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miércoles, 14 de marzo de 2012

En rodaje: Stephen Frears y Janice Rule. Frears o el (des)equilibrio de la discreción

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Stephen Frears y Janice Rule durante el rodaje de 'Detective sin licencia' (Gumshoe, 1971). Esta opera prima del cineasta británico ya define en buena medida un patrón en su cine, o cuál es su mayor virtud, la de saber elegir buenos guiones o textos literarios que adaptar y buenos castings. Pero su realización, su planteamiento estético, sus elecciones formales, en cierto modo, o en variados grados, me han parecido que solían ir en ocasiones en otra dirección, o que no eran las más adecuadas ( o simplemente se quedaban al ras de suelo de la 'funcionalidad'). Hay obras en las que eso se hace más notorio, caso de 'Heroe por accidente' (1992), en la que hay secuencias en las que uno percibe que las implicaciones del guión de David Webb Peoples van por un lado y su elección de planificación, de estilo, va por otro. En genera su estilo no lastra las potencialidades de la obra (guión/texto literario de base), pero tampoco las eleva en general (aunque puede haber algún plano o alguna ecuencia en la que brille, la que potencie una emoción o una reflexión) caso de 'Sammy rose se lo montan' (1987), 'Las amistades peligrosas' (1988), 'Los timadores' (1990),'Café irlandés' (1993) 'Alta fidelidad' (2000), 'Negocios ocultos' (2002), o 'Mrs Henderson presenta' (2005), o 'The queen' (2006), sus obras más equilibradas, sobrevolando entre la discreción y la eficacia afinada que logra tranmitir algún fulgor de ingenio (por puntual que sea) aunque a veces es más desmañado como en 'Mi hermosa lavandería' (1985) o demasiado pulcro como en 'Cherie' (2009). En su opera prima lo que brilla es el guión de Neville Smith, de vivaces intercambios de frases cortas en díálogos a ritmo de metralleta que intentan recuperar la idiosincrasia ( y el brillo) de los diálogos de la lteratura de Hammett o Chandler. La obra recrea con ironía aquel estilo literario ( y el cine que se alimentó del mismo) que homenajea, lo que la convierte en un juego ('revisionista', como en aquellos años hacían, en líneas distintas, 'Sueños de seductor' de Herbert Ross o 'El largo adiós' de Robert Altman), partiendo de una sugestiva base, la vida de un hombre, (Albert Finney, de quien Frears había sido ayudante de dirección en su única, y gran, obra, de 1967, 'Charlie Bubbles') que no sabe que hacer con su vida, como reconoce al psiquiatra al que lleva visitando desde hace un año, que a la vez es actor/presentador en un club, y que decide anunciarse como detective. De algún modo, aquel mundo icónico del pasado es la fantasía que nutre con su excepcionalidad un presente carente, sostenido a la vez sobre la frustración ( la mujer que amaba se casó con su hermana). No deja de ser elocuente que piense que el encargo que le hacen (un hombre del que sólo distingue que es muy obeso) sentado en una habitación a oscuras en un sillón de espaldas a él ante un televisor, es una 'escenificación' planteada porque es su cumpleaños. Como que al desenredar el ovillo de la trama enmarañada, característica de aquella literatura, su hermano se revelará culpable y sea castigado ( y por extensión la mujer que amaba y le eligió al otro). En las fantasías se puede compensar los sinsabores de la realidad. Aunque la visión sea grata, lástima que Frears no logre potenciar las complejas resonancias e implicaciones que le ofrece un guión que sabe jugar con las ambiguedades, algo que Frears prefiere evitar, sirviendo, simplemente, un vivaz juego protagonizado por un gran elenco de actores (Finney, Rule, Billie Whitelaw, Frank Finlay o Fulton Mckay

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