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martes, 18 de marzo de 2014

Los portadores de la vela (caminan siempre junto a un perro)

Al despertarte, había transformado el común lenguaje cotidiano y con renovada fuerza se colmó la garganta de vocablos sonoros, y la palabra "tú", tan liviana, quería decir "rey" ahora, revelando su nuevo significado. De pronto, en el mundo todo ha cambiado, hasta las cosas simples, como la jarra, la palangana, cuando se erguía en medio de nosotros, cuidándonos, el agua, dura y laminada. Fuimos llevados hacia el más allá, y se abrían ante nosotros, como por encanto, las ciudades milagrosas, y nos invitaban a pasar, la menta se extendía bajo nuestro pies, las aves seguían nuestro camino, los peces remontaban nuevos ríos, y el cielo se abrió ante nuestros ojos... Mientras seguía nuestra huellas el destino, como el loco, armado de una naranja. (Arseni Tarkovski) 1. Un joven se propone la ímproba tarea de forjar una campana de gran tamaño en el desolado paisaje de una Edad media quebrada por la carencia, el abuso de poder, la superstición y la violencia más cruenta. Un hombre se esfuerza en cruzar lentamente una piscina vacía y abandonada, mientras porta una vela encendida, decidido a realizar el recorrido de ida y vuelta sin que se apague. Un guía acompaña a dos intelectuales, un científico y un escritor, a un lugar llamado la Zona, donde se supone que ha ocurrido algo extraordinario, y está convencido de que podrán realizar ahí todo deseo o esperanza que tengan. Un niño, pacientemente, cruza cada día los campos, transportando un pesado cubo de agua, para regar un árbol, tras que su padre haya sacrificado todo lo que tiene y es, su hogar en ese paisaje paradisiaco de Gotland, su familia, su trabajo, sus pertenencias, tras arrodillarse ante un Dios en el que no creía suplicando que sacrifica todo lo que es y tiene si no se hace realidad el cataclismo inminente fruto del lanzamiento de proyectiles atómicos. Como la hija del Stalker contrarrestará la decepción de este con el escritor y el científico a través del impulso de acción que aún cree en lo infinito de lo posible. Mueve con su mente los vasos. Aún hay zonas que se pueden mover aunque no se crea posible. Gestos que aún creen y confían, aunque habiten un universo bárbaro, ya sea medieval o tecnificado. Acciones que son impulso de acción, aliento de fe en las aptitudes creativas y sensibles de un ser humano que parece tender más a la destrucción, a la incapacidad de amar, a la enajenación de su naturaleza y de la propia naturaleza. Es el cine de Andrei Tarkovski, ese escultor del tiempo, de quien Ingmar Bergman dijo que había logrado realizar en su cine lo que él no había logrado, hacer tiempo y emoción de unas ideas. Su cine es epifanía a la vez que protesta lírica y desolada. Estos cuatro personajes, en ‘Andrei Rublev’ (1966), ‘Nostalghia’ (1983), ‘Stalker’(1979) y ‘Sacrificio’ (1986), cuatro sublimes obras maestras, son la encarnación y representación de esa lumbre de forja, esfuerzo y confianza en lo posible, en una armonía, que es empatía, que el ser humano aún no ha logrado materializar, ni parece desear.

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