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viernes, 2 de marzo de 2012
Howard Shore - Hugo (Clocks). En busca del asombro perdido
Hay películas que uno espera con ciertas entusiastas expectativa, por los componentes que lo traman ( y no sólo me refiero al argumento), caso de 'La invención de Hugo' (Hugo, 2011), y que parece corroborarse en su deslumbrante inicio, o despegue, con ese asombroso travelling (digital) que surca toda una estación de tren, escenario de buena parte de la obra (primer punto atractivo para alguien a quien le gustan lo trenes, y sobre todo los de hace unas cuantas décadas), hasta llegar a un reloj, y en concreto a donde se marcan las cuatro, en donde entrevemos los ojos, la mirada, del niño, Hugo, que hará despegar el relato, cuya imaginación, a la que quiere animar, como al autómata que tiene en el ático de los relojes, donde vive, para lo que falta una llave. Como hay un humano, que se ha conformado con ser autómata, por la decepción, por las heridas de la realidad, caso de Georges Melies (Ben Kingsley), que ahora simplemente tiene un negocio de muñecos y autómatas en la estacíón, y para el que Hugo representará la llave que lograra hacerle de nuevo recobrar la ilusión perdida, apartar esa máscara severa y rígida en que se ha convertido su rostro. Ilusiones y pérdidas, autómatas escribientes que hay que animar, y humanos con piernas 'necánicas' pr heridas de guerra, como la del guarda de la estación (Sacha Baron Cohen) y perseguidor y amenaza permanente de Hugo, que a su vez aspira a realizar una ilusión, la del amor, para a que cree, con amargura, que su pierna handicapada puede ser un impedimento. Lo componentes son sugerentes, el trabajo caligráfico y de diseño de vestuario y de dirección artística, fascinantes. Pero no logró transmitirme esa magia, excepto en momentos puntuales, como la evocación, o cuando se hace cuerpo la herida ocultada a lo demás o hacer creer en(la muerte ficticia de Melies), en un admirable montaje secuencial de eficaz condensación, de cómo Melies se entusiasmó, ilusionó, con el cine,con su magia ( él que era también mago), cómo lo desarrolló en su estudio con sus ingeniosas obras, y cómo con la interferencia de la cruenta realidad, la primera guerramundial, se escombró su proyecto, y su ilusión, desapareciendo de escena ( y de la vida) desde entonces. No deja de ser grato su visionado, pero como 'The artist', otro homenaje a los primeros años del cine, cuando daba sus primeros pasos (el toque francés también está presente en otra obra especialmente premiada, 'Medianoche en París' de Woody Allen, las tres transcurriendo, o parte de su metraje en la tercera, en un mismo tiempo), su propulsión de ilusión, la dosis de magia no logró calar en mí ( como la misma banda sonora de Howar Shore,excelente, pero que no me cautiva). No es que sea tan formularia, y mecánica, como 'Caballo de guerra' de Spielberg, con la que también se puede establecer conexiones, por tiempos (la huella de una herida, la primera guerra mundial), la ilusión, perseverante y resistente, que puede representar el caballo (ante la que uno puede preguntarse, como con sus dos obras previas, la cuarte entrega de Indiana Jones y su variante tintiana, sobre ese retorno a una cierta mirada infancia o adolescencia, incluso el volver a su etapa más mecanicista de los inicios, antes de despegar como cineastas adulto con 'Inteligencia artficial', o más bien a la elementalidad, a las más rudimentarias convenciones). Scorsese no se pierde en ese esteril abismo, ni en su inanidad, pero lo ronda. Su canto a la propulsión de la ilusión oscila peligrosamente hacia lo convencional, hacia resortes, barrativos, tipológicos, situacionales, ya un tanto gastados. No le encuentro que recobre una mirada fundacional, la que mira desde el asombro y lo logra corporeizar, la que mira con la mirada del descubrimiento, y de la trasnfiguración. La que quiere recobrar el placer de crear un relato.En este sentido, me pareció mucho más fructífera su opuesta, la anterior y magnífica 'Shutter island', que ponía en interrogante al mismo relato,a la misma representación de realidad,a su manipulación, como ha hecho ahora, precisamente, Eastwood con su formidable 'J Edgar', poniendo, una vez más, en evidencia como la institución de ralidad, o su manipulación a conveniencia la utiliza el poder, lo mismo que en Shutter island, o cómo el pasado y la realidad son impostura ( e incluso podía añadir 'Los idus de marzo' de Clooney, en el que hasta el mismo futuro se anuncia como trama de imposturas inevitable). Ponen en cuestión una impostura, mientras que Scorsese intenta recobrar aquí el artificio como revelación, como alquimia de asombro y mirada reconstituida. Pero para alqumias ya está Malick, quien es de los pocos que aún consigue que despeguemos con el asombro, con la ilusión despertada, propulsada, por quien parece hacer cine por primera vez, como Melies, como si descubriera el cine, y descubriera a su vez la realidad (en ese entre entre nuestro interior y el afuera)
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