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miércoles, 22 de enero de 2014
El lobo de Wall street
Jordan Belfort es un eficiente alargador de penes mentales. Para quien, en algún momento, fue atrapado por el agujero negro de la actividad laboral como comercial, lo que narra 'El lobo de Wall street' (2013), de Martin Scorsese, resulta sórdidamente familiar. Recuerdo una charla aleccionadora, que a la vez era correctivo por las escasas ventas realizadas, en la que se expuso como ilustración o apoyo de la instrucción en los adecuados modos de persuasión, un espacio de televenta sobre un alargador de penes. La asociación entre la materia elegida como ilustración y el planteamiento ontológico es definitoria. Fue, además, todo un desafío para lograr mantener una expresión de poker, que ni Edward G Robinson en 'El rey del juego' (1965), de Norman Jewison, para contener la expresión de perplejidad y la carcajada que pugnaba por brotar. La célebre frase del replicante Batty en las finales secuencias de 'Blade runner' (1982), de Ridley Scott, 'He visto cosas que no imaginariais...' se podría aplicar, usando una hipérbole sarcástica, para este universo, aunque no para reflejar el asombro de lo que no somos capaces de ver, sino la perplejidad por los despropósitos que somos capaces de urdir y realizar con absoluta desfachatez, las más desquiciadas y capciosas estrategias para engatusar a otro para sacar un beneficio. Hablamos de la más sórdida prosa de la existencia.
En una secuencia de 'El lobo de Wall street', Jordan (Leonard Di Caprio) instruye a sus nuevos empleados sobre cómo realizar una persuasiva venta teléfonica, mientras a la vez realiza gestos burlones y despectivos, que suscitan las carcajadas de los alumnos/empleados. Jordan demuestra sus superlativas dotes de actor al que no le falla el pulso; todo es cuestión de representación. Jordan tiene ese don, esa elocuencia y firmeza, para crear el escenario convincente que sabe tocar las teclas vulnerables del potencial cliente, como la que mostraba el personaje de Tom Cruise en 'Magnolia' (1999), en Paul Thomas Anderson. Sabe proporcionar una certidumbre que es imposible poner en cuestión. Más bien agradecer como si aportara maná divino. En una secuencia previa, deja boquiabiertos a todos los compañeros de la nueva empresa en la que ha empezado a trabajar, cuando realiza su primera venta telefónica. Es todo un animal escénico, el ideal de prototipo de comercial/alargador de penes. Te hace sentir que tu pene se alarga mientras te convence de lo que quiere venderte. Su substrato humano no es que sea particularmente sustancioso ni denso. Sí representativo. Es el tipo de especimen que se ha propagado de modo imparable desde la infausta década de los ochenta, y esa infección es la que domina la sociedad en estos momentos, la que ha provocado lo que casi parece una necrosis irreparable. Jordan ha visto todo eso que ha imaginado y quisiera realizar la mayor parte de los comunes mortales, un paraíso de derroche, sexo desenfrenado, embriaguez a través de variadas sustancias, lujos sin límites.
Jordan controla el tráfico, porque sabe cómo manipular, no sólo a los clientes, sino las reglas del juego, las bambalinas de la letra pequeña. El mundo en completa disposición. Como apuntaba Jean Baudrillard, una combinación de gran supermercado y parque de atracciones. Es el paraíso del que han gozado esas estrellas que tanto admiramos, sean de la canción, el cine o el deporte, esas con las que fantaseamos, nos masturbamos o que contemplamos embelesados, como la imagen de lo que nos gustaría haber sido o poder ser, en el poster de la pared de nuestra habitación o pequeño mundo. También Jordan soñó con ser Don Johnson conduciendo el coche de Corrupción en Miami. Y lo ha materializado, aunque sea de otro color. Tras el estreno de 'El lobo de Wall street' se levantó cierta polémica en Estados Unidos, que también parece haberse trasladado aquí, sobre si la película, cual simpatizante apología, más bien anima a ser como Jordan. Vamos, que pretende que el espectador sea como los atontolinados asistentes (todos hombres) al curso de comercial/alargador de penes en la secuencia final. Interesante reacción cuando la película finaliza con ese mordaz plano que apunta que hay muchos que desean ser como Jordan, o como el personaje que le instruye, Hanna (Matthew McConaughey), el cual le inocula, cuando da sus primeros pasos con taca taca en la venta comercial de Wall street. una ley básica: sólo importa él, el vendedor, no el cliente, quien es otro instrumento para su enriquecimiento; no importa si se beneficia el cliente, lo importante es que él se beneficie.
Hay dos posibles respuestas a esa suspicaz percepción sobre las intencionalidad de los responsables de la película: A/ Pensar así pone en evidencia las limitadas aptitudes intelectuales y perceptivas del espectador B/ Puede evidenciar la torpeza expresiva de Scorsese a la hora de elegir el preciso tratamiento para lo que quiere plantear o cuestionar. Con respecto a lo primero, mejor no profundizar demasiado, no sea que levante ampollas susceptibles y el alzamiento de las furias de los godos o visigodos. Sólo recordar cómo hace treinta y cinco años se convirtió en todo un fenómeno social la película '10' (1979) de Blake Edwards, o más bien Bo Derek como fantasía o símbolo sexual, cuando irónicamente la película, a través del personaje de Dudley Moore, ponía en cuestión la inconsistencia de esa idealización fantasiosa (de entrepierna alzada en saludo hitleriano). En cuanto al punto B, ya entraríamos en el sustancioso territorio del debate. ¿Qué expresa? ¿Y lo expresa del modo más certero y, por añadidura, inventivo? No basta con las buenas intenciones (cuestionadoras), aunque por otro lado estas ya hayan sido expuestas en décadas anteriores, y ya de modo contundente: Recodar el discurso del personaje de Alec Baldwin en 'Exito a cualquier precio' (1992), de James Fowley, adaptación de la obra de David Mamet.
El discurso, cual manual de instrucciones para llegar a ser un exitoso vendedor, de Hanna a Jordan, en las secuencias iniciales, y ese plano final que he citado de los boquiabiertos asistentes al curso que imparte Jordan, condensan, en plano-contraplano, el planteamiento y el recorrido de la película. Su mordaz intencionalidad. Ahora, lo que depara en su largo, muy largo recorrido, es bastante cuestionable. O cómo lo plantea y desarrolla. Hay cierto momento en que pensaba que la película ya terminaba, pero aún quedaba mitad película. Hay cierto momento que, me parece, explicita vía subrayado, la mirada aplicada sobre este personaje ( o la actitud que representa): aquel en el que, por las pastillas que se ha tomado, se convierte en una masa que se arrastra, porque ha perdido el control de sus movimientos. El controlador aéreo de las ventas y los trapicheos económicos se convierte en una reptante masa de babeante voluntad. Cuando su amigo, Donny (Jonah Hill), sufre un colapso, se realiza un montaje alterno entre las imágenes de un episodio de Popeye, que se está emitiendo en la televisión, y los esfuerzos de Jordan para incorporarse, recuperar la movilidad, y salvar a su amigo. Quizá sea una de las secuencia más burdas que haya rodado Scorsese. En esta secuencia enfatiza, mediante la distorsión, la inconsistencia de unos personajes.
Pero esa distancia irónica no ha logrado cuajar en su narración, quizá causa de que haya generado tal desconcierto sobre cuál es la perspectiva sobre tal personaje y la actitud de vida que representa. Scorsese aplica el molde de construcción narrativa de 'Uno de los nuestros' (1990), pero no consigue el magistral equilibrio de esta, en la que sabía establecer la incisiva distancia, sabiendo desenvolverse en los movedizos territorios que propicia la perspectiva subjetiva, el relato en primera persona (ese que pone nerviosos a muchos porque confunden perspectiva del protagonista o narrador con el de la película misma). Hay quienes han recibido con alborozo este prototípico relato de ascenso, auge y caída como si fuera la recuperación del Scorsese genuino, no del adulterado que, según ellos, parece que primaba en los tres últimos lustros. Pero es el relato de una enajenación, como el de los personajes de 'El aviador', 'Taxi driver', 'Toro salvaje' o 'El rey de la comedia'. Como 'Shutter island' o 'La edad de la inocencia' lo son de una enajenación inducida, y 'Al límite' de una lucha para evitar esa enajenación. Quizá sea cuestión de fetichismos cinéfilos, pero no veo esa diferenciación tan drástica entre unas obras y otras. Otra cosa es que se considere que ya no sea un cineasta tan inventivo o cautivador.
'El lobo de Wall street' me parece fallida como la previa 'La invención de Hugo', que fue calificada por algunos como otra muestra del adocenamiento de su personalidad y licuamiento de estilo. Y no porque sus planteamientos o materiales no me parezcan atractivos, sino por su desvaído tratamiento. Las carencias de 'El lobo de Wall street' comienzan ya en su misma elaboración dramática, y se extienden a una construcción narrativa sin el ingenio, ni aliento vibrante, de 'Uno de los nuestros' (hay secuencias con un intercambio de diálogos con escasa sustancia cual mecanismo en estado de inercia, y además Scorsese incurre, en bastantes ocasiones, en un mortecino y convencional plano contraplano sin garra alguna). La redundancia se instala como soberana en un relato que da vueltas sobre sí mismo. Para cuando se produce la caída de Jordan se ha embrollado en múltiples calles secundarias como Jordan con el cable telefónico cuando contempla los dibujos animados de Popeye. No daba para tanto el personaje y su vaciada existencia con múltiples accesorios de disparatado lujo ( y lo mismo para los personajes colindantes, con especial mención para el desafortunado personaje que encarna Jonah Hill con una caracterización que le asemeja al humano/ratón que interpretaba Timothy Spall en la saga de 'Harry Potter'). Ni consigue hacer carne del disparate de este personaje que, cual dibujo animado, vive el mundo en el que está convencido de que puede conseguir todo lo que desea con su apabullante labia.
Como 'La gran estafa americana', no acierta a saber modular una farsa alrededor de estafadores. Un planteamiento vitriólico que no sabe conjugar el absurdo y la excentricidad. En esos territorios los Coen navegan con proverbial soltura, e inventiva. aunque moleste o no motive demasiado que parezcan convertir en dibujos animados a los personajes, como era el caso de 'El gran salto' (1992), o con otros matices, en 'Fargo' (1995). Quizá lo que podría haber llegado a ser 'El lobo de Wall street' si hubiera tenido más arrojo, o se hubiera sabido definir, sin quedarse en un tibio territorio intermedio que convierte a la película en torpe astracanada. Hay un momento que refleja lo que podría haber sido. Aquel en el que Jordan contempla, desde el interior del barco que le ha rescatado en alta mar tras naufragar su yate, cómo explota el avión que venía a su rescate. Nadie más lo ve, sólo él. En la secuencia citada en la que pierde movivilidad por las pastillas, después se nos revela que su relato del viaje en coche hasta casa no era cierto. Nos habían narrado su viaje desde la perspectiva de su estado de percepción alterada, desde su distorsión, desde lo que él creía ver.
Si hubiera delineado la narración sobre ambas cuestiones, desde la distorsión de su mirada vacía (aprovechando además el relato en primera persona) y su habilidad para ver lo que otros no ven (su capacidad para maniobrar sin estrellarse en las elevaciones de la economía) hubiera quizá resultado una película mucho más sugerente, en vez de una monocorde deriva a base de reiteraciones y trazo grueso a mansalva, tanto que ha propiciado que muchos le vean una intención distinta a su pretensión de dejar en evidencia la condición de inconsciente dibujo animado de este depredador alargador de penes mentales que no sólo ve la realidad como la quiere ver sino como la que quiere modelar (y que, además, como refleja el final, sigue siendo modelo admirado para emular). Y por siniestros dibujos animados como estos ha estado regida y diseñada nuestra economía, y hasta nuestro modelo de vida, nuestros deseos, en las últimas décadas. Jordan no quiere ser alguien como Llewyn Davis que se resiste a meramente existir. Jordan considera un desperdicio tal preocupación. No produce beneficios. No alarga el pene.
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Bastante de acuerdo con esto. Para mi gusto, un film feo, torpe, visto, zafio, indefendible como "ejercicio de estilo" porque eso consiste en derribar cada esquina y ángulo que quede a salvo del torrente de horteradas que agotan y apalstan desde el plano 1 al último.
ResponderEliminarUn film muy a propósito para contentar a la misma clientela de esa basura llamada "American hustle", que encima ganará premios.
Pues sí, American hustle seguirá ganando más premios. Es un caso para un ufólogo, creo, el caso de Russell con la industria y los críticos desde tres o cuatro años. ¿Quizá hipnosis colectiva al estilo Mabuse?
ResponderEliminar¿Quizá copia y pega de hojas de promoción previo pago?
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