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martes, 5 de mayo de 2015

Almas sin conciencia

A veces idealizas, y te engañas, y los jeques blancos de las pantallas, las sublimaciones románticas de esas elevaciones que son las pantallas, no se corresponden con la realidad. Tampoco el espacio de las ferias o circos, el espacio supuesto de la imaginación, corresponda a una singular sensibilidad que destaque sobre la vida rudimentaria. Pueden ser los artistas tan brutos o más, del mismo modo que el actor que interpreta a un célebre jeque en la pantalla se defina por la insustancialidad de carácter. No abundan ángeles ni príncipes, aunque haya alguna excepción, claro que su destino puede ser un tanto trágico. Después de 'El jeque blanco' (1952) y 'La strada' (1954), Federico Fellini varía el ángulo en 'Almas de conciencia' (Il bidone, 1955), y se centra en quienes hacen del engaño profesión, aquellos que se enriquecen realizando estafa tras estafa (il bidone). También son en cierto modo actores ya que realizan escenificaciones e interpretan papeles para conseguir su propósito. El arte de la estafa es un arte de la simulación. Implica realizar con efectividad una representación convincente, como hábilmente ejecutan, en la primera secuencia, Augusto (Broderick Crawford), Picasso (Richard Basehart) y Roberto (Franco Fabrizi), caracterizados, los dos primeros, con atavíos clericales y el tercero como chofer.
Picasso es el niño grande que realiza el trabajo con ingenuidad, el que disfruta con la faceta artística. De hecho, es pintor, de ahí su mote, o esa su aspiración, lograr que su pintura sea reconocida. Está orgulloso de ser convincente por la apariencia de inocente que transmiten sus rasgos. De hecho, Basehart interpretaba en 'La strada', el contrapunto del bruto Zampano (Anthony Quinn), en cierta secuencia alado cual ángel. De ahí, su sensación de intemperie y desubicación en su última secuencia, una secuencia nocturna, en la que se queda solo (anticipo, aunque no tan desazonador, de la expresión de desamparo del mecánico que interpreta Jack Carson tras el homenaje en el bar al fallecido piloto que encarnaba Robert Stack). Poco tiene que ver con la falta de escrúpulos de Roberto, quien no vive en un escenario que ha idealizado, o del que se ha desprendido de la consciencia de su corrupción, como es el caso de Picasso. Roberto engaña como criatura de rapiña. Pero el personaje central es Augusto, un personaje no tan cínico como Roberto, en el que aún quedan, aun arrinconados, cierta integridad narcotizada. En primer lugar, contrasta con la juventud de Picasso, quien aún da sus primeros pasos en la vida, o aún tiene ilusiones, y no piensa que se degrade realizando esas estafas, porque aún mira la realidad con la mirada del artista que enfoca sus acciones desde la perspectiva de la creación (aunque implique, como en su caso, cierto autoengaño:la realidad comenzará a devorarle con su sordidez).
Augusto es el hombre ya maduro que se ha adaptado a lo que es (que implica a lo que no puede ser: no hay ya elevaciones en su mirada) pero aún no se ha establecido, a diferencia de otros que conoce desde hace tiempo, y que poseen ya la vitola o posición de patrones. El sigue siendo un soldado de a pie, dedicado a las tareas de campo, mientras otros organizan los trabajos. Comienza a sentir que el tiempo ha pasado, y él se ha quedado atascado, como si ya fuera detrás de la vida. Su vida se ha convertido en un espacio árido, como esos paisajes rurales que recorren cuando realizan sus estafas. Es un hombre que no ha logrado establecer una familia, separado, con una hija adolescente, y esta encarna, más que nadie, la herida de su fracaso vital. Augusto es un hombre que se adaptó, y quiso aplicar los recursos que pueden reportar beneficio, los engaños de los comerciales que persuaden a sus clientes, víctimas, con la promesa de beneficios, pero en los contornos de la ilegalidad, esos en los que parece que se desprende de las exigencias de un trabajo rutinario con horario fijo (como forajidos al margen).
Dos movimientos de cámara contrapuestos señalizan esa escisión y ese extravío. Un movimiento de cámara de alejamiento tras el primero reencuentro con su hija en la calle. Y otro movimiento de acercamiento cuando le apuntan que ya no tiene edad para lo que hace, o que está haciendo lo que ya no debería estar haciendo, lo que le hace sentir que no ha avanzado demasiado en la vida. No es joven como lo son Roberto o Picasso. Se ha corrompido con su labor, y realmente no le ha llevado en una dirección fructífera, como si casi siguiera en la posición de salida. Significativo es que le denuncien por una de sus estafas cuando alguien le reconoce en un espacio de representación, una sala de proyección, y ademas, en compañía de su hija. Augusto, como si fuera el payaso serio de una representación que no tiene ninguna gracia, se confronta con su condición máscara a la deriva. Y su puntilla será confrontarse en su condición de impedido vital con una chica impedida físicamente, a cuya familia quieren estafar. La búsqueda, ya demasiado tardía, de una integridad que perdió tiempo atrás para conseguir su posición en el escenario social, es la búsqueda en un desierto en el que ya no queda más que gravilla y polvo, los restos de un escenario que naufragó.

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