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sábado, 22 de marzo de 2014

Ray Donovan

Ray Donovan (Liev Schreiber) es el hombre que resuelve los problemas, las contrariedades y contratiempos, o sea, los asuntos delicados con vistas a los precipicios, de aquellos que tienen la vida más que resuelta, al menos materialmente, en Los Angeles, es decir, los que protagonizan esa pantalla deseada y admirada por los ciudadanos de a pie, la pantalla referencial y modélica de las fantasías y los sueños, la pantalla de lo posible, de las gestas, de los logros, del dominio sobre cualquier adversidad o contrariedad, o sea, las celebridades y estrellas, los actores, cantantes o deportistas. Si despiertas y te encuentras junto a ti, en la cama, a tu amante muerta por una sobredosis, ahí aparecerá Donovan con su equipo para no dejar rastro de lo ocurrido, o para tergivesar convenientemente los hechos. Si una estrella del cine de acción tiene problemas con su imagen, porque se dejó grabar con un movil mientras otro se la chupaba, Donovan, y su equipo, lo solucionará. La cuestión, ante todo, es evitar el deterioro de la mala imagen pública. Los héroes no pueden tener pies de barros, ser torpes, desorientados o mezquinos. También Donovan satisface, para eso es un plácido ejecutor, los caprichos de los que dominan las bambalinas del negocio de espectáculo, por ejemplo si un productor necesita cerciorarse de si su amante tiene su historia paralela. Pero el hombre resolutivo de puertas afuera, tiene dificultades para resolver, de puertas adentro, los asuntos que atañen a su familía. Y hay muchos conflictos no resueltos.
El principal problema para Ray es su padre, Mickey (Jon Voight), quien irrumpe de nuevo en su vida después de estar veinte años encarcelado. Aunque hay otro de pareja gravedad, con hondas raíces en el pasado, que afecta a Ray y sus hermanos, Terry (Eddie Marsan) y Bunchy(Dash Mihok), y que tiene que ver con otro padre, un sacerdote pedófilo. Y ambos problemas no dejan de estar vinculados. Aunque en la extraordinaria secuencia de arranque de 'Ray Donovan' (2013), creada por Ann Biderman, más bien parezca que no tienen que ver, que no son causa y efecto, sino problema y resolución. En una implacablemente síntética sucesión de planos vemos cómo Mickey sale de la cárcel y lo primero que hace es matar a un sacerdote. Eso se llama inicio fulgurante. Los planos de presentación de escenario y personajes, son magníficos, con un espléndido uso de los planos aéreos y movimientos de acercamiento, una sugerente forma de vincular a Donovan con su tarea, y de sugerir su dominio escénico, sus capacidades demiúrgicas, manipuladoras, para transfigurar un escenario de modo conveniente para el afectado. En estos dos primeros episodios brillan, en sus tramos finales, un magníficos montajes secuenciales que asocian, o interconectan, a diversos personajes.
Esa interconexión se convierte en el tenso substrato sobre el que se proyecta la narración, porque los vínculos, las emociones, se definen por la contradicción o la escisión, una colisión continúa que determina una abrasiva erosión, comenzando por la del propio Ray, alguien que proyecta determinación, resolución y fortaleza. Espléndida es la caracterización de los dos hermanos, como si reflejaran la precariedad oculta de Ray bajo su fachada de hombre resolutivo y capaz, figura de negro que en ocasiones parece una máquina implacable. Terry, que rige un gimnasio, padece de temblores en sus brazos, a causa de los golpes sufridos en su época de boxeador, de lo que es responsable su padre, quien no supo, o no quiso, por ambición y codicia, echar la toalla cuando estaba siendo apalizado por un contrincante. Terry tampoco deja de sentir temblores en su relación con su masajista, Frances (Brooke Smith), como si la firmeza, la definición, las caricias, no pudiera imponerse sobre los temblores, los golpes o los gestos evasivos. Por su parte, Bunchy, es un chico de cuarenta años que parece aún tener catorce, quizá porque aún sigue siendo aquel niño que fue violado por un sacerdote, de lo que aún no ha logrado recuperarse. Alguien que ya no tiene el mismo dominio de los golpes, alguien superado por la vida, incapaz de afrontarla. Bunchy es alguien absolutamente dependiente de los que le rodean, sea de Ray, o de su padre cuando aparece. Y será otra de las causas de conflicto entre padre e hijo, o más bien otra razón añadida para Ray para desear que su padre desaparezca de su vida, aunque sea muerto.
Ray al mismo tiempo tiene que lidiar con su esposa, Abby (Paula Malcomson) y sus dos hijos, lo que acentúa la escisión en su vida, y el cansancio de quien tiene que mantener una apariencia e imagen de dominio de las situaciones, de la realidad. Ese conflicto, o esa separación de realidades, puede evocar los de Homeland o Breaking bad, aunque no se incida tanto en la falacia de las apariencias, en la duplicidad o doblez. En este caso, la ocultación remarca la preservación de una realidad, la familiar, de una contaminación, la de una dedicación que es realizar trabajos sucios, ejercicio de violencia, una faceta siniestra que resulta difícil conjugar con la cálida que muestra con su familia. Hay algún momento en que su esposa le llega a preguntar: ¿quién eres?. No encaja esas dos realidades, al hombre con el que convive con el que realiza esas sórdidas tareas, alguien que puede usar sin vacilación un bate para golpear a un acosador. Esos lesionados cimientos de una institución como la familia base de una sociedad erigida sobre la imagen social, se amplifican con la relación de Donovan con su padre, y los devastadores efectos sobre sus hijos de su inconsecuencia e irresponsabilidad. Por eso, el monstruo, el enemigo de Ray es su propio padre. El hombre que desatendió a sus hijos, mientras se dedicaba a atracar bancos o traficar con drogas. La evidencia de esa corrompida realidad que Donovan parchea con su trabajo, la inconsecuencia y la irresponsabilidad. Incluso, la inconsciencia. Porque, al fin y al cabo, no resulta fácil advertir la condición siniestra de Mockey bajo su apariencia inofensiva de seductor truhán.
Para el padre, su hijo le traicionó cuando le encasquetó un crimen que supuso su encarcelamiento durante veinte años. Para Ray era una compensación por sus otras múltiples inconsecuencias. Por eso no durará en contratar a alguien, Sully (el gran James Woods) para extirpar definitivamente de su vida el tumor en su vida que representa a su padre. Puede parecer que pierde un poco de fuelle en la zona central de sus doce episodios, cuando cobran más relevancia los hijos de Ray, en especial la hija adolescente, algo que también ocurría en una serie como 'Homeland', pero es algo pasajero. Si excelentes son los dos primeros, dirigidos por Allen Coulter, la serie se cierra con tres admirables episodios, aquellos en los que se dirime el enfrentamiento con los dos padres, en especial el onceavo episodio, en el que los tres hermanos se confrontan con el sacerdote que abusó de ellos en su infancia. Abuso normalizado en la cotidianeidad, de puertas adentro, desde hace décadas, como reconoce con encogimientos de hombros Mickey.
Esos son los cimientos de una sociedad como la estadounidense sostenida sobre una escisión, sobre la preservación de la imagen social, pública, y su putrefacción bajo las maquilladas, protegidas y manipuladas apariencias, esas irresponsabilidades que se siguen cometiendo, y que gente como Ray sigue parcheando, si las cometen los que detentan el poder, las posiciones de privilegio, los que tiene la capacidad de maniobra, o de pagar las maniobras adecuadas, para ocultar sus desatinos, sus crímenes y abusos. Una sociedad huérfana que simula que todo está en orden. 'Ray Donovan' explora las fisuras no visibles en la pantalla. Presenta a su personaje principal despertando para realizar otra de sus tareas de parcheo de vías de agua abiertas en la vida de otros. Termina con él durmiendo, junto a su familia, en la orilla del mar, en una playa, como si fueran los restos del naufragio, ese que ha amenazado con derrumbar su propia vida tras enfrentarse a unos fantasmas que surgieron del pasado para evidenciar que las certezas del presente no eran sin meras quebradizas apariencias.

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