La dilatada secuencia, en 'Le Havre' (2011), de Aki Kaurismaki, del concierto del rockero Little Bob, que había debutado en los escenarios con su banda cuarenta años antes en Le Havre, y su misma presencia, no deja de ser una declaración de un espíritu irreductible (hay que recordar a los músicos de 'Leningrad cowboys' de aún más enhiesto tupé), de una permanencia combativa pese a la erosión del tiempo, las heridas y magulladoras de la ilusiones,y la sensación de que cada vez se está más fuera de tiempo y lugar por una actitud que parece abocada a pervivir en un cuento de hadas o una tira cómica (la del idealismo que aún cree en la posibilidad de transformar esta sociedad cada vez más ajena a la suerte de los otros, y más si pertenece a otra sociedad más pobre, subdesarrollada, e intenta buscarse su lugar, 'irrumpir', como los inmigrantes clandestinos en el 'contenedor' de la película, en nuestra sociedad desarrollada, económicamente se entiende, pero cada vez más insolidaria y ensimismada). También no dejaba de transmitirme esta entrañable fábula, de espíritu positivo (confiar en lo posible, aunque sea en la pantalla), a la inversa que una producción del 36, 'Camino del pino solitario', en donde la evocación de un cine primitivo es evocar lo primigenio, que se resiente de cierta sensación de estética caducada, no ya porque me parezca inferior a obras precedentes de Kaurismaki, sino porque parece pertenecer a otro tiempo, ya superado; gratificante, entrañable, pero resuena como una pintura descascarillada (podrían aparecer rayas del celuloide deteriorado, y no extrañar). Transpira el aliento del cine de Chaplin, el muy olvidado y muy reivindicable Carné (con el nombre de Arletty, protagonista de la magnífica 'Los niños del paraiso'), Bresson, Tati o Melville, pero hay momentos en que parece su evocación ajada como el cuadro Dorian Gray. Pero otra música refleja las otras sensaciones que me transmitió esta obra, en concreto, la sublimes composiciones, que me evocaban a algunas de George Delerue, de Einojuhani Rautavaara, como por ejemplo en la bella secuencia en la que el limpiabotas protagonista, Marcel ( de elocuente apellido, Marx: él mismo declara que el limpiabotas junto al pastor, es la dedicación más cercana al pueblo) encuentra a su amada, Arletty, sentada en el suelo, y la lleva en brazos. El lirismo de la música, conjugado con las acciones, define con precisión la relación, como lo que representa. Como la misma valla de madera de la entrada de su hogar ( como el de las casitas en el campo, sobre todo en ciertas tiras cómicas; el trazo elemental, como el de estas, encuentra la condensación de ideas y emoción, como los colores primarios que dominan los espacios) en contraste con los espacios deteriorados, herrumbrosos, degradados que le rodean. Los espacios, hasta los transitos entre plano y plano lo señalizan, a veces asemejan a viñetas. El policía que encarna Jean Paul Darrosin parece un personaje de un polar de Melville en versión tira cómica, embutido en una gabardina que parece dos tallas menor ( al fin y al cabo,es como él realmente se siente, 'apretado' por una labor que le disgusta, y por esos sus reacciones son tan comprensivas; el trazo es elemental pero preciso, sobran las palabras, una de las grandes virtudes de Kaurismaki). Hermosa es la secuencia en la que se hace sentir un pasado, entre el policía y la dueña del bar. Antologico su diálogo: Ella le habla de alguien que ha muerto, él dice que le da el pesame, y ella replica que ¿por qué? era un fatalista. Kaurismaki como Van Sant, en 'Restless' sabe rehuir el dilatar innecesariamente el climax; concisión, sintesis, recuperar la agudeza elocuente de la elipsis. Si 'Drive' brilla en la impecabilidad de sus trazos, pero uno se pregunta qué 'transportan, en 'Le havre' los trazos parecen un tanto polvorientos aunque emocione su mirada disidente, empecinada en una mirada positiva que cree en lo posible, en recuperar una inocencia, una mirada frontal, que parece haberse perdido en esta sociedad cínica. Quizá le falte la complejidad, y la depuración de estilo, de la última obra maestra de Jim Jarmusch, con quien tanto se le ha asociado en recursos de estilo y mirada, 'Los límites de control', que, en cambio,parece transmitir que va por delante del 99% del cine que se hace hoy en día, pero, pese a todo, en esta obra late lo que representa el cerezo en flor en su último plano, el ideal de una vida simple y pura. Para los japoneses representa el paso del tiempo, y el momento en que florece un símbolo de renacer de la vida. Un puerto del que partir, pongamos que se llama 'Le Havre'.
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