Probablemente, no ha habido actor como el gran Peter Cushing que haya encarnado la figura de Sherlock Holmes con tal cautivador poderío, representando la agudeza en estado quintaesenciado, con esa esquiva frialdad que destila la condición del observador reflexivo que sabe desprenderse de cualquier perturbación de los afectos. Su mirada, de aguila rapaz, era la del que sabe a la vez poseer la pertinente visión de conjunto y la capacidad de advertir el más mínimo detalle revelador. Sus mismos movimientos parecían dar cuerpo a un estado permanente de atentos reflejos en tensión, al acecho, camuflados bajo una apariencia imperturbable.
En buena medida, gracias a él, podría considerarse a 'El perro de Baskerville' (1959), de Terence Fisher, la obra maestra de todas las númerosas obras cinematográficas que se han aproximado a este detective, ya reconocible hasta en su aguileño perfil, desde variados puntos de vista, a veces adaptando las propias novelas o relatos de Arthur Conan Doyle, o realizando variaciones, a través de guiones originales para la pantalla, en algunos casos incluso fuera del tiempo en el que acaecieron sus aventuras literarias, en los finales del siglo XIX.
Uno de esos casos de guión no inspirado en ninguna de las creaciones literarias de Doyle es la otra película que, para mi gusto, rivalizaría con la de Fisher en ser la mejor aproximación cinematrográfica a esta figura: 'La vida privada de Sherlock Holmes' (1970), de Billy Wilder. Desde luego, la más entrañable y lírica, de un poso meláncolico que rasga las emociones como el violín de ese hermoso leitmotiv musical compuesto por Miklos Rosza.
Pero antes de ahondar en la que considero una de las dos o tres mejores obras de Billy Wilder, hagamos un breve repaso del algunos acercamientos a esta fascinante figura que es Sherlock Holmes a lo largo de la historia del cine, ya sean adaptaciones o (re)creaciones inspiradas en su singular idiosincracia de ambientes, tramas y perfiles, cuando menos a los más interesantes o emblemáticos.
Aunque ya se produjeran varias traslaciones al cine desde 1900, y, en especial durante los años 30, la primera figura, o presencia, que caló en el acervo popular, sobre todo en Estados Unidos, como imagen asociada a la del detective de Baker Street, es la de Basil Rathbone. Junto a Nigel Bruce, que encarnaba al doctor Watson, interpretó alrededor de quince películas.
Las dos primeras, una de ellas otra versión de 'El perro de Baskerville' producción de la Fox, situaban a ambos en su tiempo, pero el resto de la serie, ya producida por la Universal, los trasplantó a esa misma época, durante la segunda guerra mundial. Incluso en algún caso, enfrentados a tramas de espionaje relacionadas con el conflicto bélico. La mayor parte de estas obras fueron dirigidas por Roy William Neill, y otras por cineastas como Sidney Lenfield, Alfred L Werker o John Rawlins, en algunos casos bordeando el género del terror, y aún sin ser demasiado conspicuas mantuvieron un sugerente tono medio.
La citada, e insigne, obra, ya citada, de Fisher, sí se sumergía en las aguas más que del terror, diría, de lo siniestro. Ya la paleta de colores, de negros y rojos, parecían dar a las sombras una presencia física, como encarnación palpitante de las turbias corrientes de emociones resentidas y codiciosas que laten, camufladas, en las entrañas del relato, y de los personajes. Y elocuentemente espacializadas en los subterraneos de una mina, o las arenas movedizas de los pantanos.
Sólo una presencia como la de Sherlock, como esa aparición en sombras en lo alto de una colina, puede ser capaz de desgarrar los velos de la oscuridad, tramados desde el pasado, y mantenidos a través de leyendas que cultivan el miedo. Como esas ruinas de culturas ancestrales que remiten a una condición atávica en el ser humano: el abuso o la depredación, o 'el hombre es un lobo para el hombre'.
Una leyenda que tiene la base de la crueldad de aquellos aristócratas del siglo XVIII, que sustentaban su poder en el capricho y la humillación. Substrato que recuerda al que también se utilizaba en los primeros compases de 'La maldición del hombre lobo' (1960). Prólogos o introduciones situados en el pasado que quedan adheridos a la narración como el crispado peso de la memoria hecho de abyección y depravación. Y no hay representación más ajustada que la agudeza de Sherlock Holmes, su analítica inteligencia, para contrarrestar y desvelar las sugestiones del miedo sobre las que se crean leyendas que camuflan los codiciosos intereses.
Otras interesantes aportaciones son las realizadas por James Hill con 'Estudio de terror' (1965), con John Neville y Donald houston, como el duo protagonista, y enfrentados, en este caso, por primera vez, a la figura de Jack el Destripador. Sobría, y con eficaces apuntes turbios, se constituye en una apreciable obra, injustamente olvidada, y en la que hay contenidos elementos retomados, y mejorados, en 'Asesinato por decreto' (1978), de Bob Clark, donde Sherlock y Watson, interpretados por Christopher Plummer y James Mason, se enfrentaban de nuevo a Jack el destripador, donde se acrecentaba la atmósfera malsana y una incisiva radiografia de los oscuros mecanismos del poder.
Es evidente la inspiración que ambas, sobre todo la segunda, supusieron, en trama y atmósfera, para la notable 'Desde el infierno' de los hermanos Hughes (aunque aquí la figura de Holmes tuviera su correspondencia en la del inspector encarnado por Johnny Depp). No dejar de reseñar que quizá la interpretación de Mason sea la más memorables realizadas sobre la figura de Watson (antológica e inolvidable es la secuencia en la que lucha por cazar unos guisantes de su plato, y ve cómo Holmes los tritura indiferente a su lucha mientras está entregado a una de sus especulaciones deductivas).
'Elemental doctor Freud' (1976), de Herbert Ross, es una simpática y apreciable aproximación, conjugando la intriga con la comedia. Basada en una novela del, luego director, Nicholas Meyer, unía en la aventura a Holmes y Watson (Nicol Williamson y Robert Duvall) con el doctor Freud (Alan Arkin)-recordemos como Meyer hacía coincidir los personajes de HG Wells y Jack el destripador en una de sus primeras realizaciones, 'Los pasajeros del tiempo' (1979)-. Freud comparte esclarecimiento de un enigma a la vez que psicoanaliza a Holmes, para descubrir el por qué de su adicción a la cocaina, y de su fijación con su Nemesis, el profesor Moriarty. ¿Por qué está obsesionado Holmes con que es el 'Napoleon del crimen' cuando es un mero e inofensivo profesor de matemáticas que fue preceptor de Holmes en su infancia?.
Más discretas son 'El hermano más tonto de Sherlock Holmes' (1975), de Gene Wilder, o 'Sin pistas' (1988) de Thom Eberhardt, en la cuál se parte de una peculiar premisa. Las obras las escribía Watson, pero no existía nigún Holmes, y debía contratar a un actor de cara a la imagen pública y llevar a cabo los casos encargados. Lo mejor, sin duda, las encarnaciones, respectivamente, de Ben Kingsley y Michael Caine.
Otra 'fántastica' variación o invención sobre la figura de Holmes es 'El secreto de la pirámide' (1986), de Barry Levinson, en la que se juega con los orígenes de Holmes, en sus años adolescentes, a traves de unos hechos que explicarían cómo conoció a Watson o el por qué de su esquiva frialdad y empecinado cerebral comportamiento en su edad adulta. Siempre hay un dolor tras esa máscara creada. La obra de Levinson, sin ser una maravilla, recupera por momentos esa atmosfera de misterio, con sabor a humo de biblioteca y calles neblinosas, y misterios agazapados en las sombras.
'La vida privada de Sherlock Holmes' es, de entrada, otro juego. En el que, a la vez, recuperar la atmósfera, o espíritu, de aquellos relatos, o de esa sensación de historas narradas a la luz de la lumbre, como si nos mecieran con el hechizo del relato de un misterio que pareciera protegernos del intempestivo tiempo más allá de las ventanas. Y, por otro lado, dar rienda suelta a la característica ironía wilderiana, poniendo sobre el tapete, o explicitando, cuestiones como su adicción a la heroina o su virilidad, y por extensión, su relación con las mujeres.
Pero, en esta ocasión, equilibrado con ese lírismo melancólico que citaba al principio, y que dota de esa pregnante hondura al relato, dejando una huella que permanece, casi dolorosa, tras que sus imágenes ya se hayan desvanecido. Lo subterráneo, lo oculto bajo las apariencias, adquiere rango de distinción en quizá la más sutil narración de la obra de Wilder. Como no iba a cobrar relevancia en la trama la figura de un submarino
Además, se convierte en una nueva demostración del absurdo de la consideración, extendida durante años, de la perspectiva misógina del cine de Wilder, cuando si uno analiza debidamente sus films, no puede ser más extremadamente opuesto. Pocos cineastas han puesto sobre la picota cierta identidad masculina, la más rígida y tradicional, y asociada en muchos casos a una actitud laboral y social como emblema de una depredadora y arribista sociedad capitalista. Y aquí la figura femenina, Gabrielle (Genevieve Page) se constituirá en aquella que propicie la primera fisura en su suficiencia intelectual. O su inteligencia. A lo que se añade la admiración, y el sentimiento que suscita en Holmes.
Ya de entrada el dibujo de la figura de Holmes (Robert Stephens) es más matizado, y menos distante su presencia, gracias a la cálida interpretación de Robert Stephens, alguien que sufre con la inactividad, y que necesita de adicciones para sentir una intensidad vital que no acaba de encontrar en un mundo de escasas inquietudes intelectuales en las que se siente un 'cuerpo extraño'. Mientras que Watson (Colin Blakely) se convierte en el epítome del hombre integrado, conformista, sin ansiedades porque no aspira a mucho, mientras que Holmes es alguien con hambre de experiencias, de ahi su cualidad excepcional.
Aunque su condición paradójica se revela en cómo se enerva con la asistenta porque ha limpiado el polvo de su mesa, ya que tiene identificado temporalmente cada archivador por la capa de polvo. Se siente constreñido vitalmente como si el polvo le ahogara, 'clasificado', pero él está tambien preso de su sistema clasificador (que se verá quebrado por las astucias de una representación que sabe jugar con la inasibilidad de la fascinación).
El primer tercio del relato ironiza sobre las presuntas virtudes o idiosincrasias de Holmes, algunas de las cuales han sido alimentadas por las narraciones de Watson (como su famosa indumentaria, a la que se ha resignado a vestir, o su dominio del violín que realmente no es tal). Y, tambien, incide en ese aspecto de subvertir las presunciones viriles. Poner sobre el tapete las inclinaciones sexuales de Holmes, generalmente ausentes, como si fuera puro cerebro, sirve para hacer, en este tramo del relato, irrisión de la mente cuadriculada viril, encarnada en la de Watson, para quien todo asomo de ambiguedad, o sea, de posible tendencia homosexual, es origen de inquietud y amenaza.
Por eso, son desternillantes los pasajes iniciales, cuando una bailarina rusa propone a Holmes que la 'insemine' (despues de desecharse las opciones de Tolstoi, Nietszche y Tchaikovski), y Holmes sale del paso sugiriendo que, como el último, sus gustos son otros, y que Watson no sólo su compañero de piso.
Despechado, el agente de la estrella susurra a las bailarinas, que danzan con un entusiasmado Watson en el escenario, que éste es la pareja de Holmes, y Watson entregado al baile no se percata de cómo van siendo sustituidas por los bailarines, todos ellos homosexuales, para su horror. Indignado por esa situación en la que le ha colocado, Watson llega al extremo de interrogar a Holmes sobre sus reales inclinaciones, algo que nunca se había planteado, pero éste se muestra elusivo, dejándole con su desconcertada turbación.
La aparición de Gabrielle, por un lado, detona la trama del misterio,compuesto de inquietantes monjes con capuchas que cruzan verdes prados, pero que no son lo que parecen, como tampoco la supuesta aparición del monstruo del lago Ness. Como las sombrillas no son meras sombrillas sino tambien un instrumento de señales (un objeto que cubre es tambien un objeto que 'descubre' o revela). Sí, nada es lo que parece, o las apariencias indican una realidad ambigua o movediza. Una tienda abandonada está solo habitada por una jaula de canarios, y el intrigante rastro de unas marcas estrechas en el polvoriento suelo ( en una de las más cautivadoras secuencias de la película que mejor logra hacer cuerpo de lo insólito y lo enigmático).
Y el misterio de esa mujer de mente 'nublada', sin memoria, Gabrielle, que aparece en su domicilio, y que parece necesitar ayuda, y desvelarse en su misterio, que ni ella misma parece saber, se convierte en un agudo emblema de cómo la inteligencia sabe jugar con las apariencias para nublar hasta a la mente más aguda, la de Holmes. Si esto no es toda una clara declaración de homenaje a la inteligencia femenina...De ahí la poderosa emotividad de las secuencias finales (qué hermosa y delicada la despedida, en la que se utiliza precisamente la sombrilla como cómplice adios), pues si algo dignifica a la genuina inteligencia de Holmes es que sabe admirar, e incluso conmocionarse, con la inteligencia ajena.
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