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martes, 1 de junio de 2010
Dennis Hopper, easy rebel
Dennis Hopper creo uno de los más memorables personajes que ha dado el cine, el Frank Booth de 'Terciopelo azul' (1986), una obra maestra, por qué no decirlo, que ha marcado una antes y después en el cine. Era un personaje además que parecía hecho para este actor de marcada personalidad, con tics reconocibles que, en parte, le convierten en un actor manierista, ese modo de mover los brazos, ese gesto encorvado, esa rigidez como si llevara un peso en la espalda, esa borboteante expresividad exuberante. Una encarnación de la rareza, de la excentricidad y lo fronterizo, que inducía a la simpatía, como sus personajes de 'Apocalipse now' (1979) o 'La ley de la calle' (1983), o el Tom Ripley de 'El amigo americano' (1976), de Wim Wenders, donde personaje y su propio carácter parecen fundirse en una presencia que no sería lo mismo interpretado por otro, sino una impostura. Hopper era una presencia. Esos personajes parecían él, y a la vez creaba unos personajes de singularidad arrebatadora. Es a partir de finales de los 80 cuando Hopper, que portaba la imagen de rebelde outsider, ya se asentó en el sistema. Cuando comenzó, con personajes secundarios en la estupenda 'Rebelde sin causa' (1955), en la discreta 'Gigante' (1956), de George Stevens, o en la brillante 'Del infierno a Texas' (1958), de Henry Hathaway ya se percibían esos tics característicos. Pero su carrera se truncó por su tendencia a querer, con sus improvisaciones, más de cine tomas de un plano. Curioso que el cineasta con el que se había producido la fricción más notable, Hathaway, le diera oportunidades, con personajes secundarios, en una década de los 60 poco prolífica, dado que las productoras le veían como un actor conflictivo, en dos excelentes westerns, 'Los hijos de Katie Elder' (1965) y 'Valor de ley' (1969). Este mismo año realizaría su primera obra como director, 'Easy rider' (1969), una película que marcó su época y que se convirtió en todo un fenómeno y en leyenda, aunque vista ahora no deja de ser una obra artificiosa y pródiga en tics efectistas de montaje. Su mejor obra, con diferencia, es 'Out of the blue' (1981), de una intensidad mucho más efectiva. En los 70 trabajó en la que puede ser la mejor obra de Bigas Luna, 'Renacer' (1978), tampoco difícil dada la general discreción de este cineasta.En estas dos últimas décadas causó sensación aquella secuencia que compartía con Christopher Walken en la, por otro lado, efectista y mediocre 'Amor a quemarropa' (1993). Más interesantes fueron 'Extraños vínculos de sangre' (1991), de Sean Penn, o 'Witch hunt' (1994),de Paul Schrader, pero ha prevalecido una carrera más convencional, e integrada, entre papeles de villano en grandes superproduciones y otros personajes de 'raro' en producciones de escaso interés. O, lo que es lo mismo, vivir de las rentas de aquella figura de rebelde outsider encarnación de lo raro, pero ya domesticado.
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