'Cinturón rojo' (2008), de David Mamet, invoca una tradición a la vez que asocia estos tiempos con unos pasados. O que los tiempos nada han cambiado. Centrada en un instructor de jujitsu brasileño, Terry (Chiwetel Ejiofor) envuelto en una trama enmarañada por una mezcla de aleatoriedad (un accidente, la casualidad, una rotura de un cristal), los equívocos y las interesadas y aviesas manipulaciones o conspiraciones, recupera el conflicto o colisión entre dignidad y necesidad en un mundo corrupto, sustrato de aquellas películas centradas en el universo del boxeo a finales de los años 40 ( y de las que hablé extensamente en otra entrada hace ya unos meses), caso de 'Nadie puede vencerme' (The set up, 1949) de Robert Wise, o 'Cuerpo y alma' (1949), de Robert Rossen.
En aquellas 'rugosas' y críticas obras la integridad ( o mantenerla) se enfrentaba a unos intereses economicos que alimentaban, o 'legitimaban', el engaño, la doblez y la voraz depredación. Lo que ponía al personaje protagonista en el dilema de qué opción tomar, dada las fatales consecuencias que podía tener para él, no sólo su supervivencia económica, sino su propia integridad física, como en el primer caso, o necesitar de un proceso de concienciación que evitará el dejarse llevar por las tentaciones de las mieles del éxito por la via fácil, como en el segundo, aunque implicara enfrentarse a esos poderes que podían hacerte 'desaparecer del escenario' sino te plegabas a sus exigencias demiurgicas. Al fin y al cabo, el oscuro reflejo del canibal capitalismo que aún pervive, sino intensificado, en nuestros días. Da igual si es con modos legitimados ( dentro de la ley) o no ( delincuencia). Los modos vienen a ser los mismos. Y cómo de nuevo refleja 'Cinturón rojo' los legitimados lo que saben hacer es camuflar bien sus retorcidas artimañas.
Mamet a lo largo de su obra como director ha incidido, repetidamente, en tramas sustentadas sobre manipulaciones, juegos escénicos en donde la realidad se iba descubriendo apariencia, un escenario huidizo y laberíntico donde nada es lo que parece, y en donde las personas hacen manifiesto lo que etimologicamente ese término (persona) implica, máscaras. Ya sea las instituciones, como reflejó en los guiones de 'Veredicto final'(1982), de Sidney Lumet, o el político en 'Wag the dog' (1997), de Barry Levinson, o el mundo comercial en 'Glengarry Glenn Ross' (1992), de James Foley, o, ya en obras dirigidas por él, en el financiero en 'La trama' (1997).
O ya sea, en el 'otro lado de la ley', el mundo del juego o timadores en 'La casa de juego' (1988) o de los atracadores 'El último golpe' (2001), todos se revelan como un 'espacio de representación' cuyos mimbres son las falsas apariencias, el cálculo, la competencia y el engaño. Al fin y al cabo hablamos de un sistema económico, y de un pais, que ha hecho de la imágen pública un escenario de convenciencias que camufla las elementales y mezquinas ansias de poder y de beneficio económico, y para tales fines cualquier medio es válido.
Si por algo destaca Mike, en 'Cinturón rojo', es por su nobleza. Algo que le equipara a aquel guionista (Philip Seymour Hoffman) en State and main' (2001). Y parece que hoy, más que nunca, una actitud así está fuera del tiesto. No hay nada menos práctico, como no deja de señalarle su esposa, Sondra (Alice Braga), cuando además hay que hacer frente a las obligaciones cotidianas de pago de facturas y rentas. Es que ni se sobrevive. Nada que contraste más con aquellos que no cejan en su ansía de enriquecerse. Su concepto de la lucha no contempla la competencia, sino el afán de superación.
Y como alguien noble, 'instruye', ayudando a los demás en todos los ámbitos desinteresadamente. Claro que en este mundo no es facil aplicar una de sus máximas de lucha ' Para no ser derrotado no hay que distraerse'. Y no ve venir a los que bajo una apariencia desinteresada, que parece le ofrecen una posibilidad de progreso en su vida, esconden un ruin interés de aprovecharse de él. Si añadimos que pertenecen al mundo del espectáculo, ya sea del cine, o de la organización de espectáculos televisados de combates, se remarca tanto la doblez de este mundo en concreto como la condición de la vida como movedizo escenario. Algo simbolizado en esas piedras blancas o negras que deciden la suerte de los contendientes, pues al que le toque la negra deberá pelear con un brazo atado. Y no olvidemos el apunte de telón de fondo de que la película que se rueda es sobre la guerra de Irak, y si los productores son algunos de los que enredan a Mike queda bien claro el apunte vitriólico.
Eso sí, una de las principales virtudes de la última obra de Mamet, es que, sin quizás ser tan brillante su dramaturgia, como las de dos de sus mejores obras, 'La casa de juegos' o 'El caso Winslow'(1999), depende menos que en otras ocasiones de ese mecanismo de relojeria en el que se convierte la narración, donde la calculada orfebreria de las tramas que realizan los personajes amenaza con devorar o anular la textura dramática, o que el conflicto de los personajes se emborrone con el alarde de la construcción de la alambicada trama. Como en su muy sugerente anterior obra, 'Spartan' (2004) sus artes como narrador cinematográfico brillan por encima de las del dramaturgo, jugando con algo tan inasible pero efectivo, como es la creación de un tono o atmósfera emocional, con los intersticios entre planos, esas fisuras en la narración, que van empapando el ánimo del espectador.
O con las miradas más que con el verbo, algo que aquí encuentra el portentoso apoyo de la prestación de Chiwetel Ejiofor, cuya mirada conduce el relato, y se constituye en el más elocuente signo de la nobleza rasgando una pantalla de manipulaciones y conspiraciones interesadas para las que la integridad no es valor de cambio. Eso es el cinturón rojo, el símbolo de la integridad, el valor del afán de superación personal, que no implica superar, o aplastar, a los demás para el beneficio propio, sino la generosa instrucción de una actitud desinteresada.
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