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martes, 23 de marzo de 2010

Mistery train

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'Mistery train' (1989) podría haberse titulado también 'Extraños en el paraiso'. Si en esta era una chica hungara la que llegaba a Estados Unidos, en las tres historias que conforman 'Mistery train' son otras tantos extranjeros los que protagonizan cada uno de los segmentos que trasncurren en Memphis: la pareja japonesa (Masatoshi Nagase y Youki Kudoh) admiradora del rock de los 50, ella de Elvis Presley y él de Carl Perkins, la italiana Luisa (Nicoletta Bruschi), que viene para trasladar a su país el féretro con el cadáver de un familiar, o el ingles Johnny (Joe Strummer). Claro que como en aquella, los 'nativos' parecen también 'desplazados' (el apunte en el tercer episodio de una situación extendida de desempleo; la desubicación amorosa de Dedee (Elizabeth Bracco) que acaba de abandonar a Joey). La extranjería de los que llegan de paso se convierte en reflejo de una extranjeria de los que residen ( o revela que precisamente no 'residen').
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Los personajes, en distintos grados, se debaten entre expectativas y desilusión, en un emblemático espacio de la ilusión como es el Memphis donde destaca el museo dedicado a Elvis Presley, un espacio varado en el tiempo. Los personajes también parecen varados en sus movimientos desconcertados. Un tren llega en sus primeras imágenes, otro sale en sus finales, mientras los personajes aún siguen en incierto tránsito. Los tránsitos,los desplazamientos físicos (una constante en el cine de Jarmusch) abundan en los tres segmentos: La pareja japonesa recorriendo las calles con su maleta, Luisa con las revistas que le endosa sin escrúpulo alguno un vendedor, Joey y sus dos amigos con la furgoneta en la noche: el espacio en todos los casos parece deshabitado, casi no hay presencia humana en las calles, como si nos encontráramos en una película que retratara un paisaje postapocalíptico, o en una ciudad fantasma del oeste ( sólo faltaba que apareciera algún matojo por la calle). De hecho, podría decirse que son fantasmas perdidos en el espacio (así se titulan el segundo y el tercer segmento, 'Un fantasma' y 'Perdidos en el espacio').
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La relación de los personajes se definen por contrastes: la vivacidad de Mitzuko con la circunspección de Jun (ella piensa que siempre está triste, pero él le dice que pese a su permanente gesto impertérrito está contento; ante lo infructuoso de sacarle una sonrisa con sus muecas le tizna con su beso los labios con lapiz de labios lo que le da un aire de triste payaso); del mismo modo, las semejanzas que ella busca entre los rasgos de Elvis y los de Buda, la estatua de la libertad o hasta Madonna: la misma equivalencia que busca en el reflejo de una alegría en Jun pero no encuentra en su inexpresiva máscara. Por otro lado,la generosidad de Luisa, su desprendida relación con el dinero o con compartir habitación, choca con el engaño ajeno, tanto del vendedor como aquel que le narra la historia del fantasma de Elvis para sacarle pasta. Y su templado carácter contrasta con el de la locuaz Dedee, con quien comparte habitación (y a la que conoce precisamente chocándose con ella). A la vez esa locuacidad speedica de Dedee contrasta con el lacónico de Joey ( uno de los motivos por los que le haya dejado, casi nunca dice nada), otro choque de diferentes talantes en una relación amorosa como entre la pareja japonesa (al final una y otros son los que se marchan en el tren).
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Entremedias, están los comodines, esa singular pareja, también tan contrastada, de los empleados del hotel, interpretados por Screamin Jay Hawkins, con su atildado traje rojo llameante, y Cinque Lee, con su vestuario de botones que, com dice el primero, asemeja al de un chimpancé, a lo que se añade sus físicos opuestos, uno corpulento, otro menudo. Son el contrapunto que acentúa ese delicioso humor 'marciano', que impregna la película. Una mirada socarrona, irónica, que da cuerpo a la excentricidad como mirada desdramatizada sobre un mundo sin centro, en el que los personajes parecen en permanente transito en busca de Godot.

En 'Mistery train' también hay que destacar la música contrapunteadora, con ese aire entre ingrávido y burlón, de John Lurie (protagonista de sus anteriores 'Extraños en el paraiso' y 'Bajo el peso de la ley'), y la fotografía de Robby Muller ( conocido antes por sus colaboraciones con Wim Wenders) que incide en ese hiperrealismo de colores en colisión. A destacar secuencias equivalentes en la composición de los espacios: Jun ante la ventana, mientras habla con Mitzuko que está en la cama, y Dedee en la misma posición, con el paisaje de la calle deshabitada, y Luisa en la cama. Y momentos de vivaz humor, como la visita al estudio de música, con los turistas moviéndose al compás de los de la la enervantemente locuaz cicerone. Sin olvidar, las estáticas composiciones, esos largos planos, en los que se rastrea la infuencia oriental del cine de Ozu.

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