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lunes, 12 de marzo de 2012

Fantasmas de Roma

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En 'Fantasmas de Roma' (1961), de Antonio Pietrangeli, lo fantástico irrumpe en una realidad que tiene algo de espectral. Es su emanacion, su reflejo, el de una tradición 'deteriorada', el de unos fantasmas anquilosados en el acervo de una cultura. Su 'representante' es Don Anibal, principe de Roviano (Eduardo De Filippo), que vive en una deslustrado palacio en un barrio antiguo de Roma. La secuencia inicial, magnífica, marca tono (como el primer paso de baile, que fluirá gracilmente en el exquisito desarrollo narrativo, casi ingrávido, de esta comedia fantástica que combina con naturalidad la convivencia de dos dimensiones), con Don Annibal inmerso en un monologo, intentado cubrir los cada vez más azulejos quebrados, 'conversando' con su loro embalsamado o, ya en la cama, manifestando su desconcierto ante los absurdos de la novela con Mike Hammer que está leyendo, en el que el personaje besa a una mujer y después la golpea, y hay alguien que se llama Bobo que va a Malibú. La ficción puede ser muy extraña, como la propia realidad (aunque muchas veces cueste diferenciarlas). Tras quedarse dormido, 'aparece', desde las sombras del fondo, un fantasma, Fray Bartolomé (Tino Buazelli), que le arropa. No es el único fantasma que habita este desconchado escenario, todos ellos con capa translucida y tonalidad cenicienta. Si el fray representa un apetito fundamental, engarzado con la idiosincrasia italiana, el de la gula (además del substrato católico; como esa silla papal que destaca en una habitación), hay otro fantasma que representa otro idiosincrático apetito, el del sexo o la seducción complusiva, Reginaldo (Marcello Mastroianni).
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Hay un par más, un niño,que es el hermano de Annibal que murió infante, y un componente femenino que es objeto de cierta desprecios por parte de Reginaldo en referencia a sus limitaciones intelectuales, aunque de repente descubra que tiene 'dones' físicos más atractivos de lo que suponía( lo que no deja de reflejar cierto machismo engarfiado en la tradición de la cultura italiana); de algún modo, forman una especie de familia, que saben aliarse ante cualquier contrariedad. De todos modos, la realidad, o la actualidad, no es que pinte mejor, reflejado en los operarios que demuestran un escasa voluntad en arreglar la caldera, demorando lo más posible su solución, o el especulador que quiere comprar el edificio para que se construya un gran centro comercial (admirable el montaje secuencial sobre las maquetas, cada vez más grande, mientras el especulador va 'untando' con dinero oculto en la maqueta a representantes institucionales, a los que no vemos el rostro, porque al fin y al cabo no lo tienen). En suma, hay poco amor al trabajo, pero mucho entusiasmo por especular y forrarse del modo más fácil. Por supeusto, los fantasmas, 'emanciones' o extensiones del príncipe, realizarán sus correspondientes travesuras con ambas figuras. El conflicto surgirá cuando superado elprimer tercio delrelato, fallezca el príncipe (por intentar arreglar lo que los operarios no habían hecho), que da pie a una bellísima secuencia, la muerte de Don Anibal en la cama, rodeado de seres vivos y fantasmas, fundidos en uno, entre luces tenues y sombras iluminadas.
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El conflicto surgirá cuando aparezcan el nieto heredero, Federico (Marcello Mastroiani) y su pareja, Eileen (Belinda Lee), dispuestos a vender la casa, lo que moviliza a la 'familia' e fantasmas, porque qué sería de ellos si realizan esa demolición. No les atrae nada el cambio (como hay un contraste en la figura femenina actual, Eileen, con la de la fantasma, ya que Federico depende económicamente de ella; mordaz es el apunte de que Federico se subleva (sacando su vena 'tradicional'), dándole una bofetada, tras que ella haya roto accidentalmente la silla papal. La estrategia por a que optan es invocar a otra 'tradición', el aprecio por el acervo cultural (la vanidad del prestigio cultural como parte también de una idiosincrasia), encargando a otro fantasma, pintor del siglo XVII, de temperamento muy 'sanguineo', Caparra (Vittorio Gassman) que elaboré un fresco que descubran accidentalmente, con la ironía de que lo confundan, para exasperación de Caparra, con uno obra de Caravaggio. Entre fantasmas del pasado, que no deja de reflejar cierta enajenación, cierta falta de sentido de la realidad, y misereres del presente, sin cuerpo ni sustancia, sino máquinas especuladoras, fluye esta deliciosa danza de celuloide que, cómo no, finalizará con la integración de Don Annibal como uno más de los fantasmas del palacio.

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