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miércoles, 21 de octubre de 2009

El cine de Neil Labute

Un ‘escenario’ regido por el cálculo y la rapaz manipulación, el resentimiento y la emoción sofocada. Esas son las coordenadas de las relaciones afectivas en el cine de Neil Labute. Pero tan enfático me ha parecido su mordaz desentrañamiento de ese teatro de crueldades y carencias emocionales, donde el sentimiento es siempre la pieza sacrificada, que se asemeja más a la rígida disección de un engranaje. Donde resulta más manifiesto es en sus Films inspirados en obras teatrales propias como ‘En compañía de hombres’ (1997) o ‘Por amor al arte’ (2003), ambas centradas en una manipuladora escenificación cuya finalidad es la humillación, ya sea por capricho o por resentimiento.

Al final, poca diferencia hay entre ambos protagonistas, aunque sus motivaciones parezcan diferentes. El misógino ejecutivo, Chad (Aaron Echart), protagonista de la primera, plantea un juego de seducción con una mujer, de rasgos lo más vulnerables posibles (en este caso, una sordomuda), justificado en el resentimiento por lo padecido con otras mujeres (sobre todo, su esposa que le ha abandonado, y envolviendo en su ‘venganza’ a su pusilánime compañero, Howard (Matt Malloy). Aunque, para sorpresa de éste, realmente no hubiera sido abandonado por su esposa. Era simplemente el placer del juego de la crueldad, reflejo, por otra parte, de una actitud que tiene su correspondencia en el depredador mundo laboral.

Por su parte, Evelyn (Rachel Weisz), parece una contestaria artista, que se indigna porque una estatua en el museo tenga colocada una hoja ocultando su pene, y se dispone a realizar una ‘terrorista’ acción de protesta. Obligada por el guarda, Adam (Paul Rudd) a abandonar el museo, aunque lo haga más porque es su función, y no arriesgarse a perder el puesto, ella, sorprendentemente, reacciona proponiéndole una cita. Evelyn moldeará a Adam (Paul Rudd) haciendo que pierda peso, cambie su peinado y forma de vestir o se coloque lentes de contacto, cuando el fondo lo utiliza como marioneta en la que da rienda suelta a un espiritu de revancha.

Lo ha convertido en su contestataria obra de arte, ‘utilzándole’ como conejillo de indias, como reverso de tanta mujer moldeada o manipulada a lo largo de la Historia. Pero hay más por debajo, un sentimiento de resentimiento fruto de la decepción sufrida por hombres que la utilizaron. Su actitud ha sido la del ojo por ojo, el ejemplo de la víctima que reproduce las pautas del poder, y resulta igual de manipulador y cruel.
‘Amigos y vecinos’ incide en esa misma línea de personajes frustrados o crueles, de vacio afectivo donde los personajes no parecen saber comunicarse, o ni siquiera querer hacerlo, ensimismados en sus presunciones y excusas vitales de que lo único que importa es uno mismo. El paisaje de las relaciones afectivas entre hombres y mujeres es presentado como un escenario embalsamado en el que aquel que se sale de esa pauta es una excepción.

Idea que transita también entre las imágenes, aunque ya de modo menos acerado o sórdido, pero igual de gélido, en su adaptación de la novela de AS Byatt, ‘Posesión’ (2002). La combinación de tiempos busca el confrontar cómo en la aparente más rigida época victoriana del Siglo XIX, donde las relaciones, de modo externo, estaban más codificados, y sancionaban al que se salía de las pautas convencionales de conducta, ya sea relación extramarital o con alguien del mismo sexo , resulta que las actitudes al menos parecían, aún encorsetadas por esas circunstancias sociales, más ‘sanguineas’ o pasionales, que los protagonistas del tiempo presente, más controlados con sus emociones, más enquistados en código de circulación afectiva que ellos mismos se crean interiormente, entre la reserva y el miedo. El juego estructural de espejos de relaciones amorosas en tiempos diferentes pone en evidencia las carencias de las de hoy, aún más encorsetadas, o interiormente victorianas, que las decimonónicas.

‘The wicker man’ (2006) es otra alegoría, lastrada por la supeditación a sus implicaciones simbólicas, sin saber crear la necesaria atmósfera turbadora. Debería haber poseido una opresiva y siniestra atmósfera fantástica, acorde a ese extraño mundo que el protagonista, un policia, Marcus (Nicolas Cage), va descubriendo en esa isla a la que acude a investigar la desaparición de una niña. Hija de quien fuera su novia, la cuál le abandonó inexplicablemente antes de la boda. Y ahora le escribe solicitando su ayuda. Lo que Marcus se encuentra en la isla es una comunidad, o secta, de atávicas reglas, que rechaza el mundo moderno, declarando un apego a la madre tierra. Un matriarcado, en suma, virulento, donde los hombres son piezas de sacrificio. Como ‘Por amor al arte’ es otra muestra de que da igual el género, masculino o femenino, a la hora de hacer manifiesto la condición cruel y sectaria del ser humano. El poder y la violencia no tienen género.

Curiosamente, cuando no ha participado en el guión, en ‘Persiguiendo a Betty’ (2000), o ahora, en. ‘Protegidos por su enemigo’, ha logrado hacer del contraste, y del matiz, savia de relieve dramático. En la primera no deja de ser implacable, pero de un modo menos enfático o explicito, y además dejando espacio para la emoción, sabiendo jugar con la combinación de tonos. Y quizás por ello sus cargas de profundidad sean más efectivas, o menos autocomplacientes (como la de la furia del adolescente que descalifica las inconsistencias del mundo: Su visión puede ser atinada, pero quizá demasiado afectada y de virulencia demasiado retorcida.) . Betty (Renee Zellweger) vive en un mundo de fantasía, obsesionada por una serie de televisión, cuyos personajes cree que son reales. El contraste se hace doloroso, sin necesidad de subrayados, por la vida que lleva, prisionera de una mediocre vida y un marido violento y abusivo. Por mucho autoengaño en el que viva Betty, no por ello, en esta ocasión, Labutte carga las tintas, y sabe reflejar la emoción de desamparo que late bajo la mente sugestionada de Betty.

En ambas obras, además, se libera de cierta sujeción a la primacía de la palabra, e integra con más sutilidad la carga simbólica, como, en ‘Protegidos por su enemigo’, los incendios que puntúan la acción, correlato de los que habitan en el interior de unos personajes congestionados en la suspensión de emociones no resueltas. O el mismo espacio, esa casa sobre una atalaya, un afilado símbolo de sobre qué frágiles cimientos se sostienen las relaciones humanas. Pero, ante todo, hace de esa crispación narración. Se aposenta con afinada progresión en un relato que fluye, como los personajes no parecen atrapados en su condición de resortes de una representación.

La pareja acosada, Chris (Patrick Wilson) y Lisa (Kerry Washington), no carece de contradicciones, como la tensión que brota por la cuestión de tener hijos. Y bajo la inflexibilidad del vecino policía, Abel (Samuel L. Jackson), late el poso de un dolor que transfiere en la pareja de recién llegados, cual espejo de lo que amargó su vida, el abandono de su mujer por un blanco. Como la protagonista de ‘Por amor al arte’ es alguien resentido que hace del cambio de posición un dominio del escenario, en el cual puede abusar del otro justificado en su despecho. Da igual tu identidad genérica, si has sido discriminado, sufrido una decepción o han abusado de ti, puedes dar la vuelta a la situación y ser tú el que se imponga. Si la condición de la pareja interracial encarna la posibilidad de armonía con el ‘otro’ parece que ‘edificar’ una ilusión, sea el hogar o el amor, implica pagar el peaje de enfrentarse al monstruo de la inflexibilidad. O el infierno son los otros. El problema es que algunos se justifican en eso para hacer de la vida de los demás un infierno

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