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jueves, 22 de octubre de 2009

Mitchell Leisen y la comedia

Hablábamos hace un tiempo de una de las mejores obras de Mitchell Leisen, Arise my love (1940). Una de esas obras que se desliza en ese incierto terreno de mezcla de géneros, comedia con tintes dramáticos, en tiempo de guerra y vicisitudes aventureras. Esa es sin duda una de las más destacables cualidades, la afinada combinación de tonos, la transición de momentos cómicos a dramáticos con aguda desenvoltura. Un ejemplo paradigmático sería otra de sus obras más señeras, Recuedo esa noche (1940), calificada de comedia pero sazonada con sombríos instantes dramáticos.

Y precisamente, y por eso la calificación de cine olvidado, si el reconocimiento de la brillantez de la obra no se ha dado durante decádas es porque, de algún modo, ha estado ensombrecido por la colaboración en los guiones de algunas de sus obras más aplaudidas de cineastas sí consagrados como Preston Sturges, tanto en la última citada como en 'Una chica afortunada' (1937), o Billy Wilder, en la primera citada, y 'Medianoche' (1939) y 'Si no amaneciera' (1941), el cuál, además, descalificó a Leisen por ser antes un director artístico, labor en la que comenzó en el cine, que propiamente un cineasta con valía. Así que es hora de poner las cosas en su sitio, y es algo que, afortunadamente, se está dando en lo últimos años. El reconocimiento de uno de los grandes cineastas del período de las décadas de los 3o y 40 ( necesitando sus últimas aportaciones en los 50 la oportuna revisión).

En estas lineas me voy a centrar en algunas de sus aportaciones para la comedia, dejando para otro momento las más vinculadas con el melodrama, donde destacan piezas tan sobresalientes, por ejemplo, como 'La muerte de vacaciones' (1934), 'Si no amaneciera' (1941) o 'Mentira latente (1950).
Y el planteamiento se centrará en contrastar las comedias que realizó en las década de los treinta con la de los cuarenta, donde se aprecian unas singulares variaciones en su mirada sobre el pulso entre los géneros, masculino y femenino, que sirve además como reflejo de unos tiempos y sus transformaciones sociales. Y es el contraste, efectivamente, uno de las cualidades que mejor se trabajan en cada una de estas comedias.

Tomemos como ejemplo, por un lado, 'Candidata a millonaria' (1935), 'Una chica afortunada' (1937) y 'Medianoche' y, por otro, 'Ella y su secretario' (1942) y 'No hay tiempo para amar' (1943), estas, por cierto, aún sin el suficiente reconocimiento. Quizás, en parte, debido a lo que decíamos, no disponían de la aportación en el guión de cineastas consagrados, asi que aquí un reconocimiento al guionista de ambas, Claude Bynion, del que vale la pena recordar su aportación a la exultante 'Alaska, tierra de oro (1960), de Henry Hathaway.
En las tres primeras, signo de los tiempos ( estamos en los años posteriores a la depresión del 29),destaca la configuración de los personajes femeninos como mujeres sujetas a una posición social o laboral precaria, enfrentadas a la posibilidad del acceso al otro extremo de los privilegios económicos. Más que como convencional trazo de la mujer aspirante a los lujos de la sociedad, como solución a sus penalidades o carencias.

En 'Candidata a millonaria', Regi (Carole Lombard) es una manicura que espera que su trabajo le de acceso a conocer millonarios para poder dejar atrás su vida precaria. La ironía es que conoce a uno, que lo es y además es un hombre encantador, pero está impedido en una silla de ruedas, Arlen (Ralph Bellamy), y otro que lo fue, Drew III (Fred MacMurray),y que ahora incluso dispone de menos dinero que ella. De hecho, y aquí uno de esos atinados ejemplos de contraste o reflejos, él se va a casar con una millonaria para arreglar, tambien con la misma perspectiva práctica que Regi, su situación precaria. Claro que los deseos y la realidad entran en colisión, sobre todo cuando entra en juego el sentimiento, y cómo este se puede o no engarzar con el sentido práctico. Si en principio se consideran cómplices en una misma busqueda, el sentimiento que va surgiendo entre ellos va complicando y cuestionando sus prioridades y elecciones. Regi podría haberse enamorado de Arlen, millonario y caballero cortés,pero no, se enamora de quien es su reflejo en el espejo.

Algo parecido encontramos en 'Medianoche'. Eve ( Claudete Colbert), ex-showgirl, que por casualidades, se hace pasar por una baronesa para poder acceder al mundo de los millonarios y solucionar asi su vida de precariedades. Y utiliza un nombre, Baronesa Czerny, inspirado en un taxista que ha conocido, Tibor Czerny (Don Ameche), con el que surge la atracción, pero Eve ahora no está para amores,idea subordinada a arreglar su situación material. En ese ambiente de millonarios, encontrará el apoyo de Georges ( John Barrymore) que la intriduce si le ayuda a seducir al amante de su esposa. Al final, de nuevo sentimiento y sentido práctico se encuentran en colisión, representado en ese rizo de situaciones equívocas, cuando Tibor aparece haciéndose pasar por el presunto Baron Czerny, porque no ceja en materializar el amor, aunque sea en situaciones más precarias. Y no olvidemos la ironia del título en ingles, 'Midnight', alusión al cuento de Cenicienta, y esa hora en la que, la medianoche, en la que se diluye el hechizc que convertía una calabaza en carroza y sus vulgares ropajes en vestidos de fantasía.

Ironía tambien presente en el título original de 'Una chica afortunada', 'Easy living' ( vida fácil). La eterna cuestión, el tener esa vida fácil, despreocupada de apreturas materiales. Mary (Jean Arthur) es una oficinista a la que le cae un dia un abrigo de pieles en la cabeza, lanzado por un millonario harto del derroche de su esposa. A partir de aquí, una cadena de equívocos, en la que comerciantes y dueños hoteleros pensarán que es la amante del millonario en cuestión, JB Ball (Edward Arnold), y por ello le permitirán disponer de todos los lujos que desee, y que hasta ahora era inimaginable pudiera acceder.

Más ironías, en su camino se encuentra con John ( Ray Milland) al que conoce trabajando de camarero en un self service, al que despiden por ayudarla, y del que se sentirá atraida, desconociendo que realmente es el hijo del millonario. Y si todos piensan que es la amante del millonario, en cambio, compartirá con John una noche en el hotel del modo más inocente, pero asentando la mutua atracción amorosa, ajena a conocimientos sobre posiciones materiales mutuas, ya que él parece pobre cuando no lo es, y ella viceversa.
Apariencias, equívocos, en todas estas comedias se juega con estos rasgos de modo brillante, y, además, destilando un acido e irreverente comentario sobre unos hábitos y valores predominantes, en aquellas circunstancias sociales.

En las comedias de los 40, fruto de la entrada en guerra que supuso todo un cambio en los papeles sociales de la mujer y el hombre, dado que por la ausencia de los hombres en el conflicto bélico, la mujer se integró de modo más acusado en el ámbito laboral, apreciamos una variación en ese contraste de papeles. Un elocuente tránsito lo apreciamos en 'Recuerdo es noche' donde Lee (Barbara Stanwick) ha recurrido al robo para solventar su precariedad, y en el juicio conoce a su abogado, John (Fred MacMurray), quién se compadece de ella por las fechas que son, las navidades, y dado que se ha suspendido la decisión del juez hasta despues de esas fechas, la invita a pssar las navidades con su familia en vez de permanecer en la cárcel. El conocimiento en ese viaje de las dos diferentes familias,la de ella y él, afirma, incisivamente, los diferentes condicioanmientos que determinan las diferentes circunstancias sociales y económicas de ambos, y difuminan el prejuicio hacia el por qué de la actuación de Lee, realmente fruto de la necesidad y no de una reprobable actitud moral (o dicho de otro modo, se pone en evidencia la via legitimada de ascender por casamiento con millonario, que no era sino el barniz que ocultaba una sociedad sustentada en la desigualdad, por tomar lo que no se la ha dado por la via expeditiva, o transgresora: Una pulla, en suma, a la supuesta sociedad de las oportunidades)

En 'arise my love' ya nos encontrábamos con una protagonista dedicada a la labor periódistica, centrada en ella, para encontrar su lugar en la misma, y además realizar los trabajos a los que aspira, no condenada a trabajos presuntamente femeninos como la moda, y, de nuevo, escindida entre cómo conjugar sus aspiraciones profesionales y el amor. Sí, en estas comedias, las mujeres ya disponen de una situación laboral o económica más estable o definida. Ya no les mueve la necesidad de buscar una estabilidad material, sino la aspiración profesional, o cómo conjugar sus profesiones e imagenes sociales de mujeres autónomas con su femeneidad y sus anhelos sentimentales, en ellas mismas o a través de la mirada de los otros.

En 'Ella y su secretario', Tom (Fred Macmurray) se encuentra en la circunstancia de trabajar de secretario personal para una mujer ejecutiva de ventas, AM (Rosalind Russell), algo inusitado, y por ello objeto de risas aviesas y chanzas que no acaba de captar su sentido en las modélicas secuencias previas a la entrevista de trabajo. Tom no podrá evitar en principio caer en los pensamientos convencionales al uso de que se convertirá más bien en su gigoló, como ella piensa antes de conoccerle que será otro hombre que necesitará afirmarse seduciéndola. Tom también incurre en el prejuicio de asociar mujer con poder con mujer sin sentimientos, porque se supone,por la previa experiencia de la actitud masculina en esa posición, que la determinación y la detentación de un poder implica frialdad e insensibilidad.

Como ella piensa que él es un hombre al uso, hasta que descubre que su real aspiración es la de ser pintor, y ella le revela que hasta escribe poesía. Este choque entre imágenes sociales y proyecciones convencionales entra en colisión con lo que ambos sienten, añadiéndose ese tópico de que hay que hacerse el duro o la dura con quien amas para seducirle, y hacer uso de los celos como arma de combate, que no es sino esconder la propia inseguridad. Ahora son eso lastres de imagenes sociales de 'fuerza', que no dejan de suscitar equívocos, las que se deben combatir para que el sentimiento rasgue el escenario y se libere en un despojada complicidad de iguales.

En 'No hay tiempo para amar' los estereotipos sobre lo másculino y lo feménino, y las contradicciones que implican cuando imagen y sentimiento entran en colisión, son los que son objeto de otra irónica y aguda reflexión. En este caso, Katherine (Claudette Colbert) es una fotografa de reconocida valía en el medio, la cual, criticada por su editor, y novio, que la valora por su exquisito arte, pero considera que ronda el esnobismo por su reticencia a reflejar la realidad, y le reta a fotografiar a unos mineros. Allí conocerá a Ryan ( de nuevo Fred MacMurray, el actor que más veces colaboró con Leisen, y siempre con brillantez). Por azares, por retratarle peleándose, foto que sin su conocimiento se publica, Ryan será despedido y ella le contrata como ayudante, como compensación.

El choque en principio es manifiesto. Ella le considera un auténtico primate, un bruto sin sensibilidad ni maneras, un macho en grado de cero. Con el cuál paradójicamente tendrá unos sueños eróticos en el que le representa cual superman. Y él la ve como su editor la calificaba, como una auténtica snob, pero de la cuál no podrá evitar sentirse atraído, aunque ella le haga saber que más le atrae una silla. De nuevo, los estereótipos, las imágenes hechas, y las proyecciones se verán en cuestión. Las cosas no son lo que parecen,y menos lo que proyectamos, en esa maraña de presunciones de lo que es una mujer o un hombre. Ni él es tan primate ni ella es tan pretenciosa. Ella literalmente se sumergirá en el barro para lograr conseguir el apoyo de los empresarios al proyecto de unas nuevas técnicas de perforación que Ryan ha planteado (y no sé si hace falta explicitar la sutil ironía contenida en el uso metafórico de la perforación).

No tiene precio verle a Ryan portando en una mano una silla y en otra al novio editor, cual si fuera una balanza ante la que ella debe elegir. Ambos dejarán de lado sus orgullos y presunciones para materializar una relación sentimental de nuevo asentada en una igualdad que rasga ese escenario de proyecciones de atrofiadas imágenes másculinas y femeninas que incentivan el pulso de poderes y egos. No hay mejor que la desnudez del sentimiento forjado en la complicidad.
Aparte del ingenio de las diversas situaciones creadas en estas comedias, y de la labor de interpetes a los que no habría que olvidar, como las insignes Jean Arthur o Carole Lombard, por ejemplo, no hay duda que sus reflexiones y comentarios sobre una realidad social, y las relaciones entre hombres y mujeres, o sus imágenes, no sólo son de una agudeza perdida en las siguientes décadas, sino que no han perdido para nada actualidad. Una reverencia para este cine inagotable y de disfrute tan vivaz y jubiloso.

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