'Mis películas carecen de lo que se llama una escena final. La historia no llega nunca a su conclusión. ¿Por qué? Creo que esto depende de que yo hago de mis personajes (es difícil decirlo) una especie de “hilo conductor”; son como antorchas que, sin cambiar, expresan del principio al fin el mismo sentimiento del autor. No pueden experimentar ninguna evolución, y esto también por otra razón. No tengo intención de hacer el moralista, pero incluso me parece que un film es mucho mas moral cuando no le ofrece al espectador una solución encontrada por el personaje cuya historia se narra. En efecto, el espectador que acaba de ver a un personaje que resuelve su tedio, o que se vuelve bueno después de haber sido malo al principio, se encuentra en una situación mucho mas cómoda. Se dirá tranquilamente “Bueno, no tengo más que continuar siendo el hermoso crapulita que soy, engañando a mi mujer, traicionando a mis amigos puesto que en un momento dado se presentará la buena solución, como en las películas...”
Por el contrario, mis films dan a los espectadores una responsabilidad muy precisa. Ellos tendrán que decidir, por ejemplo, cuál será el fin de Cabiria. La suerte de Cabiria está en las manos de cada uno de nosotros. Si el film nos conmovió, nos turbó, entonces a partir del primer encuentro con nuestros amigos, o con nuestra mujer (porque cualquiera puede ser Cabiria, es decir, una víctima), tenemos que empezar a mantener relaciones nuevas con nuestro prójimo. Si películas como I Vitelloni, La Strada, Il Bidone dejan al espectador esa emoción mezclada con un ligero malestar, pienso que alcanzaron su objetivo. Siento, y puedo afirmarlo ahora sin vacilación, que todas las historias que imagino están destinadas a representar una inquietud, un malestar, un estado de fricción en relaciones que deberían ser normales entre la gente. En definitiva, con mis películas no quiero decir otra cosa que esta, con mayor o menor obstinación: debe haber un medio para poder mejorar las relaciones entre los hombres'.
(Federico Fellini)
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