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jueves, 22 de octubre de 2009

Psicosis y Los pájaros

Pájaros disecados, pajáros desbocados impulsados por un rapto de agresividad. Singulares conexiones entre dos obras consecutivas de Alfred Hitchcock, 'Psicosis' (1960) y 'Los pájaros' (1963). Jaulas. Marion (Janet Leigh), en la primera, se siente prisionera de una vida frustrada, atrapada en unos límites que impiden que realice sus deseos. No se siente a gusto con su trabajo de secretaria, ni con su clandestino romance con Sam (John Gavin). En la primera secuencia, la cámara realiza un movimiento desde las alturas de una ciudad hasta la ventana de un edificio, un hotel, un lugar de tránsito, un espacio anónimo, intercambiable, sórdido. Asemeja a un nicho. Una vida invisible, que no logra realizar, hacer visible, lo que desea.


Melanie (Tippi Hedren) es una caprichosa hija de papa (un magnate de la prensa), irresponsable, se mueve por impulsos y apetencias. En una tienda de pájaros decide gastar una broma a un abogado, Mitch (Rod Taylor), haciéndose pasar por una dependienta. Pero Mitch sabe quién es, y le devuelve la broma, dejándola escaldada y despechada. La secuencia se teje sobre dobles sentidos, las irónicas alusiones de Mitch a por qué están esas inocentes criaturas enjauladas, en vez de vivir libres. Y el remate, cuando le desvela que sabe quién es ella, tras recoger el pájaro que se le ha escapado a Melanie al intentar cogerlo para enseñarselo. Mitch captura el pájaro con su sombrero y dice, 'vuelve a tu jaula dorada, Melanie Daniels'. Mitch estuvo presente tiempo atrás en un juicio a Melanie por una de sus 'gracias'. Mitch cree en la ley ( lo que es más bien decir, en la responsabilidad).

Desvíos. Marion decide robar un dinero que ha dejado un cliente, y decide escaparse, tomar la via fácil y rápida, tomar un 'desvío' o atajo en su vida, para sentir que toma las riendas de la misma, que tiene el control. Y huye de la ciudad. Un viaje en busca de un destino que no sea determinado por otros. Claro que aparece el miedo. La posibilidad de que la detengan por su acto ilicito. El miedo a las gafas ahumadas de la ley (representada en ese policía de carretera que para su coche). No hay mirada en la ley cuando castiga, es tan impersonal como implacable. Una tenebrosa abstracción.

Y el miedo se hace remordimiento, cuando el temor a las consecuencias de su acto impulsivo empiezan a calar en ella. No hay lugar seguro donde esconderse. No deja de sentir que el incierto ojo de la ley puede descubrirla como infractora en cualquier momento. Se siente 'desnuda', desprotegida. En la oscuridad de la carretera toma un desvío. Y decide coger una habitación en un aislado motel, sin clientes. El dueño tiene unos inquietantes rasgos de pájaro, Norman Bates (Anthony Perkins).

Melanie decide realizar una acción de venganza, dolida por la humillación que le ha hecho pasar Mitch, y ademas criticando su superficial, o frivolo, modo de vida. Es el despecho desbocado. Y se decide a llevar ella misma los pájaros que Mitch encargó para su hermana pequeña. Y sale de la ciudad, conduciendo por una carretera llena de sinuosas curvas. Pero no se los va a llevar directamente, apareciendo en la puerta de su casa. Elige la opción 'retorcida'. El 'desvío'. Y, clandestina, decide coger una motora para llegar a la casa de Mitch por el mar. Deja los pájaros en el interior de la casa. Y ya de nuevo en la motora observa, para su diversión, cómo Mitch, perplejo, los descubre y sale por la puerta de entrada de la casa mirando al camino principal. El camino de llegada directo, sin rodeos. Pero no es el que ella ha elegido, porque ella no es así. Y es cuando sufre el primer ataque de una gaviota.

Marion conversa con Norman en la salita de la oficina, mientras cenan. Las paredes estan decoradas con pájaros disecados. En la conversación Norman alude a cómo los humanos se sienten atrapados en una jaula. En la que forcejean por querer escapar. Esas presencias taxidérmicas oprimen el encuadre sobre los personajes. Marion se siente como si escuchara la siniestra voz que la revela en su desesperado e irreflexivo acto. Y que la desnuda en su indefensión, en su condición de pájaro disecado. Y siente miedo de la libertad. Expuesta en la incertidumbre de un cielo, de una vida, en la que puede sucederle cualquier cosa.

En su jaula se sentía al menos segura. Y ahora el castigo puede caer sobre ella en cualquier momento, como inmisericorde espada de Damocles, insensible a sus necesidades, y motivaciones. Decide devolver el dinero. Decide volver a los confortables barrotes de su jaula. Pero es demasiado tarde. Un ojo la observa a través de la pared, su miedo y su culpa, encarnadas en lo siniestro. El ojo ciego de la bañera arrastrará su irreflexividad, ahora muerta, y desnuda, desamparada, y ya definitivamente ausente, más ausente de cómo se sentía en vida.


No, no hay explicación para el por qué de los ataques de los pájaros. Como no hay por qué, razonable, en la conducta de Melanie. Caprichosa, a golpe de reacción visceral, de despecho o arrebato soberbio (el mundo gira alrededor de ella). El inesperado e incomprensible ataque de los pájaros, que devoran los ojos ( la ausencia de mirada, de saber ver a los otros, como Melanie, ensimismada en sí misma), es tan violento como la irreflexividad e irresponsabilidad de Melanie. Es el caos. La emoción desatada sin consciencia de las consecuencia de los propios actos sobre los demás. Los pájaros desbocados son la metáfora y emblema de la actitud de Melanie. El fruto de la jaula dorada de su ego. El ojo que mira desde las alturas, en la que se siente, ajena a la condición de los otros.


Como los pájaros disecados la trampa en la que Marion siente que habita, y de la que quiere escapar, sin pensar que su impulso irreflexivo (por querer materializar sus deseos sin depender de otros condicionantes, e indiferente a lo que sus actos afectan a otros) no la libera de esa trampa, sino que le crea otra, o se crea ella misma otra, la del miedo, el miedo al castigo, y, ante todo, el miedo a una inseguridad permanente.
Cada una se había creado su jaula, una 'inmovilizada en vida', otra 'atrapada' en su 'inconsciente' y ajena 'jaula dorada' de frívolos caprichos. Y los desvíos que toman las enfrentan a unos barrotes que no habían sabido limar con la razón. O que no parecían del todo decididas a abandonar. Marion la lleva consigo aunque huya. Melanie debe enfrentarse a la drástica experiencia de su 'doppelpanger'.

Y ambas, inconscientes, desatan el caos, ese que su conveniencia había querido evitar asumir como reflejo en el espejo. Y el caos las domina. Al final, el rostro desencajado y el cuerpo magullado de Melanie, rodeada de de hordas de pájaros liberadas, parece el del exangue rostro de la asunción de la vulnerabilidad. Y la torva sonrisa de Norman, ya capturado, preso definitivamente de su locura, mientras en su rostro se superpone la imágen de una calavera, insinúa que los desvíos no llevan a ninguna parte ya que el caos ya habita entre nosotros. Y del fango de las arenas movedizas extraen el coche de Marion, el 'cuerpo del delito'. O los residuos de la acción desbocada. Barro somos, y caos germinamos

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