La edad dorada de la comedia inglesa tuvo lugar en la decada de los cincuenta, bajo el auspicio de la productora Ealing, en donde se realizaron señeras obras dirigidas por Charles Crichton, Robert Hamer y, sobre todo, Alexander MacKendrick. No es que desde entonces no haya habido sus destellos, pero quizá no se haya dado esa combinación armónica entre todos los componentes desde dirección a guión y actores, pasando por equipo técnico.
En 1988 'Un pez llamado Wanda', en la cual el personaje de Otto (un magistral Kevin Kline) merece entrar en la galeria de grandes personajes, evocaba aquel espíritu, y no era casualidad que uno de los directores fuera Charles Crichton. El otro era el actor y guionista John Cleese, componente de los Monty phyton. Cuyas obras precisamente, quizás se resintieran de la falta de un director más ingenioso o mejor constructor narrativo, apoyadas en gran medida, y en exceso, en el guión y la interpretación. En el gag escénico, en suma. Su humor irreverente y dislocado brillaba con altura, pero en sus obras cinematográficas supeditadas más a la escena que a la hilazon armónica del conjunto.
Ahora, 'Un funeral de muerte'(2007) recupera parte de aquel espíritu. Su inicio es brillante. Tras unos títulos de crédito en los que se sigue en un mapa el recorrido de un coche funebre que traslada el cadaver del padre de la familia, al descargar el feretro en la sala de la casa, y abrir la tapa para que uno de los hijos dé su visto bueno, éste se queda con cara de circunstancias, y con gesto consternado áun circunspecto señala que ese no es su padre. Es verdad, una vez más, destacan las virtudes del guión, conducida por una funcional, aunque eficaz, dirección de Frank Oz. Algo ya manifiesto en otras de sus comedias previas, como las apreciables 'Bowfinger' (1999) o 'Un par de seductores'(1988) o 'In and out' (1997). Aún inglés, su anterior obra la había realizado en Estados Unidos, en donde su primera colaboración fue para Jim Henson y 'Los teleñecos'.
Toda la acción transcurre durante el día del sepelio. Concentrando la acción en varios personajes y subtramas, en la que destacan el coloque que sufre Simon (Alan Tudyk) tras tomar accidentalmente unas drogas pensando que era un medicamente. Su comportamiento será todo un contraste con la atildada circunspección de los finados, hasta acabar desnudo subido al tejado. Una forma de sacar ingenioso uso como gag del desnudo, en cuanto circunstancia transgresora, que hace evocar aquel hilarante momento de 'Un pez llamado Wanda' en el que John Cleese se desnuda al son de una danza improvisada y soltando palabras en ruso , mientras Wanda le espera en el dormitorio de arriba, y aparece la familia que vive en el piso, incluidos niños. Cleese al verles, se pone precipitadamente una foto sobre sus genitales, sin darse cuenta que es una foto de la esposa.
La otra subtrama ingeniosa es la que respecta a la sorprendente revelación de Peter (Peter Dinklage), un hombre que destaca por dos cosas entre los invitados, primero que nadie sabe quién es, segundo que es enano. La revelación, como la conducta de Simon, son toda una subversión del apego a las formas y a las apariencias, a la restringida corrección de maneras de conveniencia. Peter revela que era el amante del padre. No tiene desperdicio cuando les enseña las fotos de ambos vestidos de romanos en una fiesta, y más, cuando el padre tiene ese prototípico aire de Lord ingles.
Sí, de su sencillez y discreción de puesta en escena y narrativa hace virtud, logrando que esos contrastes cobren más realce. Puede que no sea en su puesta en escena donde residan sus mejores logros, pero su falta de retórica evita la distracción de esas incisiones dramaturgicas. Y, además, con el valor añadido de una narración sintética que sabe combinar las diversas subtramas sin que se entorpezcan mutuamente. No hay flecos ni desajustes, sino cohesión. La armonia del conjunto prevalece sobre la singularidad de los elementos, de subtramas y personajes, cada una y cada uno dibujados con rasgos precisos. Una virtud que era emblema de aquellas notables, cuando no excelentes, comedias de la Ealing.
Quizás sea pertinente el reivindicar la figura de un guionista, TEB Clarcke, con respecto a las comedias de Charles Crichton, pues colaboró en sus dos mejores comedias, 'Oro en barras' (1951) y 'Los apuros de un pequeño tren' (1953), superiores a las apreciables pero más discretas, 'La loteria del amor' (1954) o 'La batalla de los sexos' (1960). Y, esto, desconociendo su otra colaboración, 'Law and disorder' (1958). Las dos primeras merecen una atención más extensa, cosa que haré en futuras entradas. 'Oro en barras' podría entrar en una antología de las mejores comedias, y particularmente en las centradas en robos, como las extrarodinaria s'El quinteto de la muerte' (1955), sobre la que ya escribí tiempo atrás, o la italiana 'Rufufu' (1958), de Mario Monicelli. Y 'Los apuros de un pequeño tren' es una refrescante comedia luminosa en la que todo un pueblo se alía para mantener su red ferroviaria con vida, y no ser relegada por la línea de autobuses.
'La loteria del amor' es cuando menos una película extraña, con un punto de partida delirante, en la que un actor, o estrella del cine de aventuras, interpretado por David Niven, se encuentra siendo objeto de una lotería, sugerida por su agente de prensa, y que él acepta medio en broma. En principio, para que una fan pase con él un fin de semana, pero la situación se enreda cuando la finalidad es que se case con él quien gane. La acción discurre en una irreal italia donde cobra relevancia una particular organización de apuestas. No acaba de sacar todo el juego posible a tan disparatado argumento, pero no deja de tener su encanto.
Quízás es que la realización de Crichton es demasiado sobria o contenida, algo que tambien afecta a 'La batalla de los sexos'. La premisa tiene su gracia, en esa linea de contraste, que agudamente disecciona la comedia inglesa, entre tradición y progreso. Una compañia textil escocesa, anclada en las técnicas y organizaciones de trabajo más 'pleistocénicas' ve alterada su inmovilista dinámica cuando se contrata a una ejecutiva norteamericana, Angela (Constance Cummings), que quiere transformar y modernizar la empresa.
Los empleados, comandados por Mr. Martin (Peter Sellers) temen que sus puestos de trabajos peligren, y sean sustituidos por maquinas. Alterada su rutina por la eficiencia de archivadores que no sean una masa de papel acumuladas e intercomunicadores que son como criaturas de otra galaxia.
Es tal su desesperación que Mr Martin intentará matarla, en una brillante secuencia en el hogar de ella, que parece, en su suma de torpezas y situaciones imprevistas, un antecedente de las situaciones que vivía el Inspector Clouseau que luego interpretara despues Sellers. Y, desde luego, antológica es la secuencia en la que Martin la lleva a las islas donde les suministran el material, dejando a Angela perpleja cuando le muestra uno de los cottages donde campesinos realizan a mano su labor.
Como queda bien claro en 'Un funeral de muerte' hasta la misma muerte es planteada con disoluta irreverencia, como quien no cambia el gesto indiferente, esa ironía tan británica de soltar la mayor barbaridad con el gesto circunspecto. Otra muestra es la estupenda 'Ocho sentencias de muerte' (1949), de Robert Hammer, en la cual Un heredero situado en la más baja rama de la familia, los aristocratas D'Gascoigne, Louis (Dennis Price), dada las penurias que ha sufrido su madre por haberse casado con un 'plebeyo', y sus perspectivas laborales de ser un mero empleado, decide corregir la 'injusticia' eliminando a los ocho herederos que están por delante de él.
Narrada en flashback, desde la celda en la que se encuentra Louis, se nos relata, a través de su desafectada actitud, cómo fue eliminando a cada uno de esos herederos, e incluso casándose con la viuda de uno de ellos. Atractivo añadido es que esos ocho personajes, incluido uno femenino, está interpretado por un maquillado Alec Guinnes, lo que apuntala esa sensación de fantasmagoría escénica tocada por el absurdo más lacónico. Mordaz, es otro acido retrato tanto del arribismo como de una estratificación social tan rígida como carpetovetónica. y ese apego a las tradiciones que no significa sino recreación del inmovilismo.
En cuanto a Mckendrick, uno de los más grandes realizadores de la historia del cine, tambien se hace necesario un acercamiento más profundo y extenso a comedias tan brillantes como 'Whisky a gogó' (1949) o 'El hombre del traje blanco' (1951). O cómo hacer del arte de la comedia ingenio y subversión
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