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miércoles, 21 de octubre de 2009

Superfumados y el cine de Edgar Wright

Quien vea 'Superfumados' (Pineapple express, 2008), desconociendo las cuatro obras anteriores de David Gordon Green, puede llevarse una sorpresa si tuviera la curiosidad de conocerlas, como quien conozca algunas de ellas puede quedarse desconcertado por este giro. Hay quien pudiera decir que se ha supeditado a los corsés narrativos más convencionales en su paso a su primera producción dentro de los márgenes de eso que se llama 'mainstream', o dicho de otro modo, dentro del marco de las productoras que dominan el mercado de producción y distribución.

Es cierto que la narrativa de 'Superfumados' se desarrolla dentro de unas pautas, por así decirlo, más ortodoxas, sin esa narrativa discontinua o fragmentaria, en donde se descentraba el relato a través de diversas perspectivas o cambios de puntos de vista, y una singular utilización de las transiciones que se convertían en fisuras, dando primacia, ante todo, a algo tan inhabitual como que sea la emoción más que la trama, más la atmósfera emocional que el hilo argumental, el que rigiera y dirigiera la narración. El tiempo narrativo cobraba una presencia más manifiesta como recurso expresivo, no como vero vehículo de una cadena de acontecimientos. Esto era palpable en obras comentadas hace unos dias, como 'All the real girls' (2003) y 'Snow angeles' (2007). Y, por lo que he leido, en las dos obras que desconozco, George Washington' (2001) y 'Undertow' (2004), aunque está integre elementos del thriller, eso sí, con ecos tan poco ortodoxos como los de 'La noche del cazador'.

Pero no es tan extremo el giro. En los recovecos de esta historia centrada en dos porretas, que se pasan colocados toda la película, envueltos en una trama de crímenes, policías y narcotraficantes, que mezcla comedia con thriller, se puede rastrear ese juego de espejos entre los personajes principales y secundarios, como en obras pretéritas, de relaciones afectivas que se comentan entre sí como visión de un estado de cosas regido por la inmadurez y el comportamiento errático, da igual si es de amistad o de pareja. Y, aunque de modo menos acusado, no están ausentes algunos de esos contrapuntos narrativos, como leves fugas en forma de breves secuencias, de esa presencia especular de las figuras secundarias.

Pero es verdad que, ante todo, la principal variación, aunque el humor no estuviera ausente en obras anteriores con su toque excéntrico, es que todo esto está narrado dando ahora primacía a la hipérbole. Como acompasando el ritmo narrativo al estado 'colocado' de los personajes, sin recurrir a los ya convencionales recursos de irreales secuencias para plasmar los estados 'colocados', la narrativa se impulsa en un ritmo fébril y dislocado, reflejando esa condición y circunstancia descentrada de los dos protagonistas. Atrapados en una trama que les supera desde el momento en el que Dale (Seth Rogen) es testigo de un asesinato en el que están compinchados una policía y un narcotraficante.

E involucra a Saul (James Franco), su habitual suministrador de droga. Hasta ese momento nos han presentado a ambos como dos personajes ante todo 'conectados' a la marihuana, pero 'desconectados' de algún modo del mundo, ensimismados en su aislado mundo. O quizás 'descolocados' aunque ellos mismos no lo sepan, un descoloque en el que están atrapados, Saul en su torre de marfil ajena al mundo y hasta fuera de tiempo ( como esa estética hippy que viste) y Dale con su relación con una dieciochoañera y su trabajo de esbirro social presentando notificaciones de embargo a morosos.

Están en aparentes divergentes lados de lo legitimado por socierdad y ley, pero comparten ensimismamiento y ajenidad al mundo ( hay que ver cómo Dale se las arregla para presentar los avisos, indiferente a las invectivas indignadas de los deudores). No dejan de ser mordazmente graciosos detalles que puntúan esa 'condición' de atrapados, o 'atascados', como cuando tras que Dale sea testigo del crímen, al arrancar el coche, golpee una y otra vez a los coches que están aparcados delante y detrás en su desesperada maniobra por salir, y evitar que le vean ( cosa que no consigue), o como, en una de las persecuciones en coche, Saul golpea con su pierna el parabrisas quedándose enganchado su pie en el cristal.

Los acontecimientos se hilan con esa pauta dislocada, dando preeminencia al absurdo y al descentramiento (como brillante ejemplo la alucinatoria secuencia del bosque), sabiendo sostenerse en esa dinámica del disparate sin perder de vista el dibujo de unos personajes inmaduros enfrentados a un desproposito que, de algún modo, les enfrenta a su propio desproposito. Y cómo,en ese camino, encuentran algo que quizá no habían dado valor, la amistad, el aprecio y complicidad con el otro. No quiere decir que vayan a convertirse en seres responsables dentro de los parametros que esta sociedad establece, porque son igual de ilusorios, como bien indica la dedicación laboral en la que trabaja Dale, sino que dan valor a algo no tan propiciado en esta sociedad ensimismada donde el otro es un mero competidor o una función util, el valor de la relación afectiva, generosa y leal.

Es cierto que en este entramado de personajes y circunstancias vitales 'indefinidas' (o en un tránsito entre la inmadurez y la madurez), podemos encontrar relación con las obras producidas por Judd Appatow, como las dirigidas por él mismo, 'Virgen a los 40'(2005) o 'Lio embarazoso'(2007) en su retrato de figuras inmaduras, o 'Supersalidos' (2007),de Gregg Motola, cuyo guión estaba tambien firmado, como en 'Superfumados' por el tandem formado por Seth Rogen y Evan Goldberg. Comedias que han insuflado un aire, sino renovador, sí por lo menos con una incisión e ingenio que revitaliza el páramo en el que está sumido la comedia norteamericana. Lo que separa la obra de Green de ellas, es, precisamente, una cuestión de estilo, o unas dotes como cineasta.

En las otras obras destaca ante todo las cuálidades dramaturgicas del guión, y su mirada, pero el estilo suele ser más funcional u ortodoxo. Green aporta su 'dinamismo' narrativo, aunque por momentos, en las secuencias dialogadas se manifieste esa conexión con las obras citadas. Logra crear esa atmósfera dislocada o descentrada, haciendo verosimil el disparate, como reflejo de unos personajes y un tiempo. Quizás no sea su obra más redonda, pero este giro no deja de ser estimulante como comedia excéntrica que se disfruta con el mismo sabor 'colocado'.

Ese tono excéntrico y descolocado, y esa mixtura de géneros, sí me parecía más cercano, o conectado ( y no sé si hay algún tipo de influencia) con el estilo, o mirada, del cineasta británico Edgar Wright, y esa afortunada combinación de comedia y terror que realizó con 'Zombies party (Shaun of the dawn, 2004) y comedia, cine de acción y terror en 'Arma fatal' (Hot fuzz; 2007). No está lejana la pareja protagonista de 'Superfumados' de la de 'Zombies party'. Otro retrato sobre la inmadurez, en donde la utilización de la figura del zombie se convierte en reflejo mordaz de la vida de zombies que llevan los dos protagonistas, Shaun (Simon Pegg) y Ed (Nick Frost).

Es impagable la presentación de Shaun, discutiendo con su novia Liz en el pub al que van siempre, pub que se convierte en emblema de una vida inmóvil, 'atascada' en la rutina, como le reprocha ella, ya que no hacen otra cosa que ir a ese lugar. Una vida de inercias, cual zombie vital, que se corroborará con las siguientes secuencias, donde con aguda ironía, se asociará sus movimientos al despertar, o las expresiones de la gente en sus tránsitos al trabajo, con los modos expresivos de los zombies. Así que la aparición de los mismos quizá no sea tan 'extraña'.

El mismo Shaun es todo un emblema de una sociedad, algo que se aprecia en las mezquindades que se destacan en las relaciones de su trabajo, y, sobre todo, en la figura de su amigo Ed, un auténtico parásito en su piso, que se dedica exclusivamente a ver la televisión o jugar con la nintendo. Sin más aspiraciones o inquietudes, aunque sea tan gracioso. Como niños que no han crecido. Pero, por otro lado, la figura que representa al 'responsable', el otro compañero del piso, no deja de ser el protótipo de la figura del esbirro social que cumple con sus obligaciones 'responsables' que no son sino las de la ambición y la adaptación a los mecánismos productivos. En vida no son menos zombies los 'integrados' que los que se quedan al margen.

El ingenio de Wright y Pegg ( pues colabora en el guión) destaca, por ejemplo, en cómo plantean de modo equivalente dos secuencias. Aquella en la que por primera vez sale Shaun de casa para dirigirse, de modo inercial sin fijarse en nada a su alrededor, a la tienda de comestibles más cercana, y cuando realiza la misma acción, planificada de la misma manera, pero ahora sin advertir, tal es la inercia de sus hábitos, que a su alrededor la calle, y el mismo establecimiento, están dominada por los zombies. Su particular odisea será intentar rescatar y proteger a su novia, que le ha mandado a paseo por su iresponsabilidad y rutina vital, como prueba de que puede ser merecedor de ella. Momento a retener: Cuando se cruza su grupo con otro que es casi una réplica de ellos.

En 'Arma fatal' encontramos como en 'Superfumados', una ironía sobre los géneros, en concreto el cine de acción, y sobre todo, aquellas películas, 'Buddy movies', de parejas de policías que dominaron el panoráma del género en los 80 y 90. Algo que se explicita en la referencia que se hace de dos obras tan representativas como 'Le llaman bodhi' o 'Dos policías rebeldes'. 'Arma fatal' es una ingeniosa muestra de cómo crear una mixtura de géneros y de cómo asimilar influencias de modo armónico y con personalidad propia. El género de acción, la comedia de la productora Ealing de los 50, con ese publecito rural tan tipicamente ingles y esas sngulares figuras secundarias, las tramas de intriga de Agatha Christie o el género de terror ( esa inquietante y misteriosa figura encapuchada que realiza los crimenes, o la referencia a 'La profecia' en la brillante secuencia en que el periodista es ensartado por la barra que cae desde la cúpula de la iglesia).

La ironía y la excentricidad rigen el relato. Nicholas (Simon Pegg) es el policía más efectivo de Londres, pero por eso mismo, para no convertirse en espejo que revele la incompetencia del resto, es trasladado a un pueblo ingles, donde no pasa nada, y donde todos parece que llevan una vida de lo más anodina, sin particulares inquietudes. Pero nada es lo que parece, y el epítome del pueblo inglés oculta su monstruosidad bajo esas correctas e insipidas apariencias, y un mal arraigado en nuestro tiempo, el desprecio al 'otro', al extraño que altere una sociedad asentada sobre las formas correctas, las apariencias.

De nuevo, la pareja formada por Pegg y Frost ( en la piel de Danny, el mitómano compañero de policía) se convierten en el hilo conductor de una disparatada trama, tan gozosa en su excentricidad, como aguda en sus sutiles comentarios de fondo sobre nuestra sociedad. A veces, como en 'Superfumados' o las obras de Wright, el disparate o la hipérbole, se convierten en afortunadas, e hilarantes, cargas de profundidad sobre el inconsistente estado de cosas.

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