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viernes, 9 de julio de 2010

James Stewart, la nobleza y la furia

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James Stewart tiene unas de las filmografías más antológicas, como lo es la galería de personajes memorables que interpretó para Hitchcock, Mann, Capra, Ford, Preminger, Hathaway, Cukor o Aldrich. James Stewart fue muchos hombres. Fue El hombre que no mató a Liberty Valance; el hombre con delantal blanco, atuendo poco asociado a lo heróico, que se enfrenta a la bestia bárbara de Valance, el libro de derecho contra el látigo- 'El hombre que mató a Liberty Valance' (1962)-. Como fue el hombre que cabalgaba junto a su amigo uniformado, y al que poco gustaba cabalgar junto a nadie, y al que ya su atuendo, refinado, le distinguía de un entorno poco exquisito ( en el que hay demasiados Wringles con pocos escrúpulos. Su causticidad irónica que era escepticismo sobre la condición humana, aunque en e fondo no ajena a la indignación sobre la hipocresía moral, se correspondía a ese atuendo- 'Dos cabalgan juntos' (1961)-. En la bonhomía voluntariosa del primero brotaba la furia audaz, en la aparente indiferencia de bon vivant del segundo se podía entrever el aliento del sentido de lo justo. Stewart, con Hitchcock, fue el el hombre que no sabía demasiado, o de eso se daba cuenta cuando sus manos se impregnaban de la pintura en el rostro de aquel hombre que moría en sus manos y que no era lo que parecía, como así será su vida a partir de entonces -'El hombre que sabía demasiado' (1956) -. Fue el hombre que miraba, observaba, se fascinaba, y cautivaba por una mujer, raptados sus sentidos y su mente, arrojado al vértigo de la obsesión, modelando lo que creía desaparecido en otra, y perdiéndose en los abismos de su ceguera. Miraba, pero quizás no veía, quizás sólo proyectaba- 'Vértigo' (1958)-. Y fue el hombre que miraba, observaba, hacia donde no debía, porque no quería mirar al frente, a la mujer que amaba, y miró hacia atrás, y el abismo le miró a él, y a punto estuvo de atraparle. Y es que los modelos que se admiran provocan un miedo que no se acepta, y se mira hacia otro lado, para encontrarse con la mirada de tu propio miedo -'La ventana indiscreta' (1954)-. Stewart fue, con Capra, el 'caballero sin espada' (1939), el hombre que casi pierde la voz por evitar que la voz de la integridad no sea amordazada y ahogada por la corrupción, por la voz de los que dominan la realidad, los ávidos de poder y codicia que te pueden empujar a querer buscar la muerte porque tu vida es ya un callejón sin salida - ¡Qué bello es vivir' (1946)-, sean políticos o banqueros, no aceptan eso de' Vive como quieras' (1937).
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Stewart fue, con Hathaway en 'Yo creo en tí' (1948), también un periodista que no era capaz de ver que la realidad no es lo que parecía, que hay quienes sufren la infamia de la injusticia, y que hay que creer en aquel que clama justicia en vez de acomodarse en la indiferencia. A la realidad hay que escarbarla porque muchos intereses creados la entierran por conveniencia. Con Preminger, en 'Anatomía de un asesinato' (1959), fue un hombre ya escéptico que prefiere la pesca o tocar el piano a transitar lo que se llama la socialización, demasiado aposentada en cansinas lides o pulsos de poder, un escenario de manipulaciones y simulaciones, aunque él domine el escenario, como buen actor y director de escena, donde se dirime lo que es verdad y no lo es, lo que es justo o no lo es, el del tribunal,el cual no parece quedar exento de ser manipulable por aquellos que dominen el arte del engaño. Con Aldrich, en 'El vuelo del Fénix' (1965), encarnó la dificultad de asumir que quizá los propios criterios no son los más acertados, que el mando no exime del error, y que es necesario asumirlos si se sabe ser responsable. Y con Mann, fue la furia que en la mirada podía desenfundar tan o más rápido que con un revolver -'Winchester 73' (1950)-, enfrentado a las propias turbulencias, a la propia oscuridad, a la propia condición salvaje -'Horizontes lejanos' (1952)-, por mucho que se intente justificar con principios morales - 'El hombre de Laramie' (1955)- o se quiera rehuir en la indvidualidad insolidaria -'Tierra lejanas' (1955)-. El camino de la venganza siempre es oscuro, escarpado y tortuoso, y la violencia te puede dominar por mucho que tu afán sea el de lo justo (la distancia que te separa de la oscuridad que puede engullirte puede ser la que separa tu dedo de un gatillo). La espalda de Stewart en la secuencia final de 'Colorado Jim' (1953), lo condensa, cuando dilucida que mejor que arrastrar el cadáver de la obsesión de una venganza es construir un futuro con un cuerpo vivo.

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