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domingo, 23 de marzo de 2014
True detective
Marty (Woody Harrelson) considera que son necesarios los límites, aunque parece que sea más bien para demostrar que no sabemos desenvolvernos dentro de ellos, dado cómo no deja de contradecirse, de poner en cuestión sus presupuestos, su rígida y cuadriculada concepción de lo que es la vida, la realidad. En la vida de Marty una cosa es la idea, y otra su materialización, y parece que no dejan de entrar en colisión. Manifiesta, en un interrogatorio, cuán necesarios son los límites, un modelo de vida al que ajustarse, en el que solidificarse, pero su evocación demuestra cómo las emociones le han superado constantemente, cómo la ciega furia, o el despecho, cualquier expresión del deseo o el instinto acaban desbordando esa presa de idea de la realidad, esos límites que considera que son necesarios. La familia es uno de esos límites necesarios, pero no sabe desenvolverse dentro de ellos. En otro momento, pregunta a su compañero, Rust (Matthew McConaughey) cómo se puede amar a dos mujeres a la vez. Marty se hace esa pregunta por desesperación, pero esa pregunta entra en colisión con esas respuestas, esos límites, en los que ha enquistado su forma de mirar y habitar la realidad, de constituirse como ser social, que se ajusta a unos roles establecidos, a unos rituales de vida, formar una familia, disponer de un trabajo, ser padre, esposo. Pero las emociones no se pliegan a esos límites. Su hija no es un modelo de hija, es alguien con sus anhelos y conflictos y procesos vitales, alguien en formación, que aún se contrasta con el mundo. No alguien a quien intentar encajar en un modelo, y si hay fricción, porque es incapaz de comprender, meramente explotar porque se siente contrariado.
Lo real es relacional, como decía Hegel, y Marty no sabe relacionarse con lo real. Su visión e idea del mundo, de la vida, es como un vehículo sin frenos que atropella a cuánto encuentra a su paso aunque piense que respeta todas las señalizaciones. Rust en cambio vive inmerso en una espiral. La vida es un vértigo, un remolino, un maelstrom. Y, a la vez, todo es ficción. Esos límites que Marty considera necesarios, para Rust son un espejismo, una construcción ficcional que suministra ilusión de seguridad y certeza. Pero no existe. Para Rust se ha evidenciado, con la pérdida, tiempo atrás, de su hija, por un accidente, al ser atropellada, que la vida, la existencia, es accidental, y los que la habitamos somos pasajeros de una ficción. Y la consciencia de esa ficción, el desbordamiento de la conciencia, condiciona, imposibilita, aboca a un postración interior, porque no hay dirección. Por eso, esa divergencia entre dos miradas, o formas de habitar la realidad, tan contrapuestas, tiene uno de sus primeros momentos de colisión cuando Marty le invita a cenar a su casa, cuando Rust tiene que enfrentarse al reflejo de su pérdida con otra familia de apariencia armónica.
Rust significa óxido, herrumbre. Rust ha oxidado su aliento de vida, su impulso vital. Habita la intemperie en sus entrañas. Se ha convertido en un espectro que se siente condenado. Porque siente y piensa que la espiral es a la vez un círculo, que la imposibilidad volverá a evidenciarse. Si hay una circularidad, en el tiempo, en la dinámica de los acontecimientos, sólo refleja esa fatalidad. No hay posibilidad de superación, de transformación, de logro. Si hay repetición no es sino para hacer manifiesta nuestra impotencia. 'True detective', creada por Nic Pizzolato, comienza con la ímpactante imagen de una figura reclinada, una figura en posición reverencia, de rodillas, el cadáver de una mujer desnuda, con una cornamenta en su cabeza. Es la imagen de una postración, de un sentimiento nihilista de condena, en el que la corona de espinas se transmuta en cornamenta. Y finaliza con un hombre Rust en silla de ruedas, una postración que es convalecencia, porque el trayecto de la narración, que es un cruce de caminos y de tiempos, como una maraña que refleja el atasco en el que se han atropellado a sí mismos ambos personajes (la maraña con apariencia de circularidad), concluye con la recuperación de ambos.
Rust se enfrenta en el climax final en un espacio que es círculo y laberinto, espacio primitivo y espacio cósmico (espacio físico, espacio mental), con su su monstruo, el de su nihilismo agónico, se confronta con su herida que era un agujero negro. Y ese monstruo infligirá en su cuerpo otra herida, en su vientre, como un reverso de parto, para liberarle de esa ficción agónica en la que se había atascado, la de su nihilismo inflexible, consecuencia de un sentimiento de perdida que aún no había logrado superar. La vida es accidental, hay perdidas, pero aún es posible construir luz, superar los agujeros negros.Rust abandona el círculo en el que se había angostado durante décadas. Marty, por su parte, se ha enfrentado a su contradicción, asumiendo que no basta con pensar que son necesarios los límites sino que hay que saber tanto desenvolverse con ellos como asumir que la vida está tejida sobre lo imprevisible y lo incierto, y hasta lo contradictorio, donde las decisiones y los juicios pierdan el paso desorientados, donde se puede actuar de un modo que no se ajusta a lo que se considera modélico. A veces, las presas se quiebran con fisuras, y se desbordan. Pero no por ello, hay que considerar que la existencia es un mero caudal vertiginoso en el que la ficción de las construcciones de modelos sociales son ilusión, espejismo, de orden.
'True detective' puede que pierda algo de fuelle en sus dos o tres últimos episodios, y no posea la densidad en la creación de atmósferas, la medida progresión dramática, ni sea la mitad de turbadora que series como 'Hannibal' (2013-) o, aún más, 'Red riding' (2009). Resulta mucho más sugestivo, con más potentes aristas, el contraste entre los personajes de 'Hannibal', Graham-Crawford (la mirada que ve o siente demasiado- la mirada funcionaria) equivalente del binomio Rust-Marty, y, por otro lado, ya que es un triángulo, Graham-Lecter. 'Red riding', con la que coincide en investigación en un largo periodo de años de unos asesinatos de niñas realizados, y ocultados, por representantes de diversos poderes (religioso, policial, económico) se lanza directamente hacia los abismos. La creciente desesperación, de una tenebrosidad que duele, que se va apoderando de la narración, resulta opresiva. Por eso, su soberana catarsis, de un lirismo acongojante, es mucho más poderosa que en 'True detective', que parece quedarse en la evolución de sus pasajes finales, en los dos o tres últimos episodios, en la superficie (véase la secuencia en la que Rust le hace ver a Marty las imágenes de un ritual criminal; visibiliza lo no visible, la herida, pero la secuencia está falta de turbiedad, de desazón, como si la serie hubiera ido desprendiéndose de su nervio).
Pero, de todos modos, aunque no alcance el magisterio de esas series, y le falte algo más de incómoda convulsión, de oscuridad supurante, de la demolición del desgarro (o esa sensación de haber alcanzado la orilla tras sobrevivir a un naufragio y superado el embate de las olas y corrientes), 'True detective' se hace eco de una sensación extendida de intemperie, y de una sensación de impotencia, de que no hay manera de poder dominar los acontecimientos, de que los límites establecidos son estériles, de que nada es posible sino la pérdida, la derrota. Narrativamente, lo aplica a una muy sugerente construcción que hace sentir al espectador que todo es posible, que cualquier explicación puede darse, incluso la sobrenatural, como que incluso no la haya. La difusa condición de ese fuera de campo que implica a unas imprecisos representantes del poder, acrecienta esa sensación de tortuosa dependencia y vulnerabilidad. Estamos siendo ultrajados por unos seres sin rostro, que se afirman en la inmunidad de su posición de poder, en la alianza establecida en sus intereses. Son como una infección que se reproducirá aunque se piense que se ha terminado con ella.
No hay antídoto posible, de ahí esa construcción temporal de la narración, combinando tiempos, con una separación de diecisiete años, entre 1995 y 2012, con un tiempo intermedio, en el 2002. Una sensación de repetición que incide en ese fatalismo de que no hay manera de enfrentarse y superar a esos poderes invisibles, a los que tan difícil resulta dotar de rostro, y por lo tanto detener. De ahí esa turbadora y poderosa imagen, casi se puede decir que entrevista, con la que se finaliza el tercer episodio, como una incógnita desasosegadora, una siniestra imagen, la de un hombre con una máscara de gas. Una imagen desubicada, casi sin contexto, entre lo real y lo alucinatorio. Como si lo oscuro, lo tenebroso que parece dominar estos tiempos de impotencia y crisis, siempre estuviera protegido, a cubierto, sin rostro (tanto que nos puede llegar a parecer sobrenatural), mientras que nosotros nos asfixiamos en la intemperie, como peces boqueantes que no logran dotar de sentido a lo que ocurre, ni de encontrar luz en el túnel, incluso ya con la convicción extendida de que no es factible encontrarla.
El trayecto, la conclusión, sí ha tenido tanto impacto es porque insufla ilusión de lo posible, luz. Aunque no se pueda detener a todos los que nos sumen en la impotencia, en estos vanos límites que se han convertido en barrotes y a la vez en agujeros negros, espirales, es factible el logro, la transformación, sentir que podemos generar actos que realicen, que transformen, aunque sea en pequeña medida, la inextricable y turbia realidad social. Por lo menos la mirada se transforma, deja de estar postrada, llora porque por fin ríe. Hay luz en la espesura, al final del túnel. Por lo menos hay que querer verla, se hace necesario querer verla.
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