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sábado, 31 de julio de 2010

Víctima

De entrada, esta valiente y notable producción británica, 'Víctima' (1961), de Basil Dearden, es remarcable porque fue la primera, dentro de las obras de habla inglesa y de las producciones de distribución convencional, en la que enuncian de modo explicito los términos 'homosexual' y 'marica', y, sobre todo, en la que se aborda, y denuncia, de un modo directo, la virulenta homofóbia social y las desquiciadas leyes que, aún en aquellos años, condenaban por tener esas preferencias a unos periodos de prisión equiparables a las que imponían a quien realizaba un atraco a mano armada (de hecho, no se despenalizó el delito de sodomía hasta 1967, y esta película, que no dejó de sufrir sus obstáculos en la preproducción, puso su capital grano de arena para esa concienciación social). Pero más allá de esta transcendencia sociológica nos encontramos con una obra de impecable rigor narrativo que, con ajustada sobriedad, rehuyendo el tremendismo o el énfasis, transmite la crispada atmósfera que vivían de modo clandestino, y pendiendo sobre ellos la amenaza, quienes no podían vivir en libertad sus preferencias sexuales.
Esta virtud queda de manifiesto, en especial, en el magnífico primer tramo de la obra, tramada sobre la insinuación, la sugerencia, y que logra hacer palpable esa tensión (o atmósfera de persecución), hasta que los vínculos de los personajes y sus motivaciones quedan claramente expuestos. En este tramo, por un lado, se realiza el seguimiento de Barret (Peter McNeery), un joven trabajador en la construcción quien huye de su trabajo (ironía: en las expuestas alturas de un edificio en construcción) al advertir la presencia de la policía en la calle, y visita a varios personajes, a los que solicita ayuda financiera para huir del país (un librero, un vendedor de coches, en los que se intuye su inclinación homosexual), desgranándose aspectos como el hecho de que haya realizado un desfalco, por un motivo aún explicito, dos mil libras en su empresa, y que el librero muestra un claro despecho alegrándose de la desesperada situación que vive ahora Barret. Al mismo tiempo, en varias ocasiones, llama, infructuosamente, a un abogado, Farr (Dirk Bogarde), quien se encuentra en un momento de ascenso en su carrera, y está casado, a quien se dedica atención narrativa de modo alternado. El vínculo de Farr con Barret se sugiere de un modo elocuente y bello en su sutilidad: viajando en un coche con otro abogado su rostro se queda traspuesto cuando advierte el edificio en construcción en que trabaja Barret. El destino trágico de Barret, que se suicida en comisaría por no querer revelar quién le estaba haciendo chantaje y por qué, impulsa a Farr a indagar en quiénes son los chantajistas que se están aprovechando de homosexuales que, si se supiera sus tendencias, acabarían en la carcel, pese a que eso implique exponerse él mismo, y poner en peligro su carrera. Aunque tenga en principio sus dudas y temores. La tragedia de Barret. sus remordimientos por negarle su ayuda cuando le llamaba, le determina a desprenderse de esa 'red' (social), y priorizar lo justo sobre las componendas sociales que propician esos ultrajes en forma de chantaje, eso no 'decible' que está tan bien expuesto, transmitido, en ese primer tramo sostenido sobre lo implícito, ya que al fin y al cabo es lo que refleja la condición de esa realidad, retenida o clandestina, y siempre tensa por esa persecución moral y legal ( como, por ejemplo, expresa un policía que se declara con orgullo un puritano puro, algo que califica de 'bueno')
Dearden traza con proverbial precisión que hace añorar un sentido del saber narrar no tan frecuente hoy en día, y además con una concisión de lo más pertinente, una justeza de contención que elude trivializadoras dramatizaciones, como quien narra un acta notarial, y dando carne y presencia a las sombras,tan bien trabajadas en la dirección fotográfca de Otto Heller, lo cual por otro lado hace que sea más efectiva la contundencia dramática de lo sufren los personajes: la desolada confesión del anciano peluquero que desea por fin vivir sus deseos sin miedos; los tensos diálogos, dolientes, entre Farr y su esposa, como si el primero pugnara por 'romper aguas', por liberarse de un peso, el de unas malsanas sombras, que han estado atenazando su vida. Esta estupenda obra, 'Víctima' (Victim, 1961) de un cineasta británico cuya obre urge revisar y reconsiderar, es un modélico ejemplo de equilibrio entre la urgencia de un discurso crítico, y hasta transgresor en su época, con el saber narrar, el hacer palpable una tensión social a través de una férrea y rigurosa narración, que hace reflexionar y sentir sobre lo que suponía ser homosexual, una víctima tanto por estigma y rechazo como por añadidura estar expuesto a viles chantajes. A remarcar el estupendo trabajo de ese gran actor que fue Dirk Bogarde.

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