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domingo, 14 de marzo de 2010

Vivir su vida

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En una escena de 'Vivir su vida' (1962), de Jean Luc Godard, se produce una singular alquimia, el rostro de Nana (Anna Karina) se convierte en parte de la película que está viendo, 'La pasión de Juana de Arco'. El primer plano de su rostro se integra en los primeros planos de la película de Dreyer. ¿Es el rostro el contraplano de las imágenes de la película o es a la inversa?. Va más allá de un dialogo, es un reconocimiento, una identificación. Las lágrimas que surcan el rostro de Nana lo ratifica. Por eso, 'Vivir su vida' podría haberse llamado 'La pasión de Nana'. Nana se desplaza por la vida, sin hallarse, fragmentada, como la misma película en doce fragmentos. Nana quiere ser actriz, pero el guión de la vida no responde. Alquilada, suspendida, confinada a ser una prostituta en un mundo que es venta y compra, y emoción extirpada. En otras secuencias, Nana baila, se mueve alrededor de otros personajes, testigos, inmóviles, ajenos, o interroga y dialoga con un filosofo en un bar, las palabras también buscan el baile, la razón, la raíz, una luz en la oscuridad. Ni las acciones ni las palabras bastan, porque Anna, su pasión, está desterrada, estigmatizada, atrapada en un retrato oval, ante una vida que no le ofrece contraplano alguno, a no ser el de no ser, o ser una mercancía, una imagen y un cuerpo en venta.
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En la primera secuencia de 'Vivir su vida', los personajes hablan, de espaldas a la cámara. Si este recurso en el cine de Hitchcock sugería la mentira en el personaje, y en el de Anthony Mann, que un conflicto se agitaba irresuelto, en esta secuencia, y en la película, confluyen ambas cuestiones, la mentira, en cuanto ajenidad de lo que y quienes le rodean, que va atrapando a Nana, el conflicto que se arrastra irresuelto, como si ya estuviera marcada. Como en el texto de 'El retrato oval' de Poe que se lee en una de las últimas secuencias, ésta es una obra de terror pero camuflada bajo los equívocos rasgos del cine documental. Un documental de terror, quizás, o un terrorifico documento de realidad, que desvela la tramoya de su artificio. El estilo rupturista de Godard, como su juego no naturalista con el sonido, o su desprecio a los raccords, encuentran una adecuada correspondencia con la vida retratada, o reflejada. Godard se interroga lo que hay antes del nombre, pocas veces en su obra la indagación ha sido tan fructífera.

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