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viernes, 21 de marzo de 2014
Un mundo sin hogar: De Nicholas Ray a Sam Mendes
En el cine de Mendes hay unas constantes que tocan cuestiones muy del acervo estadounidense, de Ford a Ray, la búsqueda del hogar, de la propia raíz, o en sentido más amplio, del propio lugar, o, a la inversa, el sentirse extraño al propio lugar. En los personajes de Lester (Kevin Spacey) o April (Kate Winslet) podríamos recordar aquel titulo de Nicholas Ray I’m a stranger here myself (1973) o un Busca tu refugio (Run for cover, 1956) en los protagonistas Un lugar donde quedarse. En sus obras se crea una tensión, irreversible y fatal, entre unos personajes integrados y unos personajes desplazados, más determinados (American beauty, Revolutionary road, y también Camino a Perdición) o más vacilantes o confusos (Jarhead, Un lugar donde quedarse). Hay quienes desean marcharse (Swofford en Jarhead), hay quienes no pueden irse, pero tampoco quedarse (April en Revolution Road), hay quienes se ven forzados a marcharse (Connelly), quienes buscan ese lugar (Un lugar donde quedarse) y quien se queda aunque sin saber que no le dejaran quedarse pretendiendo actuar fuera del molde social (American beauty).
Como en el cine de Ray, vibran las resonancias de unos sentimientos de desubicación, o de orfandad, de sentirse o quedarse fuera de lugar, de no sentirse parte de unos modelos de integración social o de vida, y son los que definen a unos personajes que efectúan una acción de resistencia u oposición, con el cuál se produce una colisión, o desencuentro, ante unos modelos de vida rígidos (de vida, social, familiar, ejercito, corporativa, aunque sea no legal la institución como una organización gangsteril), los cuáles se sostienen sobre la imagen conveniente que generan y proyectan, y que enajenan, o sobre una inflexible organización pautada en la que tienes que integrarte y aceptar el papel adjudicado e incluso lo que deseas.
Esa sensación de desplazamiento puede impulsar a la búsqueda de ese modelo donde uno poder sentirse integrado o identificado, como la pareja de Un lugar donde quedarse, que se siente fracasada, inmovilizada en sus sombras, y debe buscar su lugar, y se encuentra con el reflejo de los espejos posibles, para asumir que su sitio está aparte en el mundo, incluso en el tiempo, porque es el de la nostalgia. Una sensación de orfandad dolorosa unida a la serena asunción de ese exilio late en la bella secuencia final, aspectos que comparte con el final de Camino a Perdición. Sullivan (Tom Hanks), sicario de una organización gangsteril irlandesa, quien queda fuera de lugar, y pierde su hogar (que ya es una cáscara vacía, como él mismo señala), por no plegarse a las conveniencias del organizado mundo al que pertenecía, desplazado, y luchando en su soledad, resistente ante una justicia que debe ser restituida ya que la trama de intereses y alianzas del sistema la ha negado, para terminar exiliado en una casa en un lago, también ante las aguas como los protagonistas de Un lugar donde quedarse, donde muere, mientras su hijo encuentra un nuevo hogar en otro lugar apartado, con una familia ajena al modelo de vida de su padre.
Ante las aguas de otro lago encuentran su hogar la pareja de Un lugar donde quedarse, y ante las del mar tendrán April y Frank, en Revolution road, el primer enfrentamiento, la primera fisura, que anuncia lo que impedirá la realización del sueño de April, la ruptura con la vida que llevan, ya que el sueño de Frank es otro, los cantos de sirena del ascenso laboral. Swofford ( Jake Gyllenhaal), cual rebelde joven confuso de la obra de Ray, falto de modelo como el Dean de Rebelde sin causa, y cáustico en una situación que le disgusta como el Burton de ‘Amarga victoria’, y que lee para más señas El extranjero de Albert Camus, no se siente integrado en la familia del ejercito, sedimentando el anhelo de marcharse, pero escindido entre el rechazo y la subordinación que no es sino cautiverio, y, por ello, a la vez necesitando que su vida tenga alguna ilusión de sentido proyectado en el hecho de entrar en combate. Su sensación al volver al hogar, en las secuencias finales, es la del extravío, la de que no hay hogar en donde se supone pertenece. Tres obras, por tanto, cuyos finales enfrentan a los personajes ante una idea de hogar, sea su imposibilidad o posibilidad aunque lejos del mundanal ruido de la realidad instituida.
Súmese el de las dos obras centradas en dos hogares donde se debaten dos actitudes opuestas en la forma de plantear el modo de habItar el mundo, de aceptar o negar un modelo instituido, American beauty y Revolutionary road. Esta culmina con la implosión de un hogar sostenido sobre una falacia, sobre diferencias irreconciliables, y con el vitriólico detalle final del vecino que se apaga el aparato de sordera para no escuchar las mezquinas invectivas de su esposa sobre la pareja protagonista. Y el de American beauty que amplia la idea del hogar al conjunto con ese plano sobre la urbanización mientras alude al espectador sobre su decisión de tomar decisiones sobre el modo de vida que lleva, o cómo habita el mundo. Por otro lado, volviendo a Ray, en esa mezcla de lucidez y enajenación de Lester (Kevin Spacey) podríamos encontrar ecos de ‘Más poderoso que la vida’ (Bigger than life, 1956), otro personaje, en ambiente parecido, sumido en la frustración que rompe con unos moldes de vida aunque sea propiciado por el consumo de cortisona.
Sin duda, no son finales complacientes. El hogar no existe, o es aparte del mundo como el del niño de Camino a Perdición, y el de la pareja de Un lugar donde quedarse. Y aquellos que rompen con su entorno como Lester, Connelly o April acaban trágicamente, con la perdida de su vida, o como Swofford atrapado en el espectro de un pasado que ha dejado su huella que es herida. Todos quedan fuera, vivos o muertos, no integrados, aunque conciliados consigo mismos, o afirmados en su diferencia por salirse de la corriente establecida, o, simplemente, espectros en vida pero lúcidos al menos.
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