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viernes, 12 de marzo de 2010

Scaramouche

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No es extraño que una trama urdida (o enmarañada según se mire) alrededor de las máscaras, las identidades ocultas, los lazos ignorados, los fingimientos y una realidad histórica planteada como un escenario dominado por un enfrentamiento de dos representaciones o clases, en los que los papeles están rígidamente atribuidos, tenga su conclusión, o resolución de conflictos, en un teatro. Un duelo de espadachines que tiene mucho de coreografía. Probablemente, este largo duelo final de 'Scaramouche' (1952), de George Sidney, puedo ser el más singular y hermosamente elaborado (con permiso, quizás, del duelo final de 'El prisionero de Zenda' (1951), de Richard Thorpe, otras de las cimas del género de aventuras). Sidney ya habia dado muestras de su talento en estas lides en 'Los tres mosqueteros' (1949), no casualmente protagonizada por Gene Kelly, pero los mimbres de la dramaturgia en 'Scaramocuhe' estan mucho más afinados, rehuyendo los clichés y amaneramientos que diluían el interés dramático de la adaptación de la obra de Alejandro Dumas.
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En cambio, la realizada sobre la obra de Rafael Sabatini se trenza con una vitalidad más genuina, menos afectada o almibarada, jugando con sutilidad con una puesta en escena de puestas en escenas. Estamos en el mundo de las representaciones donde las máscaras pesan como lastres, y en donde los revolucionarios que quieren derrocar el estatus de privilegios de la nobleza deben difuminarse en la clandestinidad. Sólo el adoptar, paradójicamente, otra máscara podrá servir para enfrentarse a esa mascarada.Y es lo que hace Andre Moreau (Stewart Granger), adoptando la figura del actor enmascarado Scaramouche.Es su camuflaje para llegar hasta el Marques de Maynes (Mel Ferrer), su adversario, por lo que representa, en dos sentidos, uno por ser el espadachin más destacado entre los 'opresores' nobles, y dos, porque mató, tras humillarle con su clara superioridad, al amigo de Andre, Philipe (Richard Anderson), el cual además era uno de los más combativos disidentes a la tiranía del régimen ( sentido del compromiso del que carecía Ándre, más un vivaz 'bon vivant').
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Es precisamente la representación en uno de los más insignes teatros, tras ir adquiriendo el reconocimiento por sus representaciones bufas, el que posibilitará ese duelo entre ambos.Desde el escenario le lanza el reto, lanzándose hasta los palcos con una de las cuerdas, y ahi se iniciará este largo duelo que recorre todo el teatro, suspendidos en los palcos, enzarzándose por los pasillos, bajando o cayendo por las escaleras, entre las butacas de patio, hasta culminar, cuál círculo, en el mismo escenario, donde la espada de André va rasgando tanto la vestimenta del Marques como telones y decorados, como si rasgara el fin de una representación que queda al desnudo.Sí, vence, y le perdona la vida.Y sabrá por qué cuando le revelen, en ese mismo escenario, que ambos son medio hermanos.Qué extraños lazos: ¿Qué une, la sangre o el papel que uno interpreta?.Las afinidades reales rasgan cualquier tipo de máscara o decorado, y hasta pone en entredicho el fundamento de los rasgos de sangre, los cuáles son también otro escenario.
La única lástima es que André no sepa elegir a la adecuada dama, y prefiera a la insipida y eterea aristocrata Aline (Janet Leigh), ante la aguda y temperamental actriz Lenore (Eleanor Parker).Claro que la visceral actriz le dará una última lección, al final, tirándole tinta al rostro cuando André pasea en una carroza con Aline, por su poco atinado criterio (poco disidente además, es como si hubiera adoptado el papel de su medio hermano, atrapado en una nueva máscara).Cuando Lenore se vuelve, vemos que está nada menos que con Napoleón.Lenore sabe quién dominará la próxima 'representación'.Qué ironías. Touché y reverencia para la dama

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