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viernes, 2 de marzo de 2012
El gran desfile
Hay grandes desfiles cuando se celebra la entrada en una guerra, y la gente se ve poseída por una fiebre, hasta entonces quizá olvidada, llamada patriotismo, enfervorecidos por la promesa de una gloria, un ritmo exultante que marca el paso de las mentes, y contagia hasta la de los indecisos, como Jimmy (John Gilbert), que decide alistarse tras ser testigo de la algarabía festiva de un desfile. Hay un gran desfile de hombres y armas que se dirigen una caravana de camiones hacia el frente de combate. Pero tras tomar consciencia de que realmente la guerra no es más que barro,sangre y cadáveres, que no tiene nada que ver con los grandes desfiles, hay otro tipo de desfiles, el de los camiones sanitarios que vuelven en caravana con los heridos, el de los lugareños que deben abandonar en procesión sus tierras devastadas. Suele haber grandes desfiles para celebrar una victoria, pero este no interesa a King Vidor en el último tramo de 'El gran desfile' (1925), sino las secuelas de una herida, la mutilación que implica la consciencia de la realidad, del absurdo y horror que es la guerra. Esta obra portentosa, que fue la obra estadounidense más taquillera de la era silente (duró en algunos cines hasta un año), rebosa ingenio creativo por cada poro de su celuloide. En el tramo de alistamiento, cómo presenta a los personajes, y lo que abandonan (o lo que las armas sustituirán). Slim (Karl Dane), es un trabajador en las alturas de un rascacielos. Tras que se oiga la estruendosa serie de sirenas, que anuncian la entrada en la guerra en 1917,y se ponga en movimiento (movilize), la cámara se centra en el instrumento con el que clavaba los clavos, lo mismo que se centrará en el vaso que limpiaba Bull (Tom O'Brien), camarero, cuando abandona el encuadre al escuchar ese estruendo.
Dedica más atención a Jim (John Gilbert), de otra extracción social, hijo de potentado, el cual 'abandona', sobre todo, a su madre ( ella espera que él no se aliste, al contrario que su padre); es admirable el contraste en espacios, entre el hall de entrada de amplio techo, con el de la iglesia, en el último tramo, repleto de camas en las que yacen los heridos). El tono de las secuencias en Francia, mientras esperan entrar en combate, oscila entre la comedia ( la secuencia en la que Jim pugna por lograr cortar la tarta más dura que el cemento que le ha enviado su novia, para compartirla con Bull y Slim), y el romance con una lugareña, Melisande (Renée Adorée), que culmina con una magnífica secuencia,la de la despedida cuando él se va al frente,en el que se dilata la secuencia mientras uno y otra se buscan entre la masa ingente de soldados para poder despedirse, de una intensidad emocional que tiene su vibrante clausura con el cuerpo caido en el suelo de Melisande en la carretera, en plano general (que transpira desvalimiento, 'abandono'), cuando todos ya se han marchado.
Todo el episodio del combate en las trincheras es tan brillante en su resolución, como sobrecogedor, empezando por la marcha entre los árboles con la que comienza, mientras van sendo abatidos por los disparos de los alemanas, y ganan terreno, y,especialmente, ya en los hoyos de la trinchera, en la que se aprecia la influencia en obras posteriores como la también formidable 'Sin novedad en el frente' (1931), de Lewis Milestone, particularmente en el larguisimo plano dedicado a Jim con el agonizante soldado alemán que ha herido, al que da un cigarrillo, a la vez que empuja su cabeza que cae sobre él, entre la rabia y la desesperación, y el atisbo de que es muy diferente enfrentarse a un enemigo cuando le dotas de rostro. La obra depara, en su parte final, dos sublimes momentos poderosamente emotivos. La entrada en la casa, junto a su padre, plano en el que vemos cómo le falta una pierna por debajo de la rodilla, a la vez que su madre, al que dedica un travelling (que es puro temblor de dolor y ternura) hacia su rostro. Y calificaría como uno de los momentos más exquisitos que ha dado el cine el posterior abrazo entre madre e hijo (en el que se sobreimpresionan planos en los que la madre evoca a su hijo en varios momentos de su niñez, cerrándo esa sucesión de imagenes mentales con un plano de su pierna mutilada). Por supuesto la madre (emblema de la construcción del amor) apoyará a su hijo en su propósito de volver a Francia en busca de Melisande, que depara uno de los reencuentros más hermosos, de arrebatadora intensidad catártica (de nuevo dilatando la secuencia, desde que ella entreve su figura minúscula. cojeando, en el horizonte de los prados), que ha dado el cine. Hasta se puede sentir la colisión de su abrazo tan largamente anhelado.
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